Disertación sobre el libro antológico de Edmundo Retana, Como quien toca el silencio. Ronald Bonilla. Nov. 2019, APARECIDO EN PERIÓDICO UNIVERSIDAD en dic. 2019
“Como quien toca el silencio”: con esta sinestesia, Edmundo Retana nos convoca. Es un poeta, todo lo sugiere con pocas palabras, pero no por ser sencillo se es menos profundo. Escribo esta reseña con la idea de que este paratexto, nos ayude a viajar hasta nuestros propios silencios. Debo felicitar a la Editorial de la UNED, por la bella edición, y al gran artista plástico Eddy Castro, por sus bellísimos dibujos.“En esas cartas se rompen los espejos y está mi hijo mirándome más allá del miedo”, nos dice el poeta en un claro afán de hacer vivir su sentimiento de desolación, en esas cartas que nunca envió. El silencio se transmuta en palabras para ser leídas, compartidas, desde la hoja arrancada al árbol con una buena excusa, producir la comunicación, establecer el diálogo y que le completen los poemas aquellos lectores que urdirán en sus versos, como en sus propias vidas.
Luego de nuestra generación, que en los años sesenta y setenta producía una lírica profusa en metáforas y, a veces excesiva, en su afán de sugerir y decir y proclamar y establecer el canto, nos prosigue una generación de poetas más parcos: pienso en Vilma Vargas, Edmundo Retana, Silvia Castro, Erick Gil Salas, que no prorrumpen para matar a su generación anterior, sino para decir su voz, más quedamente. Pienso en ellos como la transición, ante el decadentismo y el desencanto que vendrá muy cerca, o paralelamente, con Trejos, Chaves, María Montero y otros. Y pienso que estas voces, donde ubico a Retana, son ese camino hacia el silencio: hay otros, posiblemente muchos, que rehúyen la expresión estridente de estos otros, contemporáneos y posteriores, que llegan incluso al realismo sucio después, y rehúyen también la profusión adjetival y grandiosa de los anteriores, que se sentían demiurgos o avatares. Es esta línea, quizá cercana a lo que dio en llamarse la poesía del silencio. No se necesitan muchos versos para identificarse y luego plasmar el poema. Se recurre también a la prosa poética para que no suene el canto, sino el agua que viaja debajo de la cascada.
Son sutilezas quizá, pero en los sesenta Debravo hace proclamas, Laureano canta, Julieta se desborda de amor ante los niños de la calle y las mujeres solas, Chase elabora sobre los reinos del mundo y los cuerpos sus palabras hasta que caen a los pies sobre la tierra, quizá yo, Bonilla, quiero sacar el dolor e instaurar la utopía, Monge reinventa la relación de pareja y el metalenguaje con profusión de imágenes, Mía Gallegos irrumpe en los coches nocturnos para cantar el derecho de de decirse como mujer, Ana Istarú también estará más cerca estilísticamente de estas propuestas y cantará su derecho a la sexualidad y su asombro ante la maternidad y también ante la muerte.Pero Edmundo, ya en los noventa, contemporáneo a los decadentes que devienen siguiendo la línea de Osvaldo Sauma, se acerca más a Dada y su paisaje, pero no es bucólico, es un poeta urbano desde las sombras y los rayos de luz diseminados. Sus sentimientos no estallan, se deslizan. “Es el combate que urden / las cosas en silencio” manifiesta en su primer poemario: Los bailes íntimos (1991). El poeta se busca en la otredad también:” en este lugar / alguien / con mi nombre y mis zapatos / sobrevive”. Y aunque hay también espacio para los sentimientos fuertes: “toda la luz del mundo / se deshizo a tu costado. / Olés a muerte, papá”, donde los vocativos o destinatarios personales afloran, es generalmente un dolor en calma el que lo precede: “Duele el aire / la mañana / la calma duele.” y una pregunta retórica es la que el alma provoca: “¿No te derriba la sombra en el espejo?”. Ese es el simbolismo del silencio, de la soledad y la ausencia:” ¿Y el fondo de mi pena / quién lo lava?”. La ausencia de la mujer amada también se construye, “la dulce sonrisa de los viernes” que ha de despedirse: “Mujer, llévate los gorriones. Amanecí descalzo.”El último poema antologado de este primer poemario insiste en la esperanza, en la utopía: “Por la certeza de un mundo mejor / me perdono / haber vivido”.
Y por mensajes como este y la esperanza que se concibe como retrato de la realidad, es que, si el poeta se concibió en soledad y tristeza, también se vislumbró con fe en el porvenir, socialmente hablando, y esto lo distancia de sus contemporáneos decadentistas o vacíos, que paulatinamente parecían destinarse a un mundo sin salida.La segunda parte de esta antología son los poemas seleccionados de “Las sílabas de la tierra” (1995).
