Prólogo del libro Horror de ángeles, de Josué Trejos, publicado por Poiesis Editores. Ronald Bonilla.
Pero vino Josué Trejos Campos con estos poemas bajo el brazo y se salían los ángeles como fantasmas heridos de sus palabras, húmedos de horror, quizá porque a este muchacho, (muchacho que se ha hecho grande dentro de sí), le asedia esa oscuridad que simbolizan los ángeles cuando olvidan su oficio de cuidadores, o se lo arrebatamos. Esa pulsión entre la luz y la sombra que a veces no podemos integrar, es lo que canta el poeta urbano, adolorido, desde sus primeros Poemas (2015) por el absurdo, la incomunicación, la fragmentación de la sociedad y el ser. “Nada pude hacer, este hombre impotente /cojea en su dolor”. La impotencia del hombre se traslada a Dios que llora.
Pero vamos ahora a este Horror de Ángeles, que nos ocupa y corrobora un camino de búsqueda de la madurez dentro de esos resquicios de penumbra. Un poeta más logrado recoge de los versos una forma de dialogar, a veces con alguien muerto, porque quizá llame la atención poderosamente lo gótico y Poe y su banda de visitadores de cementerios se reúnen bajo las nieblas de Cartago, quizá con algunos modernistas como Darío o Troyo: “Cuéntame si alguna vez tu vida / fue menos aburrida que estar durmiendo con gusanos”, dice su poema “Estaba ebrio al tropezar en tu sepulcro”. Con versos como estos se inicia la primera parte de este poemario, denominada Rostros en la pared, que también recurre a un macabro informe o libro que hacia el final del texto se clarificará.
Quizá me identifico con Josué porque yo también me concebí señalado por la marca de Caín, me dije ser uno de los “caínicos doblados” en un viejo poema de juventud. Josué creó cuarenta años después un colectivo llamado Los hijos de Caín en la ciudad de Cartago. He ahí parte del paralelismo. Por mi lado, llegué por fin, entre esas contradicciones, a pensar que el poema me podría servir para unir la sombra con la luz, pulsando las fibras descubiertas por Jung, aún enmarañadas por el poco conocimiento que tenemos de nuestra propia mente. Dentro de esta tesitura, quizá regodeándose más en la oscuridad, Trejos Campos se debate entre demonios y ángeles, es “el oscuro”, como titula uno de los poemas, donde también se autodenomina el Alfa, y luego invierte el proceso de la creación: “De mi costilla nació tu creador / y yo soy tu final, / la fragancia oscura.” Versos donde el oximorón final suaviza toda oscuridad.
Dentro del mundo del romanticismo gótico, debemos señalar la presencia de los poetas malditos como Badeulaire, Rimbaud y Lautreamont, los ingleses románticos cercanos a los lagos tristes, Keats, Heine, Wilde y otros, la norteamericana Dickinson, haciendo de la melancolía, el humor negro de la bilis, el proceso de la poesía del amor y la soledad, en pulsión complementaria, así como los poetas de las tormentas y las calles presurosas, alemanes como Goethe en sus inicios, Schiller y otros. Esta dura melancolía, amante de la necrofilia, que esperaba el llanto de los amantes ante los sepulcros del poeta, también surca hacia España donde Becquer, Rosalía de Castro, también se emparentan con latinoamericanas como Delmira Agustini, Storni y luego Pizarnik, para indagar entre las sombras de senderos sinuosos, o para cantar el amor-desamor y el paso de la luna entre ramajes y torres desoladas. Lo gótico tardío es una pulsión natural de mucha poesía actual, por qué no pensar en voces, casi siempre marginales de la poesía del mundo, y en Costa Rica en poetas de todas las edades y entre ellos, muchos jóvenes que recorren caminos dolorosos y decadentes, quizá porque hay derecho de sentirse sin asideros, porque se deben expresar esas fases escatológicas finiseculares y sin utopías, aún cuando maldigamos la existencia de tiranos de la vida personal y política de nuestros países. Recojo estos pasillos con la mención de esas voces, porque Josué no es un caso aislado: Bukowski, entre rendijas de luz, se rendía, ya no a la bohemia, siempre tentadora, sino a la falta de espacios para respirar las fragancias de las flores campestres y con sobrados espacios solo para percibir el hedor y la putrefacción de caminos que no parecen tener esperanza, calles entre potes de basura que se desparraman, jeringas usadas en los recovecos y hospitales, ropas abandonadas, licores subiendo a los pisos altos donde debiesen verse solo las estrellas.
