Pon en tus canciones el yo de los otros,
el que anda extraviado por las calles
de una ciudad sin puentes,
sé el mirador que mira a los demás,
al niño que roba la fruta en el mercado,
el que hace la fila a dos metros de su prójimo,
la que vende flores debajo del grafiti y la protesta,
sé ahora el cantor desde tu yo más colectivo,
el rockero o el trovador de la mujer que sube cansina
los cinco pisos de su desolación,
sé el fan que te espera a la salida del concierto,
dale una voz mayor que su grito en los contornos,
y si el verso es apenas consecuente con la vida
mira, mirador, los hospitales y la pobre esperanza
en unas batas blancas.
Ahora que puedo yo cantar con tus canciones
seamos juntos el letradista y el músico de la gente
que ve pasar a esa muchacha sola, tan libre,
como es el viento cuando nos solivianta la mirada,
como es el sol que se cuela entre las sombras.
Sé tú, sé yo, el yo más ampliado posible,
el que va por los campos regando la semilla,
el comerciante sentado en la acera
con su acento de vecino,
ayúdame a paliar el hambre con tu voz
en la guitarra, en el teclado,
en la estación de polvo de los barrios marginales.
Salgamos con este yo estrafalario a conectarnos
con aquellos que apenas alcanzamos a mirar
desde su exilio.
Demos la sonrisa, la moneda bendita
de un pan que no se acabe.
De un nuevo libro inédito
Derechos de autor protegidos por ley
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