El domingo último, como cada dos semanas, fui al cementerio a llevar flores a mis padres. La ceremonia fue la misma de siempre. Limpié el lugar, le di brillo a los bronces, cambié el agua de los floreros y acomodé en ellos, las flores y los helechos. Y cuando me dispuse a orar por su descanso eterno, algo ocurrió. Próximo a mí, escuché a un hombre llorar sin poder disimularlo. Lo había visto al llegar, sentado en un banco frente a una tumba, con una rosa roja en sus manos. Dejé mi oración para después e intranquilo por lo que había observado, me acerqué a él con la intención de atender lo que le sucedía. El hombre lloraba desconsolado. Le pregunté en qué podía ayudarlo y me pidió disculpas, como si eso que le estaba sucediendo estuviera fuera de lugar o no correspondiera. Con la intención de saber un poco más, observé la foto en la cruz al frente de esa tumba. Era una mujer.
- ¡Se fue la luz de mi vida!- Me dijo con los ojos envueltos en lágrimas, al ver mi atención en la foto.
- ¡La quiso mucho!- Dije sin saber qué otra cosa decirle.
- ¡Más que a nada en este mundo!- Casi balbuceó, antes de llorar de nuevo.
Me senté a su lado, pasé un brazo por sobre su hombro y traté de consolarlo como pude. Pero nada pareció ser suficiente para sacarlo de ese estado.
- ¡Vamos hombre! ¡Tiene que ser fuerte! ¡No puedo imaginar su dolor, pero, piense en el tiempo que pasaron juntos!- Le dije como si supiera de qué se trataba y enseguida lamenté haber hablado de más.
- ¡Usted qué sabe!- Me respondió, con la voz quebrada.
No quise agregar nada. Me había metido en cosas que no debía y, de seguir, sólo hubiera conseguido empeorarlas. Me quedé callado a la espera de que el hombre saliera de ese estado. Entonces, se notó a las claras que necesitaba sacarse un peso de encima. Habló de cómo se conocieron; de cómo tuvieron que ocultarse de un mundo que no hubiera comprendido qué les pasaba. Habló de un amor incondicional, contra viento y marea; de cómo no pudo estar con ella en sus últimas horas. Y habló de lo que más le dolía, de no haber podido darle un último beso, aun sabiendo que a ella ya no le quedaba más tiempo.
Sin tener muy clara esa relación entre ellos, decidí entonces acompañarlo en silencio, mientras el hombre siguió llorando, inmerso en sus cuestiones. Y así estuvimos un rato hasta que se paró de golpe, apoyó la rosa sobra la tumba y caminó rápido hacia otro sector del cementerio, a varios metros del lugar. Lo seguí sin entender el porqué de su actitud. Lo agarré del brazo, lo detuve y traté de averiguar qué le pasaba. Me pidió que siguiera, que me callara y, casi de reojo, miró hacia el lugar que acabábamos de dejar. Hice lo mismo y pude ver llegar allí a un hombre y a un niño. Parecían hablar, como intrigados, de esa rosa roja que ya estaba sobre la tumba de la mujer. Y enseguida, tras un breve un instante de desconcierto, tal vez, hicieron la misma ceremonia que un rato antes había llevado a cabo en la tumba de mis padres. Confundido por eso, me di vuelta y miré al hombre, pero él escondió la mirada.
- Usted me va a disculpar, pero, no entiendo ¿Qué pasa?- Le pregunté extrañado por lo que estaba ocurriendo.
Una última mirada suya, antes de irse, con mucho de dolor y algo de vergüenza, bastó para que pudiera atar cabos. Como una película frente a mis ojos, imaginé cómo habían sido las cosas. Entonces, entendí de qué me había hablado el hombre, un rato antes, cuando tuvo esa necesidad particular de manifestarme todo lo que se había estado guardando.
Caminé hasta las tumba de mis padres. Oré por ellos y me dio por hacer lo mismo por esa mujer que no conocí. Y cuando me di vuelta para irme y vi al otro hombre y a su niño sentados en silencio en el banco frente a su tumba, y a las flores que trajeron, mezcladas con esa rosa roja que ya estaba en el lugar cuando ellos llegaron, comprendí como enreda la vida a los hilos del amor.
Norberto Calul
Argentina
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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