Frasquito, era un hombre normal, pero bien bragado –de los que ahora decimos: de otros tiempos: -de piñón fijo-...
Algo bajito, pero atlético y de mirada clara; de rasgos severos y mirada penetrante; con ideas fijas y algo hurañas, que en pocas ocasiones había sufrido las represalias de sus mayores, lo que le había forjado un carácter muy personal e intransigente; bastante pulcro, serio y comedido: cuando la ocasión le era propicia, y no eran otras, que cuando terminaba las tareas del campo con sol a la vista, cuando – iba de cumplidos y tenía que asistir a alguna misa, entierro y en las más contadas ocasiones alguna boda de conocidos.
Se había curtido junto al arado y la yunta de mulos a los que hacía vibrar con el más leve sonido de su voz: llegaba incluso a hacerles temblar los tendones por todo sus cuerpos recios de trabajadas musculaturas y era: cuando las orejas de los animales, parecían abanicar el entorno, tratando de captar las órdenes que él les daba –para obedecer ciegamente a su amo- temerosos de la vara larga que siempre portaba su dueño.
Aún siendo muletos, habían aprendido, que sus órdenes no podían ser nunca contrariadas, so pena, de llevar algunos días la marca de la vara en sus costillares, como castigo por sus indolencias.
Estaban bien alimentados desde que cayeron en sus manos, recién destetados, pero tenían que estar siempre alertas a sus órdenes, cumpliendo fielmente con sus trabajos cotidianos y, si éstos: se desarrollaban adecuadamente -a entera satisfacción de su gañán siempre podían retozar en el llano, los pocos momentos de asueto que él les dejaba o pastando a sus anchas por el perímetro de la huerta.
Sin duda alguna, Frasquito, nunca levantaba la enorme y encallecida mano de la mancera, para hacer menos sufrible el tiro del arado o rebajaba las cargas de vituallas que tenían que transportar al mercado y con gran frecuencia las tenían que soportar, en las épocas penosas de cualquiera de las recolecciones de frutos que tenían que acerca al mercado local. Todas esas tareas, los habían hecho increíblemente fuertes, inmensamente valorados entre los demás vecinos de la aldea y dignos de admirar por cualquier agricultor, que se preciara de ello; pero por muy buenas ofertas que Frasquito recibía de otros agricultores vecinos, conocidos e interesados en alguno de sus mulos, nunca llegó a venderlos, ni jamás, surcó por su mente la idea de desprenderse de ellos.
“Eran las mejores bestias de la comarca, habían adquirido la nobleza, la salud y la admiración de todos los que llegaron a conocerlos: virtudes y adornos que da el trabajo”; como él siempre refería, cuando notaba la negligencia de otros.
Los animalitos y su dueño, fueron envejeciendo al mismo tiempo y a pesar de la edad, ninguno de los tres fue negligente en las labores agrícolas de aquella huerta, que siempre emprendían con tesón y esmero. La huerta prosperaba como un codiciado y admirado vergel: como ningún otro lo hacía en toda la región.
Era tan austero y dedicado al trabajo el tal Frasquito, que ni había llegado a casarse por falta de tiempo u ocasiones o no prestarle mucha importancia al hecho de buscarse más complicaciones de las ya tenía, pues siempre se decía y lo comentaba –cuando llegaba el caso de que alguien, bastante cercano, le recriminaba su estado-: “el buey sólo bien se lame”; y sin tener descendencia directa a esas alturas de su vida sacrificada, se sentía en muchas ocasiones cansado y algo más perezoso. Había llegado el momento de ceder las obligaciones a la gente más joven –el tiempo, que lo desgasta todo- fue mermando la voluntad de aquellos seres y, finalmente Frasquito: se vio obligado a tener que ir cediendo sus tareas agropecuarias a sus sobrinos –ya mozalbetes y con muchas ganas de emprender la lucha-; más..., aunque el dicho dice: “muchos ojos ven más que dos”; lo cierto es: que al cabo de algún tiempo, los egoísmos, las disputas y las ansias de mando, empezaron a sembrar las discordias entre ellos y la ruina se les venía encima -haciendo valer aquel otro dicho, de que: “unos por otros, la casa por barrer”.
Todos se creían portadores de las mejores ideas, todos opinaban y se enemistaban sin cesar; dando pié a la intervención de algunos vecinos aprovechados; todos eran hijos de la única hermana de Frasquito, portadora de un muy honroso nombre -Democratice-, pero que era vilipendiada por aquellos robustos, mal criados y holgazanes vástagos.
Todos llegaron a rumiar sus propias ideas, con tal sigilo e indolencia, que finalmente se hicieron cargo de llevar las riendas de la hacienda a sus anchas, hasta llegar a entrampar la en grado superlativo.
Eran muchas las opiniones y el tiempo que necesitaban para expresarlas, mientras la huerta se llenaba de yerbas malas y el trabajo para erradicarlas se hacía cada vez más engorroso.
Nadie podía poner, orden ni concierto en la mal llamada –desmadrada hacienda del tío Frasquito- todos se encontraban con derechos para hacer y deshacer a sus antojos, hasta llegar a la ruina total, hasta que la huerta quedó en manos de sus vecinos, y como es lógico fueron peores administradores que los propios dueños; llegando éstos a tener que servir de obreros en sus propios predios, bajo las órdenes de sus prestamistas vecinos y la cosa no quedó ahí, sino que fueron desalojados de la propia casa y tuvieron que medrar las sobras de los nuevos inquilinos - los usureros vecinos, amigos envidiosos de su tío.
Aunque Democratice, quiso poner orden entre sus hijos, ninguno de ellos le hacía caso y terminaron todos desperdigados, metidos en turbios negocios que no viene al caso mencionar aquí, por la podredumbre que les cubría.
La huerta del tío Frasquito nunca volvió a ser el vergel de antaño y al poco tiempo de morir nuestro hortelano ejemplar, la dedicaron los vecinos al pudridero de la aldea y aquella familia de antiquísima ascendencia, desapareció de la faz de la tierra, aunque quedó su nombre en los anales de la Historia, como solar de espacio y vertedero de los aldeanos vecino.
Algunos de los sobrinos del tío Frasquito, aún perduran el pueblo, viviendo de las ayudas de algunos vecinos caritativos, sin dar ni golpe de trabajo y lamentándose de sus malas suertes; otros dos fueron pasto de la justicia por sus malas artes encausados en varios hurtos acontecidos en la aldea; pero el más espabilado se arropó con la hija de uno de los vecinos –aprovechador de la huerta de su tío- y dirige las actividades de la municipalidad con el descontento de gran parte del vecindario, aunque le va bien: pues aún no ha salido algún valiente que le haga frente y sea capaz de meterle en vereda.
La vida transcurre con la normalidad de otros muchos municipios sometidos por otros muchos oportunistas y enredadores de las masas, que nunca doblaron el espinazo.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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