Dulce niña blanca Novela felina de Augusto César
11-10-08, 0:00 hrs. / 18-01-09, 19:30 hrs. (parte 1 y 2)
“Nadie sabe que la muerte es el más grande de todos los bienes para el hombre. Sin embargo, los hombres la temen como si supieran que es el mayor de los males. ¿No es la ignorancia más reprensible pensar que uno sabe lo que no sabe?”, Sócrates.
A la Santa Muerte, por estar conmigo.
A Pablo, mi hermano, por encontrarlo y compartir su misterio.
Me llamo Magnolia Morales. Soy psicóloga. En mi clínica tengo una gran ayudante: La Santa Muerte. Como soy descendiente de mexicanos, por mi familia, he estado muy ligada a ella en su culto popular. Pero yo me dirijo a ella a mi manera. Es mi amiga, quien viene a mi consultorio y sana a través de la terapia a los pacientes. Con su guadaña, les quita lo malo. Y les da un mundo para crear la nueva perfección en ellos.
Todo comenzó en el mercado Colón del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. La andaba buscando vestida blanco y dorado, la que representa el poder económico, el éxito, el dinero, la prosperidad. La que se usa en los negocios y comercios. No sabía que yo ya todo eso lo tenía. Así que no la encontré así sino quiso venirse conmigo de negro, la cual a mi parecer la hace lucir sus galas más elegantes.
No cabe duda que ella fue la que quiso venir conmigo vestida de negro. Así representa la protección total. Protege de todo tipo de trabajo; ya sea magia negra, relaciones oscuras en contra de la familia o del negocio; nos libera de todas las obras espirituales que nos quieran perjudicar, de la clase que sea. Y eso es precisamente lo que me hace hacer en mi consultorio porque es en el aspecto de las emociones donde los males del espíritu se manifiestan más que en otra de las facetas del ser humano.
Traje a la Santa Muerte al consultorio. Después de leer instrucciones para tratarla, decidí hacerlo a mi modo porque yo atiendo a mi modo a mis huéspedes y especialmente a amigos como ella. Le busqué un lugar especial y le dije: No te voy a hacer el culto que te hacen los demás. Mi culto será el amor. Espero te guste. Porque tu sabes la fascinación que has ejercido en mi desde niña. Y cómo te he escrito pese a las críticas que me han dicho que soy hasta suicida. Y es que cómo no me vas a fascinar si tu superioridad está en que ejerces el poder de la atracción, las cohesión, la dispersión y la repulsión que hacen, dependiendo sus combinaciones, que las cosas sean consideradas vivas o muertas.
Y mi dulce niña blanca aceptó. Desde entonces, visto también yo de negro para atender a mis pacientes. Así soy neutral ya que el negro es ausencia de color. Pero es esa ausencia la que le da sentido a la presencia.
Mis pacientes se colocan en el sofá del consultorio. Si quieren se quedan sentados. Si quieren se acuestan. Ellos encuentran su comodidad. La Santísima está siempre tras mío viendo mis anotaciones y corrigiéndome mentalmente. Los pacientes no la ven, aunque algunos son tan sensibles que la sienten como un escalofrío, un vientecito tenue que viene de ninguna parte y lo más común es la paz profunda que entra en ellos después de hablar. Es ella. Ella es esa paz porque es ausencia de todo. Hasta de problemas psicológicos. Por supuesto que los pacientes creen que ellos solos se desahogan. Pero no. Sin la guadaña de La Flaca nada se corta de este mundo.
La guadaña como arma, se emplea simbólicamente para cortar las malas energías de nuestros enemigos. Y muchas veces nuestros enemigos no están afuera sino dentro de nosotros mismos como lo veo en mi consultorio casi siempre. De esta forma, con la guadaña, estamos libres de malas influencias que nos llevan a realizar cosas malignas. Por otra parte, la guadaña, al ser un instrumento de cultivo, simboliza la cosecha de la nueva esperanza, por lo que también nos trae prosperidad. Recuperar la salud en mi consultorio es volver a tener esperanza.
Por otra parte, el tener el mundo en la otra mano, indica poder en cualquier ámbito lo que nos asegura el éxito en cualquier cosa que emprendamos. La salud, una de ellas. Y dentro de la salud mental: Confianza, liderazgo, éxito, independencia. Ese mundo nos recuerda que todos los seres humanos cargamos el mundo, el material. En cierto modo puede ser un sepulcro del cual es necesario tener una o varias resurrecciones para ser feliz, estar saludable, vivir en paz. Y es que el mundo es también la manifestación de lo espiritual.
