(Armario secreto)
Alejo Urdaneta
CARTA PARA UN RETRATO
Querida inolvidable:
Disculpa el tono impaciente y minucioso de esta carta que te escribo a la hora de las nostalgias, cuando nos dejamos llevar por la ausencia, eso que llamamos recuerdos y queremos remendar con palabras y con imágenes. Quería escribirte desde ayer, después de haber leído tus nostalgias de la adolescencia.
Ahora te escribo y lo hago como si fuese un cuento, sin orden ni razonamientos, porque deseo comunicarte la emoción de vivir también yo esa época de sentimientos desordenados que despliega la memoria, ese resquicio por donde se cuelan recuerdos de sucesos que creíamos olvidados.
Imagino estar a la puerta de tu casa, y tú allí para recibirme. Eres entonces anfitriona en el silencio sólo cortado por el rumor de la calle poblada de árboles y pájaros. Llevas contigo el silencio y los ojos curiosos que todo lo buscaban en el remolino de tus meditaciones. Persigues el secreto de la vida.
Te imagino ahora, como tú misma lo evocas en la carta, en la edad del florecimiento. Definías formas y emociones, y la belleza que rodeaba tu alma y tu cuerpo era el medio que yo tenía para recibir el impacto del espíritu a la temprana edad juvenil: tu belleza era la única forma de lo espiritual que podía recibir con los sentidos, sin que perdiera el dominio de la voluntad. Podíamos estar cerca porque nos unían gustos comunes. Iniciaba yo la primera juventud, y entendía en aquella época que si lo divino no se nos presentase mediante la impresión estética de lo bello, nuestra fuerza amorosa se disolvería y sólo tendríamos la nada. Ahora te lo digo en esta carta, cuando estás lejos y no puedes mirarme a los ojos.
Ya no eres la adolescente callada, y tampoco juegas. Tus ojos no hablan de juegos. He venido a visitarte por primera vez en tu hogar.
No ha cambiado tu casa. En todos los rincones suenan relojes, cada hora y cada día, algunas veces a deshoras. La mañana está abierta en tu ventana, con cielo de plata azul, y se escucha el bullicio de los pájaros en el parque cercano. Te hallé, como siempre, ensimismada en un recuerdo que no precisas, evocación de algo que vendrá. Se me ocurre que percibes un castillo de escarcha en los adornos del salón, y los ruidos tenues de la mañana pueden ser el batir del viento en un desierto de tormentas.
Te dije muchas veces que me parecías colmada de soledades, ecos de voces que saltan de los retratos enfilados en las paredes del salón.
El saludo fue breve y no encontraba la manera de abordar el tema de mi visita. Para entrar en la conversación recordé episodios banales, de esos que se pierden y nos deprimen por su vacío. Bajabas de prisa unas escaleras de laberinto que bordean espacios de vidrio. El recibimiento fue recatado, cosas de la edad.
Y ahora estamos cerca de nuevo, con el tiempo a cuestas, y sonríes ante mi relato pretencioso que busca romper tu silencio.
Parece ahora que cantaras desde el fondo de tu nuevo mundo irisado en cristalería de nieve. Con tu voz se funden los glaciares. En tu rostro sólo se ven los ojos, curiosa luz en la penumbra, y tengo la copia de un poema que te escribí de niña:
SE ENCIENDE LA LUZ EN DENSA SOMBRA
Y SE HACE SILENCIO DE BRASAS EXTINGUIDAS
MIENTRAS ENCANDILA EL FULGOR
DEL ÁMBAR DE TUS OJOS.
En tu nombre está lo que el ser humano ha buscado siempre: la lucha por la libertad y la verdad que no se interroga. Has defendido con tu fuerza la libertad acosada: la del arte, como lo hizo el gran guerrero protector del hombre. Están en ti los mitos que traes en la sangre y se nos revelan en los amores prohibidos, la belleza como única expresión del alma, el deseo y la virtud. Palabras sabias. Y tú tienes también este nombre: Sabiduría, en el brillo de los ojos, en el silencio que encierra toda la luz en un pozo, allí en cuya profundidad palpitan a pleno día las estrellas. Di la palabra Sabiduría y sabrás todo.
Estabas hace mucho tiempo a la puerta de la casa de la infancia que mira al río, con un fondo de historia sobre los hombros. Eras tímida en un bosque de sonidos y no cediste tu silencio.
Decidí visitarte como un duende sin nombre, porque con el tuyo como símbolo basta. Sabio encanto hace tu sonrisa en ese encuentro, labrados en la corteza de un árbol en el bosque sonoro donde las sombras seducen.
Estás ahora frente a mí después de mucho soñarte. Eres la misma y eres otra, más fértil, siempre enigmática. Y debes hacer tu legado: el espejo guardado en tu armario, las flores del labrantío donde laboran las abejas. Y también legarás tus dudas, la venturosa caída a la pasión que suscitas, el resplandor de los ojos en la oscura noche inabordable.
Llegaste a la plena feminidad. En nuestro hallazgo te vi los ojos que cintilan como luces en un lago. Tienes el trofeo que enaltece a toda mujer: la sagrada sensualidad, la turbación ante el asedio a tu alma. Despojaste de rubor la expresión de tu rostro, abrazaste todas las ofrendas, y ahora ya no estás a la puerta de una casa ni vigilas el curso de las horas que caen de la torre. De ahora en adelante despertarás con la fuerza de la pasión, y las imágenes que te asedien danzarán en el retablo de El Bosco. Eliges. Eres dueña y todos te rinden honores.
Al despedirme y en el regreso a casa, venía ya pensando en la carta que te escribiría para celebrar el encuentro. No pude hacerla con el tono que dejaste en mi ánimo, de confusión y ansiedad. El gran silencioso, el gran transparente abandonó sus brumas para imaginarte otra vez. La palabra de mi carta sería una evocación de algo que nunca sucedió.
Te dejo estos sueños que deseo lleves a tu noche.
Tuyo
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Hermosa carta donde se puede encontrar el latir de un corazón enamorada del amor a la vida, Felicidades y mil bendiciones
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