Mujeres consustanciadas, espejos de dos tiempos.
Disertación en presentación del poemario Vida ávida de Marita Palomino, del Perú. 2018, relizada en la Biblioteca Nacional San José. Participó ademá de la autora la poeta Lucía Alfaro.
Marita Palomino es una artista plástica muy reconocida por sus propuestas llenas de color y sugerencias temáticas donde lo femenino prevalece. En su país, el Perú, donde su sangre incaica impone una lectura atenta, se conoce como una pintora y ceramista que también ha sido poseída por la musa de la poesía y también se ha convertido en musa danzante.
Es entonces una pintora que también canta con las palabras. Esta vez se dejó subyugar por la novela inolvidable de Gustav Flaubert, Madame Bobary, en especial por su personaje central, también inolvidable, Ema Bobary.
Su yo lírico fue poseído por esta figura de la literatura del siglo XIX, Marita la trajo a vivir entre nosotros, al pleno siglo XXI, porque como arquetipo femenino Ema ha renunciado a que le digan loca o vil. En este poemario su esposo, sus amantes, no pueden encasillarla porque la pasión hoy en día puede vencer todas las persecusiones y todos los prejuicios.
La poeta peruana está en Ema, Ema está en Marita, como está sin proponérselo en la mujer contemporánea, que reivindica para así su derecho al disfrute, a la vida, su deseo de ser, de estar, de asumir el cuerpo, no solo de parecer, no es ya más objeto, es sujeto de su propio destino. Por eso el canto de la poeta Palomino la reivindica, la reinventa, la instala de nueva manera en el arquetipo colectivo.
Si tuviera que hacerla en cerámica, como suele también expresarse esta artista polifacética, le daría movimiento con su soplo, como lo hace con sus versos.
Vida ávida, este título tiene varias lecturas. El adjetivo ávida para la vida de la mujer, es fundamental. El deseo es búsqueda de realización. Pero también indica o presupone un traslado, un tránsito de una vida a otra, como ha sucedido con esta alquimia que nos propone Marita, donde la consustanciación de dos mujeres, una del siglo XIX y otra de la contemporaneidad, se da en ambos sentidos. Este juego de espejos o espejismos, se revelará en el poemario.
Cuando se dice “no soy página en blanco”, se sabe parte de la literatura, pero sobre todo protagonista dinámica, esencial de la vida, y esto es válido para el yo lírico y las mujeres que representa. Por eso: “Cada ojo que vea lo que quiere ver”. Y por eso esta otra afirmación: “viva cada quien así, / como mande el viento.”
El sol y el paisaje representan al yo lírico, femenino, inconforme, buscador, al tú le asigna las lunas adormecidas.
El tú, “torcido de boca, estirando el pescuezo” y quien es considerada hoy más como anti heroína de la épica moderna
“Yo soy la heroína
de todas mis historias.”
Sin duda, en estos versos hay un clamor que huele a libertad. Ema en estos versos es propietaria de sí misma, pero a la vez la desposeída, por eso clama:
“Sólo alcancé a ser / un animal que sueña”.
En otro poema denominado Diatriba, aludiendo a un nuevo género poético en boga, se describe a Charles, el esposo, como “insulso Señor de la Nada”.
No sin razón, Flaubert diría un día: “Madame Bobary soy yo”, porque los sueños de amor y libertad le pertenecen al género humano, aunque aquí se representen en la mujer, como símbolo de la mayor represión a que ha sido sometida una especie o una supuesta minoría.
En este poemario, el matrimonio es la casa vacía que en poemas posteriores de este libro se tornará en una caja vacía. La diada, esa rara unión, es luego una triste caja a la que roban poco a poco los sueños. Quizá diada signifique también el día a día en la rutina, como se percibe en el poema Indúbita, un reclamo de la flor que se siente marchitarse poco a poco. Es cuando devienen las ausencias:
“en esta caja vacía, / que es mi cuerpo, / colina de miel, / herida por tus fuegos”.
En otro momento, más adelante en el libro, en un poema al vocativo Charles, las manos de Ema son esa caja vacía.
