Dulce niña Blanca, parte III y final
Dinastía frente a la ventana
“Larga es la noche que nunca encuentra el día”, Shakespeare
JUANITO
Yolanda. Posible víctima
Yolanda parecía una rosa en medio de un inmenso florero. Sentía el impulso de acercarse al espejo. Prefería contemplas las alfombras. Pensaba en sus hijos que en esos momentos estarían jugando sobre la alfombra de la sala de su apartamento.
De pronto entró Juanito. Qué impresión la que llevó aquella señora. Sintió lo mismo que cuando lo veía entrar a las oficinas donde ella trabajaba. Y es que Juanito, al acercarse a la ventana trataba de verlo todo verde esperanza. Pero el paisaje se le presentaba negro, aunque en realidad el panorama estaba blanco, despejado, invitando a los rayos del Sol a perpetuar melodías en su piano.
-Buenas tardes, señorita.
-Señora, corrigió severa.
-perdón. Es usted tan joven que…
-Vine a entregarle los documentos para que los firme. El Sr- Murga me solicitó que lo hiciera. El debía atender a su esposa. Creo ya es de su conocimiento, señor.
-Atiende a su esposa y la desatiende a usted. Además, no veo por qué tanta formalidad de su parte. Sabe bien que él se llama Julio.
-Estos son asuntos de la oficina. Allí no es mi amigo. Simplemente, mi jefe.
Juanito sonrió irónico mientras firmaba los papeles.
-¿Dónde no es su jefe’
-Créame: No lo comprendo.
-Licenciada, ¿verdad?
-Si.
-¿Y por qué trabaja como secretaria, licenciada?
-Tengo que ayudar a mi esposo y en este trabajo gano más.
-Julio ha de ser muy generoso.
-¿Señor?
-Así ha de ser con todos sus empleados. Usted no estudió para lucrar.
-Eso es algo que no viene al caso.
-Tiene razón. Lo hago por conversar, solamente. A mi no me importan tampoco las razones por las que usted conserva su puesto.
Yolanda sin disimular su enfado, tomó los documentos para retirarse. Juanito le interceptó el paso.
-¿Usted no comprende verdad?, preguntó acechante julio me lo cuenta todo. Me contó lo que decían cuando usted empezó a trabajar con él.
->Todo mundo se dio cuenta que estaba en un error.
-Espero también yo cambie de opinión.
-No me interesan opiniones que no sean las de mis hijos y mi esposo. estoy acostumbrada ya… ahora, me retiro.
-Los falsos son falsos, ¿verdad? Uno más no importa, ¿verdad? Quiero pedirle perdón, licenciada. Pero para usted no ha de ser secreto que siempre he acosado a las supuestas amantes de Julio. . el me contó que usted lo sabe. Que él se lo dijo.
-No importa lo que él haya dicho.
-Usted no me ha respondido como esas mujeres. Usted es decente.
-No sé por qué todos creen soy amante de mi jefe cuando lo único que hago es escucharlo como psicóloga.
-Porque es usted muy bella. Pero no se han dado cuenta de lo que yo me dado cuenta: Su belleza viene de adentro. Tampoco actúa como actúan las amantes, ¿me comprende?
-No se preocupe. No tengo nada que perdonar.
-Quiero pedirle un favor, licenciada: Le suplico sea usted y no Julio quien traiga las diligencias como lo hizo hoy.
-Lo hice por ayudar. No está en mis funciones. Además, no me agrada. Espero comprenda.
-Yo necesito estar lejos de Julio. Comprendo que no le agrado a nadie. Honorio… Honorio… usted tiene que ayudarme. Usted sabe. Yo sé que lo sabe.
Yolanda se acercó de nuevo al espejo. Trata de arreglarse el cuello de su abrigo y observa la imagen de Juanito reflejada. Recordaba aquella primera vez que lo vió.
-Por favor, suplicaba Juanito.
-Debo consultarlo con mi esposo.
-Mi esposa no me consulta nada. Helena no le consulta nada a Honorio.
