Era una fría y oscura noche de invierno cuando el Bus de las Once llegó a la solitaria parada en el corazón de un pequeño pueblo. Los lugareños apenas lo mencionaban, pero se decía que aquel bus tenía un aura de misterio y desgracia que lo rodeaba. Solo los más valientes se atrevían a abordarlo.
La lluvia caía sin cesar, y los pasajeros que esperaban refugiados bajo sus paraguas parecían impacientes y nerviosos. A medida que el bus se acercaba, una extraña sensación de inquietud se apoderaba de todos ellos. Era como si el tiempo se detuviera y la normalidad quedara suspendida.
Finalmente, las puertas del Bus de las Once se abrieron de par en par, revelando un interior sombrío y misterioso. La única luz provenía de las tenues lámparas del techo, que creaban figuras fantasmales en las caras de los viajeros. Con un suspiro colectivo, los pasajeros subieron al autobús, cada uno buscando un asiento solitario y apartado del resto.
El conductor, un hombre alto y delgado con ojos penetrantes, cerró las puertas y arrancó el motor. A medida que el bus avanzaba por las calles oscuras, la tensión se hizo palpable. Miradas furtivas se cruzaban, pero nadie se atrevía a romper el silencio opresivo. Después de un rato, una voz trémula se elevó en el autobús. Era un anciano de aspecto cansado y demacrado. Su voz temblorosa narró la historia de un terrible accidente que había ocurrido hace años, en el que un autobús idéntico al que ahora viajaban había chocado contra un camión en esa misma ruta. Todos los pasajeros habían perdido la vida esa noche fatídica.
La historia dejó a todos los pasajeros sobrecogidos y llenos de pavor. A medida que el relato continuaba, el autobús parecía volverse más oscuro y opresivo. Las ventanas se cubrieron de una niebla espesa y las luces comenzaron a parpadear de manera inquietante. El conductor parecía ajeno a todo, concentrado en el camino, pero su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y preocupación.
Uno a uno, los pasajeros empezaron a desaparecer. Algunos se desvanecieron en el aire, mientras que otros simplemente dejaron de existir. Los gritos de terror llenaron el autobús, pero nadie parecía poder escapar de aquel destino macabro. La tensión alcanzó su punto máximo cuando solo quedaron dos pasajeros: una joven asustada y un hombre de mediana edad. Se aferraron desesperadamente a la esperanza de salir con vida de esa pesadilla. El hombre decidió enfrentar al conductor y exigir respuestas.
Cuando se acercó al conductor, vio reflejado en el espejo retrovisor un rostro demacrado y sin vida. El conductor era un fantasma, condenado a repetir el mismo trayecto una y otra vez por la eternidad. La joven y el hombre entendieron que no había escapatoria.
En un último acto de desesperación, se tomaron de la mano y saltaron juntos del autobús en movimiento. El impacto fue brutal, pero al menos estaban libres de aquel tormento. El Bus de las Once continuó su viaje en la oscuridad, llevando consigo su triste carga de almas perdidas. Y así, la leyenda del bus maldito se perpetuó en el tiempo, convirtiéndose en el peor de los temores de quienes se atrevían a hablar de él.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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