Lo cierto es que en mi consultorio, la gente revive. Uno de esos resurrectos es Manolo quien llegó a mi consultorio destruido por el alcohol. Este “su dios” había terminado en él lo poco que había construido de su personalidad aunque cuando estuvo ante mí lo primero que pensé es que en ese interior no había nada. Estaba hueco. Sin siquiera el dolor de las experiencias vividas. Era un muerto en vida.
¿Y qué decir de Evelyn, la esclava de Mauricio? Amaba de Mauricio algo. Pero no a Mauricio. Se había prendado de una parte suya solamente y gozaba escribir la historia de Mauricio. Por eso me buscó. De Mauricio amaba con locura sus historias a tal grado que Mauricio llegó a odiar su propia vida. Evelyn sólo por eso lo quería. Y nunca faltaba en las sesiones aquel recuerdo.
El tiempo, el espacio, la realidad, la ficción, la vigilia y el sueño se confundían: Evelyn acababa de bañarse. Desnuda se secaba mientras unos ojos lujuriosos la observaban. Lo que más se frotaba eran los pezones para ponerlos erectos imaginando el dueño de aquellos ojos los lamía. Al empezar a vestirse, se miraba al espejo deseándose a sí misma. Siempre se ponía las medias primero, los zapatos de tacón alto. Luego, el calzón tipo tanga y de hilo dental. Pero al sentir más aquellos ojos deseándola, ya no se vestía sino acariciaba su ano, los labios de su vulva y deseaba la presencia de hombre. Pasado el tiempo, mientras se subía el bloomer, unas manos varoniles, fuertes y peludas la ayudaron a subirla. Le acariciaban lo que ella se acariciaba antes. Su ano abría y lubricaba solo. El hombre abriendo la bragueta del pantalón sacaba su monumental pene y la penetraba. Al empujarla a la cama, era tal el placer al cambiar de posición que apenas reconocía los ojos que la veían a través de los agujeros de aquella máscara veneciana. Evelyn gemía. Jadeaba. Gritaba. Muchas veces quiso ver quién le hacía tales cosas. Intentó quitarle la máscara. Pero fue en vano. Sólo lograba sentir los pelos de la barba. Hasta que una vez logró hacerlo. Fue el día en que murió su mejor amigo. Pensó era una premonición. No dejó de no gustarle porque con su amigo jamás harían esas cosas. Pero no. Mauricio era el rostro de sus fantasías. En aquel sueño que se repitió durante muchos años, la cita en astral era siempre puntual y perfecta.
El caso de Juanito no es el único. No sólo él prepara los corceles… ¿Quién dice que la bomba atómica será el fin de la humanidad? La humanidad desaparecerá sin extinguirse la materia. Basta la degradación para dejar de ser humano. Basta dejar que el cuerpo viva, como los vegetales, como los animales, sin integridad, sin valor. La familia: El núcleo, empieza a desintegrarse espiritualmente. Los siete corceles del Apocalipsis están ya en la Tierra, degradando a la humanidad, listos para que cada uno de nosotros seamos sus jinetes. No sólo existe el caso de Juanito. No sólo el prepara los corceles. No sólo él está entre lo real y lo irreal… sin saber, ciego, autómata. Sin embargo, puede que estemos a tiempo de cambiar esta historia: La historia no es más que nuestra. Lo aceptamos agachando la cabeza o lo cambiamos…
Cuando refacciones con ella
A la Santa Muerte (18-02-87)
Que venga la muerte
al abrirle la puerta tomaré los huesos de sus manos
entre el calor de los días
besaré sus anillos
-como a toda una dama-
dándole la bienvenida
la pasaré a la sala,
(¡galletas, cafecito y todo eso!)
Ven muerte
refacciona conmigo
quiero contarte que todo anda mal por estos rumbos
contarte y pedirte que me cuentes
sé pasa algo
que lloras y quiero enjuagar tu rostro descarnado
¡pósalo en mi hombro!
La muerte que yo amo
está adolorida
es santa
está harta de ser llamada por las balas
está harta de ser clamada por las bombas
está harta que se la haga venir antes de tiempo
para ir a los infiernos
está harta que olviden su gran significado
y ya no llevar a nadie hasta Dios, que está cautivo
y prisionero.
Está harta… harta
harta. Harta de las costas de la sangre
-la sangre inocente-
Se hagan más grandes
¡por siempre caudalosas!
Que venga la muerte
que venga a mi sala
le rendiré culto, le escribiré poemas
pues los que amamos la vida
somos pocos
unos pocos
¿sólo yo?
CONTINUA LA PRIMERA PARTE.
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