-Soy católica y respeto los sacramentos.
-No le falta el respeto a nada. Eso no puede obligarla a no ayudarme.
-No es una obligación.
Yolanda se acercó a mí. Pensaba que en su casa las ventanas son más pequeñas pero nunca dejan de entrar los rayos del Sol. ¡Hasta en invierno! Vio el piano y se asustó.
-Usted tiene un piano y no lo usa. Está lleno de polvo. .. Nosotros hemos anhelado tener uno pero no nos ha importado. Ese rayo que nunca deja de entrar por nuestra ventana se vuelve piano y mis hijos, los intérpretes sinfónicos.
Aquella fantasía la hizo sonreír.
-Es muy poético. Pero ¿cómo sabe usted que no he usado este piano?
Yolanda pasó los dedos sobre el piano y le enseñó el polvo que quedó en ellos.
-No importa lo que pase, dijo. Úselo. No es justo que no lo use.
-.-Yo sé que no es justo. Pero necesito que me ayude usted en lo que le pedí. Cuando Helena entra aquí con su traje de tul vaporoso tengo miedo me ahorque con las cintitas que le atan al cuello. Sería horrible asfixiarme. ¿qué haría usted, licenciada, si desde niña entra a esta sala y la ve siempre a ella? Helena. Helena. Helena.
Ahogada, inundada. Sin respiración. Helena. Helena. Helena. Chóferes. Chóferes. Chóferes. Mayordomos guarda espaldas. Desconocidos. Juanitos. Juanitos. Juanitos.
Honorio también. También. También. Honorios. Honorios. Honorios y muchos más.
-Acérquese a la venta y verá que todo está negro, licenciada.
-No. No es necesario. El cielo está despejado. Recuerde en qué mes estamos.
-¡Va a ayudarme?
-Llamaré a mi esposo para que venga a recogerme.
-Puedo enviarla a dejar con cualquiera de los chóferes.
-Ricardo trabaja aquí cerca.
-¿Gusta beber algo?
-No. Gracias.
-Si va a ayudarme usted debe beber del café que beberé yo.
-No le dije que le voy a ayudar. Además, le dije, no deseo tomar nada, señor…
-Llámeme Juanito. Pero no me diga señor. Si no quiere beber café, pues, no lo haga. Pero ayúdeme porque su esposo la autorizará.
Yolanda llamó a Ricardo para que la recogiera en 15 minutos. Juanito llama a la caridad para que le sirva una taza de café, la cual acata la orden inmediatamente.
Juanito le echa azúcar a la taza. Yolanda se siente intranquila y no haya qué hacer. De pronto Juanito interrumpe el silencio.
-¿Cuántos niños tiene Yolanda?
--Tres. Dos varoncitos y una nena. ¿Y usted?
-Con Carlota, dos varones y con Amalia, una nena.
-¿Quién es Amalia?
-Fue mi primera esposa. Murió junto a mi hija en un accidente. Usted me recuerda mucho a ella. Son casi idénticas. Honorio la detestaba porque yo la amaba. Porque a ella si la amaba y murió cuando decidió abandonarme. Usted también me hubiera abandonado si hubiera estado en su lugar. Ella me encontró aquí con Honorio: Estábamos borrachos. Tomó su maleta y se fue… Me dijo que la nena no podía seguir aquí. Ella no podía permitir que a la criatura le hicieran lo mismo. Yo le supliqué que no se fuera pero no me hizo caso. Ya me había soportado mucho. Le fallaron los frenos…
Yolanda vio su reloj de pulsera. Faltaban cinco minutos para que llegara su esposo. Pensaba en sus hijos pero no podía evitar oír los relatos que no le interesaban.
De pronto la figura de Luzbel, el ángel del infierno. Sin llamar. Delgado, Siniestro. Honorio hizo su aparición.
-¿Quién es usted y qué hace aquí?, preguntó en tono altanero.
-Padre. Ella es la licenciada…
-Silencio insensato, gritó Honorio a su hijo. Usted quien quiera que sea, sépalo bien: Juanito es mi hijo. Mío. Mío.
