Vicente Antonio Vásquez Bonilla
A:
JUAN EDUARDO ANDÚJAR RODRIGUEZ
Escritor e ingeniero venezolano
Melquiades, después, que por un fenómeno inexplicable, todo el mundo olvidó leer y escribir, se sintió frustrado y poco faltó para que se pusiera a llorar.
Sus sueños de trascendencia se habían esfumado.
Es cierto que engendró hijos, que plantó varios árboles y que con la novela que con tanta ilusión escribió, había cumplido con las tres condiciones que le señalaba la máxima que de niño se incrustó en su memoria; ya no le servía de nada, pues, después de tan nefasto e enigmático suceso, en el futuro, ya nadie la podría leer y las personas que la habían leído, pronto desaparecerían de la faz de la Tierra y con ellos, su efímero deseo de perdurar en la memoria de la humanidad.
Aunque el montón de copias de su libro quedara como testimonio del paso de un miembro de la civilización recién desaparecida, los textos ya no tendrían ningún significado. Nadie sabría quién fue su autor y cuál era su contenido.
Sus hijos, la prolongación de sí mismo y los árboles seudotestimoniales, aún eran más vulnerables ante el implacable paso del tiempo. Eran como espejismos que se desvanecerían en la nada.
Melquiades meditando en las flaquezas de la existencia, recordó que un pajarito mal o bien informado le había dicho que, el escritor español, Camilo José Cela, había expresado, más o menos: que sólo las letras eran más perdurables que las piedras. Extremo que, dada las condiciones actuales, no podría comprobar.
Y de inmediato se le encendió el foco.
Si ya no hay, ni habrá personas que sean capaces de leer los libros actuales, se dijo, pues están las rocas; acaso, a pesar del tiempo, no existen los murales rupestres de la Cueva de Altamira, o mejor aún, las estatuas que han dejado las diferentes culturas que han poblado a nuestro cada día más contaminado planeta. Así que dejaré una efigie de mi persona, lo más fiel que sea posible, para que las futuras generaciones sepan de mi paso por la vida.
Y así lo hizo, contrató a los tres mejores escultores que encontró, le encargo a cada uno de ellos, el tan ambicionado trabajo y al mismo tiempo, él se esmeró en aprender los secretos del esculpido del mármol e hizo su propia imagen.
De nuevo, Melquiades se sentía feliz y realizado, el mejor trabajo, por haber sido elaborado con amor, resultó ser el que él ejecutó con sus propias manos y relegó el resto de las estatuas encomendadas al cuarto de los cachivaches.
Sin oposición de nadie, pues, ninguno le dio mayor importancia al nuevo “adorno”, lo colocó en el mejor punto que encontró en un parque de su ciudad. Día a día acudía a verlo, lo admiraba con arrobamiento y satisfecho, sonreía para sí mismo. Tenía su propio monumento y al mismo tiempo, era fruto de su recién descubierta creatividad artística.
Acaso no existían trabajos conocidos y tan bien logrados como: la Venus de Milo, El Discóbolo griego, el David de Miguel Ángel, el busto de Homero y miles más que hablaban de la gloria de los artífices y de los afortunados modelos.
Su vanidad, crecía y sentía que de nuevo había alcanzado la evasiva inmortalidad, por lo menos mientras la raza humana existiera, después qué importaba.
Pero un día se dio de bruces con la realidad, cara a cara. «¿Quién fue el modelo del Discóbolo? ¿Quién fue la modelo de la bella Venus de Milo? ¿Alguien recuerda sus nombres o sabe algo de sus vidas?»
Un ¡no!, rotundo, rebotó dentro de su cabeza.
«Sabíamos de antemano qué Miguel Ángel fue el realizador del famoso David, qué Rodin fue el artífice de El Beso y conocíamos a los autores de muchas más obras modernas, porque sus nombres estaban escritos en libros, en placas y en otros documentos. Pero ahora que se han perdido las super fuertes y duraderas letras, quién sabrá en el futuro que fui yo, el que en poco tiempo logró dominar esta difícil manifestación del arte y que además, esculpí mi propia imagen.»
Pero ahora, ¿en dónde podrá quedar registrada la autoría de ese auto monumento?; si aún no ha vuelto el legendario Thot a reinventar la escritura. Y más aún, quién sabrá, tan siquiera, que Melquiades existió. La comunicación oral no es confiable, en su constante retransmisión se distorsionan los datos, tienden a perderse o a falsearse; inclusive, otra persona llevándosela de lista, puede apropiarse de la autoría de su obra artística y después, no habrá quien asevere o niegue lo dicho, o pasará a ser una escultura más de procedencia anónima.
Las lágrimas brotaron de sus tristes ojos. Una vez más se sentía frustrado y lo que es peor, derrotado. «¡La inmortalidad es imposible!» Acotó.
Sólo le quedaba resignarse, olvidar sus ilusiones de trascendencia, morir y sumergirse en el eterno infinito de la nada.
Comentario
Querida Senda: Que buena que eras inmune a ese funesto virus. Besos, Chente.
Estimado Jhonny: Gracias por tu lectura, tu interpretación y tu amable mensaje. Un abrazo, Chente.
Melquiades hizo lo imposible porque su legado perdurara en el tiempo, pensando que las personas un día dejarían de leer los libros, decidió esculpir su propio rostro, signo de su gran vanidad, para luego darse cuenta de que sólo en los libros se encuentra la información que no se puede dejar plasmada en una roca, hasta que pudo entender la verdadera importancia de la escritura en la historia de la humanidad…
Excelente relato amigo Vicente, gracias por compartirlo.
CORDIALES SALUDOS POETA
Estimado Alberto: Gracias por tu visita y tu amable comentario. Un abrazo, Chente.
Muy bueno estimado poeta amigo, y es asi,cmo lo dice, los libros no moriran como canta Umberto Eco y Jean Claude Carriere en el libro Nadie Acabara con los Libros, saludos cordiales
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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