Cuarto capítulo
Abrí los ojos. Me costó un poco. No entendía porqué estaba tan oscuro; sentí frío.
Los tres empezaron a lamerme, ahí comprendí que recién me despertaba, siempre lo hacen cuando esto ocurría.
Traté de levantarme, la cabeza me pesaba en forma.
Al principio creí que algo me impedía ponerme en pie, me toqué la cabeza y sentí un dolor terrible en la frente, me desplomé, el sufrimiento era inaguantable. Entonces recapacité: ¡La piedra! De seguro el golpe, al caer, me produjo el desmayo. Empecé con todo tipo de cálculos y deducciones.
Cuando me caí era mediodía, fue después de terminar la construcción de la pared... en dicho momento era de noche, bastante avanzada la hora, las estrellas titilaban en su esplendor.
Al lograr sentarme y observar a mi alrededor aprecié el regocijo de mis perros, estaban contentos, iban y venian. Al conseguir levantarme, pese al fuerte dolor en la frente, noté el molde de mi cuerpo en el terreno, allí donde estuve acostado, ello me dio la pauta de las largas horas que duró mi postración.
Me dirigí a la cabaña, el trío tras mio.
Conocedor de sus modales, deduje que bastante tiempo transcurrió desde mi caída. La puerta estaba abierta, muy extraño pensé en aquél momento.
Al acercarme me llamó la atención varias manchas de barro seco sobre ella. ¿Cuando tiempo estuve desvanecido?
El dolor aumentaba, entré y me senté.
Mechón, el más travieso se paró frente al armario de la comida, raspó la puerta una y otra vez, preguntando en su idioma -¿Cuando recibiré mi ración? – Acto seguido los otros corrieron a imitarlo.
Me acerqué a la hoguera, que por suerte no se apagó. La mantenía siempre encendida, manteniendo un gran tronco quemádose, lo cual me solucionaba la falta de fósforos y líquido de combustión alguno.
Encendí una antorcha colocándola cerca del armario bendito. Extraje de allí el recipiente con la comida seca, almacenada en cantidad por cualquier eventualidad, y repartí una buena porción en los respectivos tazones de los hambrientos.
Se abalanzaron como flechas sobre el alimento, devorándola en un santiamén. Se dieron vuelta, mirándome, y a juzgar por sus facciones quedaron insatisfechos.
–Lo lamento amigos, no se puede comer tanto de golpe, mañana será otro día, ahora a descansar, vamos, vamos...- No les gustó el asunto, pero al ver que no me volví atrás en mi decisión, optaron por irse cada uno a su rincón a pasar la noche.
En el tronco semi-ahuecado que me servía de lavabo puse un poco de agua, que volqué de otro tronco más pequeño que cumplía las funciones de depósito; al tratar de lavarme la cara noté trozos de hojas y demás suciedades pegadas, empezaron a caer pequeñas gotitas de sangre, palpé y sentí una herida en el costado izquierdo de la frente, ello era la causa del dolor. Decidí dejar el asunto de la limpieza allí. Al día siguiente, con luz natural, estudiaría mejor lo ocurrido.
En vano traté de dormir. El dolor me impidió consolidar el sueño. Opté por levantarme, y mantenerme sentado. Pretendía amortiguar un poco las puntadas en la cabeza utilizando tal posición.
Es de suponer que logré mi cometido, pues al despertar las luces del amanecer me saludaron, y tres cabezotas apoyadas sobre el borde de la cama esperaban el primer movimiento mio, para dar comienzo a un nuevo día.
Me levanté, decidí darme un buen baño. El agua fresca del riachuelo me ocasionó un escalofrió. Ya de vuelta a la cabaña revisé detenidamente la herida. Era un nada agradable tajo de unos seis-siete centímetros que comenzaba justo encima de la ceja. Dos o tres puntitos aun no habían cicatrizado, alrededor de ellos una costrita amarillenta. Con seguridad, infección.
Era muy lógico y además muy serio, teniendo en cuenta los escasos recursos a mi disposición para el tratamiento de estos problemas. Me conformé con un poco de pomada para quemaduras, así lo creí, que unté sobre una franja de sábana vieja, pero limpia. La convertí en turbante alrededor de la cabeza. Rogué que unos días serían suficientes para la curación.
Repartí la comida a los pichichos, desesperados como siempre, y me dediqué a preparar el desayuno, pues sentí que desde hace tiempo no probaba bocado.
El resto de aquella mañana, la dediqué a revisar el flamante dique. Mientras en ello estaba, el cielo empezó a ennegrecer, aparecieron unas decenas de apresuradas nubes, con seguridad proveedoras del preciado líquido. A los pocos minutos decidieron arrojar su contenido.
CONTINUARÁ
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Comentario
Amigazos ELÍAS y CRÍSPULO, ya está publicado el último capítulo,,,,
te sigo con atención
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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