-Es una forma muy desagradable de presentarse como padre del señor Juanito.
-Padre, debes disculpar tu exabrupto injustificado con la señora de Chávez. Ella es Yolanda de Chávez, la secretario de Julio y me trajo los papeles para que los firmara.
-Perdóneme señora de Chávez, suplicó inclinándose reverencialmente. Pero es que soy un hombre casado, con tantos problemas encima. Sé que usted es psicóloga y va a comprenderlo. Sólo espero morir luego para convertirme en llama del infierno. Helena es también una señora casada como usted. Carlota es también una señora casada y mi hijo es también un señor casado. Podemos celebrar conocernos licenciada porque todos tenemos algo en común: ¡Somos casados!
¡Qué oportuna aquella sirvienta!, pensó Yolanda. Entró en el preciso instante interrumpiendo aquella estúpida escena para avisarle que Ricardo había llegado a recogerla.
-Su esposo también podría celebrar por la misma razón, licenciada: Está casado con usted.
Yolanda sin decir nada tomó aquellos papeles y su bolso. Se retiró sin responder a la insistencia de Juanito. ¿Va a ayudarme? ¿Va a ayudarme? En el fondo. Yolanda intuía que no debía volver a ver a Juanito nunca más.
-No debiste haber insultado a la señora.
-No la insulté, dijo Honorio riéndose. Pareció insulto pero no lo fue. Tú como mi hijo debes comprender. Reiterar que uno está casado no es un insulto.
-Porque comprendo es que te lo digo.
Honorio empezó a acariciarle la sien a Juanito.
-No me falles Juanito. Te espero.
Honorio se retiró. Juanito se acercó de nuevo a mí pero un rayo le atravesó su vientre…
Amalia
.. enloquecido limpiaba el arma. Amalia descendía del retrato que está en la pared más grande de la sala. Su vestido de bodas se transformó en una bella túnica verde musgo. Estaba coronada de perlas que manaban rayos dorados.
Ignorando a Juanito se sentó en aquel sofá.
-¿Cómo está la nena?
-Aprobó y fue promovida a pasar a la secundaria.
-¿Por qué no me permites verla?
-Aunque esté encadenada a esta casa por voluntad de Honorio, no voy a permitir le hagas daño a mi hija. Te lo dije antes de hacer mis maletas y mantengo lo dicho.
Tu hija. Mi hija. Nuestra hija. Tu hija. Hijas. Hijas. Miles de hijas. Muchas hijas. Parecen candelas ante las vírgenes de la Iglesia. Naciendo de vientres puros. Naciendo de vientres podridos.
-Escuché todo lo que le dijiste a Yolanda. No me pareció la comparación de hiciste de ambas. .. ¡Con qué cólera limpió el piano y dijo no tenía uno!
Celos. Celos. Celos. Ella es linda.
-Ella es linda Amalia. Pero no tanto como tú.
-No sería justo que Honorio le hiciera lo que me hizo a mí.
-Yo no lo permitiría.
--No pudiste impedir le hicieran daño a tu hija. Tampoco podrás impedir se lo hagan a ella. No insistas. Te ordeno que te alejes de ella porque tú eres la causa de todas las desgracias.
¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobardía!
-Eso ya lo sé.
-Date cuenta que Yolanda vive feliz. Su hogar es maravilloso aunque no tenga lo que nosotros tenemos. La visité en su residencia. Fue una experiencia inolvidable. Me dolió salir de allí.
Histeria. Histeria. Histeria. La histeria invadía a Amalia.
-No sería justo, gritó, que Honorio siguiera haciéndole daño a muchos inocentes.
La túnica de Amalia empezó a ser devorada por las llamas. Su carne se retorcía de dolor. Gritaba y maldecía a las injusticias. Su pelo ardía y su rostro se desfiguraba. De pronto, se convirtió en remolino. El aire azotaba la sala y el espectro huyó… debía esconderse. Quería desaparecer.
