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CATALINA… LA PECADORA Autor: Eliseo León Pretell *Poeta peruano “Ciudad Satelital” Houston Texas, EE UU
CUENTO
PRIMERA PARTE
La gran Catalina del cuento, era seguramente, la más hermosa y encantadora mujer contumacina, que tuvieron la oportunidad de admirar y desear, los lugareños de aquellos tiempos, años en que se vivía, una candente efervescencia religiosa, impuesta por los conquistadores españoles, y tan arraigada en nuestro pueblo contumacino. Catalina la pecadora, vivía en una casa-huerta, más o menos en los terrenos donde hoy lo conocemos, como la “Paccha del mono,” entre frondosos duraznos, matas de rosales y surcos enteros de olorosos claveles y flores de todo color. Catita, parecía realmente, una ferviente, y hasta se diría fanática católica, su vida transcurría, entre su perfumada casa y la Santa Iglesia, colaborando en todo con los curas de turno, que por esos tiempos eran muchos los que pasaban por Contumazá, ya que nuestra tierra, era un hermoso remanso, donde pernoctaban muchas personalidades civiles y religiosas, que iban y venían tanto de Cajamarca como de Guzmango, donde había un gran monasterio de curas Franciscanos La generosidad de Dios por tantos atributos físicos que había puesto en esta paisana, fue el dolor de cabeza de muchos pretendientes, intentando alcanzar esa estrella, sin poderla lograr. La belleza de embrujo, que tenía Catalina, no sólo rompió los corazones de la raza varonil contumacina, sino que destrozó los juramentos y votos de castidad de varios curas transeúntes, que no pudieron con esta diabólica hermosura, y sucumbieron ante el seductor arrebato de “Catita, la pecadora”. En poco tiempo nomás, puso a tres endebles curas en su record de amantes, y en el pesado lastre de su conciencia.
Empezó a sentirse rara, ya no podía dormir tranquila y lo peor, comenzó a adelgazar y ver el mundo de otro color. No pudo soportar más esta locura, y un día cualquiera, decidió dar por terminado este mal andar, confesándole todo al padre de turno, que le inspiraba una confianza más diáfana y esperanzadora. Estaba decidida a cumplir cualquier penitencia que el nuevo curita le impusiera, hasta tener la indulgencia divina.
Se equivocó otra vez, “éste otro curita de marras” estaba también contando los días y esperando el mejor momento, para soltarle los perros, y poder saborear como los tres anteriores, este suculento pastelito contumacino. Élla…, ya no cayó, salió a pasos largos del templo, mascullando algunas maldiciones y pasando en gruesa saliva , un poco de su mala suerte. Caminó hacia su casa enjugando algunas lágrimas, que rodaron por su bello rostro, ahora mustio y marchito por las bofetadas hirientes de su negro destino. Se quedó, sabe Dios por que tiempo, sentada en el aire fresco de su huerto, cuando de pronto, se acordó de una famosa bruja ayamblina, mas conocida como: “doña Gume” que vivía por la zona del Tingo y la gente siempre hablaba de sus buenos trabajos, curando y resolviendo cosas y casos imposibles, con sus maléficos hechizos y complicados amarres de brujería.
Catita, se llenó de valor, y con el primer canto de los gallos, salió de madrugada, en busca de la pérfida hechicera, hacia los caseríos de la linda Ayambla. Avanzó por los estrechos y escabrosos caminos de Silacot, Cruz de Ayambla y Las Paucas y en menos de tres horas, cuando ya iba rayando el día, pudo divisar el famoso Tingo, adentro…, casi en la misma orilla del río, que baja de Contumazá. A Catalina, no le fue difícil dar con la humilde casita de adobe, de la famosa pitonisa lugareña, que sentada sobre una piedra, atizaba con una mano su fogoncito de leña, y con la otra, movía con una cuchara de palo, su sopita de “chochoca” con huevos, que iba lentamente hirviendo en una olla de barro.
Pase usted señorita Catalina, le dijo, con aplomo la hechicera, mientras ponía diligente sobre un “poyo” un pellejo de carnero para que se siente la distinguida visita. Ya la estaba esperando señorita…, sabia que vendría en cualquier momento, para ver el caso tan complicado en el que usted se ha metido. El encuentro de Catalina con doña “Gume” la bruja, casi no necesitó la explicación de la cliente, la hechicera, lo sabía todo. Se sentó al lado de Catalina, saco un puñal plateado de entre su bayeta, hizo una burda cruz en el piso de tierra, y en un arrebato de cólera, lo clavó hasta más de la mitad en el mismo vértice, frente al lugar donde estaba sentada Catalina. Le buscó decidida su mano izquierda casi helada, permaneciendo en un silencio de oración corta, pero que pareció una eternidad para Catita, la pecadora, quien esperaba ansiosa una respuesta para su tranquilidad, y quien sabe, para todavía merecer el cielo.
¡Bueno señorita! exclamó la bruja, ésto… no tiene remedio, usted se irá consumiendo poco a poco, hasta quedar en hueso y pellejo. Es un “huayanche” muy fuerte, que le dio la madre del segundo cura que se encamó con usted, y lo peor… es que, Élla ya murió. Y ahora que voy hacer, dijo casi musitando Catalina. Hay sólo una cosa, contestó “doña Gume”, pero usted no tiene valor para hacerlo, replicó con seguridad la hechicera.
Yo lo hago, sea lo que sea, dijo en voz segura y sentenciadora “ Catita la pecadora” poniéndose de pie. //Usted tiene que matar a los tres curas y beberles su sangre…, no hay otra\\ dijo tajante, ¿podrá hacerlo? susurró desconfiada y con desenfado la bruja. Catalina…, no respondió, sólo preguntó con sensación de apuro: ¿Cuánto le debo doña “Gume”? Lo que sea su voluntad señorita, dijo, desinteresada, como las buenas brujas.
Catita, en menos de 24 horas, urdió el plan más siniestro que se puedan imaginar………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………
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