Pero la mujer piensa en las ventajas del hombre, él sí puede gozar sus victorias. La índole de la discriminación sexual sale a flote:
“Debí ser hombre,
no se acepta
que siendo mujer,
en las cimas,
en los abismos,
en retazos de piel,
haya gozado mis victorias”.
La mujer reclama una necesidad de esposo, de compañero, que debe ser diferente¸ usando como vocativo a Charles, le dice: “Te soñé rebelde / tirando tus dados al vacío” Es decir, también lo imprevisto, el azar, la aventura se le reclama al varón. Luego de ese poema, vine otro donde la voz de Charles es la que habla, como hablarán luego sus amantes: “no veo lo que ves, /no comprendo lo que quieres. / Hijo de un Dios opaco, soy”.
Las alusiones a un dios que debería ir en minúscula se verán luego contradichas con una oración de Ema, al Dios del monoteísmo que se profesa: “el silencio de Dios / es antigua costumbre” (In mutis).
El cuerpo de la mujer se representa en la metonimia de las piernas, que se metaforizan en flores. Esta mención de las piernas se presenta en dos o tres ocasiones.
La mujer empieza a mirarse, quizá con los ojos de la otredad, se condena a sí misma, porque no comprende sus propios impulsos:
“Soy Emma, mala copia,
sombra de la sombra de aquella
que es amada…”
“…en las amarillas páginas
de mis libros”
Otros personajes aparecen como Felicidad, la empleada, la sierva. Su felicidad, dice “es otra forma de ceguera”. Quizá porque los personajes femeninos deben ser percibidos en la ceguera. También el yo lírico, Ema, le habla, le susurra a su perra Djali; “de mujer a mujer”, y se revierte el papel: “Soy yo el animal / que batalla en sus deseos”.
Así se va completando la alusión a toda la novela, vivencialmente en sus personajes, casi siempre desde la perspectiva de la mujer infiel.
En varios poemas el tú lírico es su amante Rodolfo, él sí debe aprisionar la desnudez de su amada: “Quiero mostrarte / la nácar bandera de mis carnes.”
La referencia asume el cuerpo en la mirada del otro, se dice la Papisa, y se siente bella en su desorden.
Y el cuerpo del amado se vuelve suyo, como cuando un ceramista hace suyo al barro y lo moldea. Esta imagen nos remite a pensar en los elementos que sabe manipular en la vida propia, la poeta Marita Palomino. Por eso, asumir y hacer suyo un personaje de ficción, es una revelación de la propia existencia de la mujer actual. Es en el poema Piel de abismo, donde se asume el erotismo como forma de expresión de lo femenino en libertad. El erotismo se vive como una liturgia como se manifiesta en otro poema así denominado.
En el poema Certeza, el falso destello y por primera vez el símbolo del espejo, que es fundamental hacia el final de la novela, deviene para buscar la salida.
Luego en Palabra Leve, habla el amante Rodolfo de nuevo:
“lo tuyo debe ser la fiesta / de quien ama su dolor”. Él piensa que ella revisa sus heridas, ella había dicho que las lamía, en una metáfora faúnica. Por eso en su poema Demente de cuerpo, se reafirma: “Tengo un animal en mi cuerpo,” y también, en forma clara se alude al sexo:
“Tengo a ese animal / entre mis piernas.”
Cuando la voz masculina vuelve a tomar la palabra, siente la fragmentación de lo femenino y se devela a sí mismo en la pasión, en la consumación y el misterio.
Hay dos poemas al vocativo León, el personaje que piensa que la ama: en él la mujer se siente sensata y de ojos abiertos: “copa propicia soy / para otras manos”
Quizá, el más bello poema de amor de este poemario es Speculos. Con franco erotismo la mujer juega con su propio cuerpo y la voz masculina se complace en ella y cuida sus secretos:
“Perezosa de alma,
ya rendida,
recoges tus pechos,
te acaricias…
…Soy silente cuidador de tus secretos,
tus minucias, tus deleites.”