Los llantos de Poe numerados son una recurrencia donde también laten los nombres de mujeres como sucedía con las damas del poeta inspirador. La que pudo ser cordial mención de los parientes, tíos, madres o de las novias que partieron de la biografía hacia la estancia de un más allá desolador, o de los poetas amigos hendidos en las tinieblas de Baco, se han vuelto dedicatorias dolorosas, reclamos absurdos, homenajes sin sentido.
La desolación no tiene a Dios, pues Nietzche ya sentenció su muerte, no porque lo quiso, sino porque lo advirtió, queda entonces acaso un policía a quien convocar o a una mujer que nos recuerda. “Todos beben y apuestan con sus ángeles / y a mí me ignoran, / tal vez después de que lean esto / ya nadie pueda ignorarme.” Por eso, esas menciones como cuando se habla del poema de Darío y la identificación plena: “Yo soy las ruinas de Cartago”, nos regala aspectos de la biografía personal del bardo quizá, pero sobre todo la visión apocalíptica de gran parte de la juventud actual, donde no tenemos salida y somos tan ínfimos que ni siquiera en la catarsis de la palabra hay consuelo.
Me maravillo sin embargo porque hay el oficio del poeta, incluso en la prosa, donde Trejos Campos hace su odisea, y demuestra con la intertextualidad helénica los bagajes de una cultura vasta, de lecturas bien asimiladas y ahora utilizadas como subterfugios para decirse a sí mismo y a los otros, a los que de alguna manera representa con su ánimus-mundus. También debo mencionar poemas donde se rompe el lenguaje con el uso de las expresiones del nadsat, lenguaje inventado por Anthony Burguess, a quien junto a Robert De Niro dedica el poema ¿Me estás hablando a mí?, lo que sirve para afirmar mejor la distopía propia de esta búsqueda que nos lanza a los callejones sin salida.
Así, lo cinematográfico, las menciones a ciertos artistas de la música y lo beat, y los escritores mencionados, Bunbury entre ellos, son parte de un mundo que sirve para dar un ambiente, que si bien, no es fácil asimilar, ha de percibirse como un entorno de oscuridad que solo puede salvarse ante el horror de los ángeles, si nos percatamos de que hay almas latiendo desde esas oscuridades y que la letra es al fin un camino para señalar el desarraigo e intentar asirse de una cuerda delgada de sanación. Por eso, la segunda parte del libro Psicópata, poemas para recordar que con una nota aclara quien es Otto Vargas Masís, autor del epígrafe de la primera parte, para quienes no lo sabían, escritor del libro El psicópata: Los expedientes Desclasificados, de la historia sangrienta de nuestro propio país, tiene ese subtítulo: recordar, no olvidar, no dejar desamparadas las víctimas de los procesos terribles que la sociedad produce ante el horror de las personas y de los ángeles que aún bullen entre nosotros. Este segmento todavía más necrofílico debe tener un propósito; no es un festejo, es una alegoría para denunciar lo que viaja debajo de la piel de quienes encuentran en la muerte un ejercicio lúdico para agredirnos a todos.
RONALD BONILLA
PREMIO NACIONAL DE CULTURA 2015
Comentario
Gracias, Críspulo, abrazos
Gracias por destacar este ensayo, abrazos
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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