Yo las quiero vivas,
yo las quiero libres,
que surquen el poniente descalzas o en tacones,
que dejen al viento mover sus faldas,
que se besen o nos besen, que amen
como si mañana todo se acabase.
Yo las quiero como son, brillantes,
las quiero como son, geniales.
Y que lleguen y nos den el pan de sus labios.
el amasijo tierno de sus manos,
el alimento imperecedero de sus almas.
Yo las quiero, buenas o no tanto,
bellas como son por siempre,
creativas y furiosas, serenas y especiales,
saltando entre los charcos del silencio,
jugando entre las risas de los niños,
con el regazo suave de sus olas inmensas.
No les pido castidad sino pureza,
no les pido perfección sino la gracia.
Les doy mi palabra de respeto, mi pan cariñoso,
mi surco de amor contra las guerras,
mi abrazo solidario entre la noche,
mi sed en el camino para saciar su sed,
mi canto entre su canto como hermanos.
Les pido perdón en nombre de todos ellos,
los que las violentaron, las despreciaron e insultaron.
Erijo un altar con mis abrazos
para que sean esos ángeles de Dios en la caricia,
en la música y el verso,
ese acierto de lucha por la utopía
de vernos crecer unidos y fraternos
construyendo el alma del futuro.
Yo las quiero frescas en la brisa,
ovilladas en la noche con sus oraciones.
Yo las quiero vivas, libres, inclusivas, locas
o prudentes,
con sus ojos despiertos para el hijo de todas
dirigiendo al viento y sus caminos.
Vigésimo sexto movimiento (a HIPATIA, canción pagana)
Nadie merece la piedra que te mata,
alta desnudez con que la ciencia clama
a su más digna maestra entre los hombres.
Nadie merece la lápida de tu pureza
ensangrentada,
ven de mi lado al lado de esta memoria;
el templo de nadie puede ser violentado,
deja tu sello en la augusta corona
que incita a la turba del odio procaz;
todos merecemos tu nombre de gracia,
la biblioteca tañendo con su ruido de papiros;
nadie merece que se caigan sus muros
en mi ciudad o en la tuya
que resguarda la vida como se resguardan
los ojos de la inspiración,
todos merecen la sed de tu palabra,
nadie merece la piedra en tu sangre,
el cuerpo tallado por la muerte
en sus íntimos huesos y músculos rotos,
todos merecen la flor en el viento
izando la savia de un mañana de dioses.
Vivan los que nacen en la voluntad
solidaria del beso.
DE MI LIBRO INÉDITO ALTAR DE DESCONCIERTOS
Sétimo movimiento (a Carmen Lyra, responso a la Patria)
¡Cómo querías morir en tu país
de verdes y trágicas distancias!
¡Cómo, Maestra, querías venir a ver florecer
las florecillas y los niños que amaste!
Cómo querías, inteligencia de la esperanza,
venir y amar de nuevo a tus soldados pobres,
venir y acabar de una vez por todas,
de soterrar la ignominia, de vencer las poleas
que ultrajaban a la gente humilde de tu pueblo.
Camarada del ansia, compañera,
tú quisiste tanto…tanto te ofrendaste,
¿Acaso podemos exiliar los huesos?
¿Acaso podemos repatriar tus ansias?
¿Acaso podemos desterrar el destierro,
insertar el abrazo contra la tortura,
insertar un beso que alimente
a todos los tristes de la tierra?
Aquí seguirás bañando a los niños sucios.
Aquí seguirás dando cucharadas a los desvalidos.
Aquí seguirás contando los cuentos
de las abuelitas nuestras,
aquí seguirás amando,
seguirás cantando internacionales
para la hermandad,
proseguirás tu desfile con los trabajadores,
aquí serás la poeta de la prosa que soñó Gabriela,
aquí no habrán esqueletos desvencijados
por el odio,
cuando triunfe tu sed de mariposa.
DE MI LIBRO INÉDITO ALTAR DE DESCONCIERTOS
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