Pero dejando a un lado, lo temático, hay que destacar algunos elementos retóricos y fónicos, como reiteraciones y rimas cercanas:
“Esta tarde, es ya tarde,
en los cielos.
En los púrpuros reflejos
de tu ausencia,
negra, es como sombra,
que te nombra.”
O esta otra imagen que acude al tópico literario: “aleteando mis alas rotas”, solo salvado por ese gerundio que insiste en la reiteración.
La metaforización del instante reflejado en la naturaleza también acompaña a la voz lírica: “caes serpentina / en tus chasquidos” Aquí habla de una hoja que se desprende. Se vive el instante y la eternidad en ese elemento que se describe en movimiento, en baile.
En esa búsqueda metafórica acude al color negro como símbolo preciso del marido que duerme y ronca: “Esta noche es / boca negra de un animal”.
También se juega con los títulos que convocan la paranomasia, como en Efímera Efeméride, donde el atrevimiento expresivo rebalsa la corteza de realidad para ir a la esencia, a la trascendencia del drama: “Toda belleza muere al pasar /a una segunda mirada.”
Y ante la noche consustanciada como la noche de la voz lírica, se justifica: “Sólo corrí tras de lo que amé / fue mitad verdad, / mitad espejismo”, donde de nuevo la imagen reflejada se mira no solo en el texto literario sino también en la obra pictórica y gráfica que va, paso a paso, vida a vida, acompañando los poemas en este tomo tan bellamente publicado por Grupo editorial Arteida, que son instantes de los personajes.
Ema va a su decadencia, la voz lírica fundamental no encuentra más salida. Hay incomprensión y dolor. “Extranjera de mi cuerpo”, se dice. “Porque, sin pausa, / caminé de espaldas.”
“Sin mayor enemigo
que mi sombra,
necia fui,
amé siempre lo que no poseía,
al hacerlo mío,
lo volví polvo.”
Y por último la muerte, el veneno, la salida, desde una voz lírica que ahora utiliza el vocativo, el tú, para dirigirse a la propia Ema, en un recurso de identificación con el personaje asumido:
“ He visto a la muerte
posarse en tus ojos,
tus ojos de bellas perversiones.
Blancos tus labios de arsénico,
el despido”.
“Tan fácil era entender,
bajo la luna
que los días sin amor,
de muerte están llenos”.
Abordando ya el final del poemario en Extrema-Unción, se representa la mujer en una danza y en un incendio: todo arde. Estamos ante la condenación:
“con la belleza
ardiendo en mis ojos,
desnuda de manos,
bastarda, sola…”
El fuego se extingue, queda la ilustre ceniza que quiso celebrar la victoria. Luego el Epílogo:
“Tengo aquí a mi lado,
la muerte como hermana,
blanca y en polvo.
…todo es como música que pasa.”
Ya nadie puede juzgarla. La muerte y las batallas que se dieron tienen una solución de continuidad: “La marcha de la muerte es, / venerable, / se lleva consigo / las batallas.”
Aún hay más corolorarios: el llanto de Charles embellece su cuerpo extinto. Ella, la buscadora de imposibles, ha caído. Vivió aquí, “besando en mis espejos / retazos de tu sombra”. Porque quizá el yo lírico solo sea un libro, una mujer, un arquetipo.
Por último, al final del poemario, se recogen otros poemas de la autora, quizá para hacer un parangón con el personaje principal de Vida ávida. Aquí el erotismo sirve para identificar a la mujer, más allá de los tiempos que devienen y se abren con nuevas interrogantes, con mayores retos para la convivencia de hombres y mujeres sobre este planeta, y quizá más allá, donde ya no haya culpables y culpados. “Un líquido tibio / bajando por mis muslos, / la culpa toda / instalada en mis espaldas.”
Y en esa muerte de la comunicación: “A la hora de la urgencia / en las tinieblas, en el sismo, / cuando todo arda, piensa en mí.”
Esos son momentos de la magnífica poesía que nos entrega Marita Palomino del Perú en su nueva publicación y que ya nos anuncia su nuevo libro de poemas: Convicta y confesa.
Premio Nacional de Cultura 2015
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