Catarsis y balas
Hijos de la gran puta. Así diles. Malditos. Los odio. Pégales. Pégales y diles mil veces hijos de puta. Hijos de todas las putas.
Honoro al ver aquel piano, los muebles y toda la sala destruida, tomó el teléfono para que fueran a repararla.
Luego llamó a Julio para que fuera a atender a Juanito. No sabe por qué lo hizo pero sólo Julio podía calmar el efecto de tanto putazo.
Luego llamó a su chofer quien lo conduciría a destino.
Malditos hijos de puta. Todos, una mierda. Los peores…. Los peores malditos hijos de puta.
Minutos más tarde. Mientras aquellos hombres reparaban los destrozos. Debían dejarlo todo igual. Mientras eso sucedía, Julio a petición del médico que ya se había retirado secaba la frente de Juanito.
Juanito estaba recostado sobre el sofá y al despertar se puso de pie sin acatar las súplicas de Julio ordenándole a aquellos extraños se retiraran.
Aquelarre y Conciliábulo
Tras haberse retirado aquellos extraños, Juanito se dirige al espejo para apreciar la peluca de Helena que se había colocado sobre la cabeza, el collar de Carlota que colgaba de su cuello y el vestido de Amalia transformado en túnica verde musgo que se había puesto.
-Tu padre envió por mí, dijo Julio.
-Honorio es terrible. Malvado. Satírico. Piensa que entre tú y yo hay cosas y te detesta. Te aborrece. Me dice lo que me dice y se va. En cambio tú no me haces la vida imposible. Vienes y me ayudas como lo hizo una vez Amalia. Como lo quiere hacer tu secretaria, la licenciada Yolanda de Chávez, a quien Honorio quiere mandar a liquidar. Según Amalia, corre peligro. Honorio podría hacerle lo mismo que les hizo a ellas. El no pensó que eran mi esposa y mi hija.
-Amalia está muerta. No pudo decir nada.
-Amalia esta atormentada. Destruyó la sala.
-Amalia está muerta.
-No. Está atormentada. Como lo estoy yo.
-No veo razón de tu tormento.
-Esa razón eres tú.
-Basta. ¿Cuántas veces te he dicho que…? Crecimos juntos y queremos nuestros hijos se comprendan como nos comprendemos nosotros.
-Esa sería la culminación de la comprensión.
--No puedo. No puedo.
-Tú puedes ayudarme.
-Trato de hacerlo como un hermano.
-Malditos hijos de puta. No dejan me ayudes como yo quiero. Como yo lo necesito. Esa clase de ayuda que me das me la dará tu secretaria. Es psicóloga. Aunque no fue explícita, sus ojos me dijeron me ayudaría.
-Ella no volverá a esta casa por su propia seguridad y si no es voluntario yo se lo ordenaré para que no lo haga si es necesario.
-Está bien. Está bien. Está bien. Tendré que arrancarme los ojos. No ven más que lo que tú ves y tú no quieres ver. Me dejarás que te cante, ¿verdad?
Juanito empezó a sentir en las palmas de sus manos la sedosidad del pelo de Julio. Juanito derramaba lágrimas y suplicaba como un chiquillo que lo dejara cantar.
-Eso si te gusta. ¿Me dejas que te cante?
Juanito empezó a llamar a aquellos extraños y a la servidumbre. Los obligó a desvestirse a todos. A palmotear. A formar una estridente orquesta accesorios de cocina y acompañarlo en aquella melodía grotesca, producto de la misma vida.
Pentagramas manchados de sangre. De genes. De esperma. De óvulos que engendraban la canción de los hijos de puta.
Julio era el homenajeado. Tomó un cigarro. Y sin saber por qué el destino lo obligaba a soportar todo aquello, prefirió tratar de hacer avanzar el tiempo en sus adentros como lo había hecho Yolanda horas antes hasta que llegó su esposo. Vio su reloj. Se metió dentro de las manecillas para hacerlas caminar más rápido.
-No sé por qué le aguanta estas babosadas a don Juanito, le comentó al cocinera. Yo lo hago por necesidad. Necesito mi trabajo. Pero usted…
-Yo también lo hago por necesidad. Pero es de otro tipo: Comprenderlo…
Éxtasis
Juanito cantaba ante aquel micrófono. De pronto, decidió sumergirse dentro del paisaje que veía desde mis vidrios. Decidió que aquella negrura que veía lo inundara, lo ahogara en el éxtasis final.
Se tiró al precipicio ante el susto de todos. Y su micrófono dejó salir la bala que le atravesó la garganta y lo cayó para siempre mientras su cuerpo volaba por los aires negros para llegar al suelo de aquel paisaje despejado, claro y limpio.
HONORIO
El grillete de la muerte
Honorio se había descalzado en su habitación. Estaba desnudo. Acababa de bañarse. Estaba mojado.
Sumergido en tantas ideas decidió bajar a la sala.
Su paso era lento. Tenía 80 años. Había pasado tanto tiempo después del suicidio de Juanito. Se había casado por segunda vez.
Ella estaba abajo. Buscando un libro en el estante que se posaba debajo de las gradas. No podía imaginarse que al tomar aquel libro el estante se movía porque es una puerta que cubría la oscuridad de una peque… ¿Qué es? ¿Una bodega? ¿Una celda?
Había un grillete atado con unas cadenas a la pared.
¡Oh Dios! ¡Qué horrible!
Aquella escena parecía sacada de los escenarios tortuosos de la Edad Media.
Aquella era la figura de la muerte atada por grilletes de los huesos de sus manos. Descanada. Con el pelo largo sobre el cráneo desnudo.
Una bata de tules vaporosos. Viejos. Roídos. Empolvada. De color morado. Carcomida por los gusanos que ya no devoraban carne de mujer muerta.
Ella cayó al suelo víctima del golpe que recibió al quebrarle Honorio el florero en la cabeza.
Manó la sangre del cerebro. Honorio la arrastró hasta colocarla en el sofá dei la huella más roja que el infierno. Más caliente que el desierto.
Monólogo
-Esposa mía. Perdóname. Pero no debiste nunca ver. Yo ya había olvidado que aquí estaba ella. Se me olvidó porque la ausencia de mi hijo me quitaba toda la atención… Se me olvidó que allí estaba el grillete de la muerte atando al mal difunto.
Esposa mía, no te mueras… Eras tan joven… Rozar tu piel fresca con la resequedad que el tiempo ha dejado en la mía me ha dado vida.
Si te mueres se muere este viejo.
¿Por qué eres tan curiosa? ¿Por qué?
Yo nunca tuve padres. Yo nunca fui buen padre. Empujé a mi hijo a matar a todos los que querían sustituirme. Quería me amara sólo a mi.
Por eso lo amé como debía amarlo para recuperar su cariño. Pero allí estaba ella. Acechando. Cínica. Queriéndomelo arrebatar. Y tú le abriste su prisión.
Ella lloró. Lloró. Lloró y era culpable. Después que mi hijo murió lloró…
Nexos de ayer y hoy
Ella agonizaba. La sangre no dejaba de manar y cada gota era un día que retrocedía en el tiempo hasta llegar dos años después de la muerte de Juanito.
Julio aún permanecía en la cárcel. Había sido acusado por Helena y Honorio de haber asesinado a Juanito. Pero Juanito se quitó la vida. Pagaron a los criados para que aseguraran lo contrario y a los jueves para que condenaran a Julio.
El honor estaba íntegro. Todo era intachable mientras un inocente se hundía. Mientras Honorio se desquitaba de quien le había arrebatado el amor de su hijo y mientras Helena pensaba que era la mejor de las madres.
El secreto jamás se sabría. Pero era un secreto a voces.
¡Ah dinastía que has pasado frente a mí! Años y años de estar aquí.
HELENA
Amantísima madre
¡Tú!
¡Tú!
mil veces tú
tú me ofreciste tus senos
para dejar tu veneno salir
y alimentar el engendro maligno
de complejos
de deshonra
¡Tú! ¡Tú! ¡Tú! ¡Tú!
La bocina sonaba por fuera. Era Juanito. El apenas empezaba a vivir y a la bella Helena se le ocurrió guiarlo. Antes sólo se le ocurría comprarse vestidos, vestidos y más vestidos.
Ya era demasiado tarde. Juanito la odiaba. Juanito se sentía deshonrado de haber nacido. Juanito sentía repugnancia por él mismo.
Juanito fue un buen estudiante siempre. Empezó a destacar. Quería ser artista y todo mundo lo amaba. No sólo quien iba a ser su esposa sino aquella dama joven a quien Helena acusó de ser amante de Juanito.
¡Qué horror! Si Juanito la veía como una hermana.
Y la bruja decidió echar ponzoña.
¡Maldito el vientre que me tuvo!
¡Maldito el día en que nací!
¡Aborto agradecido fuera!
Pero Helena decidió que no era así. Hasta que Honorio se encargó y envió a aquella dama joven a un viaje del que nunca regresó.
Luego, Julio. A Helena se le ocurrió que su hijo lo amaba. Insistió tanto que Juanito llegó a amarlo. Pero al darse cuanta Helena de su error, decidió que Julio sólo podía ser hombre para ella.
Juanito se enteró. Helena. Helena. Helena. Chóferes. Chóferes. Chóferes. Mayordomos. Guardaespaldas. Desconocidos. Julio. Julios. Julios.
Julio era una telaraña que tejió Helena y Juanito cual fue aplastado desde el día que nació…
Honorio era feliz porque Helena conquistó a Julio. Nadie podría quitarle a su hijo.
Lamentos y ayes
Juanito se había suicidado. Juanito nunca nació. Su madre lloró. El asesino fue Julio. Debía haber un asesino. Ella podría comprarse todas las joyas del mundo con el dinero del seguro que iba a cobrar.
Después de todo, si Juanito ya estaba muerto, ella podría arrebatarle el dinero como le había arrebatado el derecho a todo.
Después de todo, ella le arrebató a Julio y a aquella dama joven y a todas sus amistades importantes.
¡Oh Dios mío!
Mi hijo ha muerto
mi amado hijo
ay me duele el alma
ay me ahoga el luto
¡lo han matado!
Nadie comprendía por qué se había matado aquel joven que lo tenía todo. El velorio que se hizo en esta sala era objeto de comentarios.
Tan buena aquella madre. Tan religiosa. Era como Honorio: Ejemplo de ejemplos.
Había algunos que no compartían la idea general. Pero no decían nada. Su único delito era conocer a Helena muy a fondo. ¿Por qué no dirían la verdad? Helena. Helena. Helena. Chóferes. Chóferes. Mayordomos. Guardaespaldas. Desconocidos y ellos. Ellos. Ellos.
¡Oh qué madre! Era miembro de la Sociedad de Hermanas de la Caridad. Era una monja sin hábito. ¡Carga en La Recolección! Va todos los domingos a misa. Y ahora no sólo carga en La Recolección sino también hace ejercicio yogas.
El muchacho venía propenso al mal. El muchacho tuvo la culpa. Dicen que era no sé cómo. Ya está escrito en La Biblia. Era guapo y su esposa, muy linda. ¡Pobres los niños! Se quedaron sin padre. Gracias a Dios, él no era bueno. Les quedó el abuelo.
Había que despedirse. Todo final trágico concluye así. Helena destapó la tapa superior del ataúd para ver tras el cristal el rostro de Juanito.
Ya no lloró. Tan linda. Sin duda, rezaba el Rosario. Se quedó estupefacta porque el cadáver apretaba los dientes. Sentía cólera y por fin dijo muerto lo que tanto deseó decir vivo.
M A L D I T A
¿Mamita? Helena cerró la tapa con violencia.
Pobrecilla, está impresionada.
Helena recordó el sufrimiento del parto. El sufrimiento de la espera. El sufrimiento de enterarse que tenía que casarse con Honorio por culpa de alguien a quien odiaba tanto por hacerle daño. De alguien indeseable.
De alguien que aún no existía pero que era su peor enemigo. Helena recordó que dio de mamar a quien estaba tendido dentro del ataúd. Cuyos dientes acababan de apretarse al verla como cuando mordieron sus senos lactantes.
Tú que ofreciste tus senos
para dejar tu veneno salir
Recordó cuando se dio cuenta que Juanito era un hombre. Nunca dejó de apretar los dientes. Nunca dejó de morderle los senos. En son de burla. De protesta. De asco. De querer escapar ante la cobra incestuosa.
Helena recordó que debía seguir llorando. Así lo hizo.
Pobrecilla.
También recordó que en aquella caja estaba a quien odió desde antes que naciera: Su hijo no deseado.
Un final como tantos
Helena reía porque faltaba un día para que condenaran a Julio y apenas dos para cobrar el seguro.
Invitó a Honorio a una copa. A estas siguieron muchas más.
Honorio veía a Helena transfigurada. Ella, sobre el sofá, al lado de Yocasta y Fedra. Se volvían en una sola para convertirse en lo peor.
¡Alcohol! Tú que permites verlo todo has dejado que Honorio viese más allá: la esencia de su mujer.
-Un carro nuevo. Una sortija de diamantes. Una colección de rubíes. Y tantas cosas que podré comprar. Nuestro hijo era bueno. Lo sigue siendo. Nos deja regalos a la hora de su pérdida.
Lágrimas, lamentos y ayes como el día del velorio. Helena lloraba. No sabía por qué pero lloraba. Jamás hubo río más sincero.
Talvez se sentía impotente ante el presente, el pasado y el futuro, cuya fusión le daba frigidez.
Tal vez sus lágrimas eran de reflexión o talvez eran como las otras.
Honorio no soportó verla llorar.
Honorio tomó el arma.
-¿Qué haces?
-Con esta arma se suicidó Juanito. Con esta arma me lo arrebataron. Con ella voy a liquidarte.
.No. No.
-Odio tus lágrimas como he llegado a odiarme a mí.
-No.
Apretó el gatillo.
El B U M no se oyó. Helena quedó paralizada. De pronto, entró por mí un viento horrendo que abrió mis puertas con violencia.
Los tules vaporoso de Helena bailaban estremecidos al compás del viento.
Helena reía con descaro.
La única bala que tuvo el arma atravesó la garganta de su hijo y ella no estaba muerta.
Era ella la misma muerte. Imponente. Viva.
Rio já já, rio já já, rio já já, rio já já, rio já já já, rio.
Honorio se tapo los oídos. Tiro el arma al suelo. Era humillado ante la risa y el cielo empezó a vestir de negro.
El brazo de Helena fue sujetado por la ira de Honorio. Una ira que corría por su sangre. Una ira que mataría a su segunda esposa cuando él tuviera 90 años. Una ira que hervía como las almas en el infierno.
¡Oh humaredas! ¡Cortinajes de Satán! Cubrían los ojos de Honorio y la risa de Helena.
Cínica. Cínica.
La llevó a la fuerza y ató sus manos a los grilletes. La llevó arrastrada mientras reía.
-Suéltame. No me dejes. Suéltame. No me dejes aquí. Suéltame. No me encadenes. Suéltame. No me dejes aquí. Já já já.
Suplicaba. Ordenaba. Imploraba. Lloraba. Reía.
Honorio olvidó que Helena hablaba. No lo dejaba en paz el recuerdo de su hijo y era lo único que tenía en mente.
La risa de Helena quedaba atrás. Lejos. Lejos. Más allá del vacío. Marginada por el olvido.
¿Risa o llanto? ¿Risa o grito de angustia? ¿Risa o queja?
El ya no oía. Todo cuestionamiento quedaría sin responder.
F I N
(16.X.84 – 25. VI. 85, parte 3)
Comentario
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
CUADRO DE HONOR
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