El primer poema es claro al manifestarse desde el silencio y el temor: “Tengo miedo / el silencio / es una huella / hundo el regazo / en el recuerdo / mientras el día gira / lentamente /hacia el final”. Lo transcribo todo porque estos versos marcan el camino de este nuevo poemario, que es continuación de lo publicado cuatro años antes. Aunque quizá un mayor atrevimiento expresivo, poco a poco, va aflorando: “Me perdí / puse mi asombro / a deslunar / opaqué mi casa / me fui”. La percepción de los amigos es parecida a la del sí mismo: “antes de que la vida / los hiera / mortalmente / de distancia”.Para reforzar esta postura, inclinada en los aleros, de sugerir desde el silencio, se usan versos cortos, arte menor, pues no hay aspavientos ni irrupciones violentas, solo reflejos de la vida que pasa, de puntillas, entre los lomos de los libros amados, quizá los gatos, las mariposas pululando eventuales en los jardines, o como las vio en Managua, inundando “la ciudad / cierto día / que las vendedoras / lavaban el aire / con sus voces”.
Y por eso, quizá para no cantar como las métricas de la tradición castellana, en este libro empiezan a aparecer poemas en prosa, como el que mencioné al principio: Las cartas que no te envío”.Luego deviene el tercer poemario “Pasajero de la lluvia” (2006). Aquí se insiste en identificarse en lo cotidiano, en lo contingencial: “Fumo porque no estás / sin advertencias”. Sigamos los verbos, el accionar que aflora ahora con mayor fuerza que lo nominal: “En esa foto no estamos / solo el fuego / irrumpe allí”. O este otro inicio: Fraguo cristales / donde te miraré desnuda / para tus ojos guardo / la porción más oscura / de mi alma”.El poeta entonces se enfrenta con su gran rival, la Muerte, pero no con temor, sino con displicencia, con sabiduría. Dice de este personaje: “cuenta con todo el tiempo / del mundo / y yo finjo / no saberlo”. Pero entonces, hay un vuelco que va de la nostalgia a la propuesta más fuerte: “el llanto era el espacio de los años”. Ahora: “Violento es tu beso, tu espalda y tu silencio”. Con poemas en prosa, se atreve el poeta a identificar la presencia de la otredad desde el amor, pero también desde una extraña violencia: En verdad el amor nos hiere, nos duele, nos violenta la pasividad que antes se tenía en soledad: “Y hay un río cegando tus palabras perfectas. Y violento es tu rostro hacia mí cuando duermes”, se puede notar que la percepción es muy otra a “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Aquí hay una presencia avasalladora y solo se rehúye con el pasado en calma que se recuerda.
Hay también pequeñas fotografías, como la de “El puerto es pequeño”, un microcuento que relata la estancia de Betty en la Sala de maternidad: “desde su cama se puede ver el mar”. Igualmente un poema maravilloso sobre la madre: “Mamá ya no está”(…), “allí hay solo una boca abierta que ya no podrá gritar, ni romperse en un gesto violento hacia la vida”. Ciertamente, en estos poemas más emotivos, el poeta empieza a romper el silencio; le sigue un poema que habla de una casa que se va abandonando, la visualiza en llamas, desde la imagen oscura de las cosas que cada quien se va llevando. Esta metáfora de conjunto advierte un cambio, un desarrollo del camino de Retana hacia la poesía que hace alegorías, metáforas de conjunto. Implica también un dominio de la forma, no versal, sino del prosema, como punto intermedio entre el canto y el cuento. Y concluyo diciendo que no es el Balconcito del último poema de esta sección el único sitio donde aún era posible vivir, sino en el abrazo con los seres queridos, como sugiere el poeta.
Sin duda, poemas emocionados que emocionan, esculpidos con la filigrana del artesano de palabras, que nunca abusa, aunque a veces se enciende.La cuarta sección corresponde al poemario “Reino de las cosas perdidas” (2016), cuyo título ya evoca la saudade. El poeta se autodefine, de acuerdo a las cláusulas de esta poesía silenciosa, el poeta viaja “con sólo unas pocas palabras / en el bolsillo / para ofrecer al mundo”. Y así postula su sentido estético: “La poesía / es el silencio / que abre cauce a los rostros”. La entiende poseedora de una luz en el costado. Por eso no se esconde en la noche, no se entrega con dulces palabras. Aquí postula su credo literario, su ars poética, en contra de toda afectación bella per se, o ternurista.
Pero esa luz en el costado es el dolor vallejiano, sin retorcimientos ni alambicaciones retóricas, así va a la esencia, como ante la muerte del mar en la arena; nos dice del nosotros: “duraremos / lo que dura el aire / esparciendo semillas, / lo que duran los hombres / sobre la faz de la guerra”. Este traslape del tópico, de tierra por guerra, concibe la misión de alerta del poeta, no denuncia, solo traza un pincelazo. Pero luego erige la pintura apocalíptica en un poema que quiere ser excesivo, donde plantea al hombre como lobo del hombre, transfigurando a los hombres en ángeles terribles, a lo Rilke. “Ángeles / que fabrican / holocaustos, / muriendo bajo el fuego / de otros ángeles”. Luego de ese lienzo que nos recuerda el Guernica, deviene el poema “Angeles en bicicleta”, que contrapone al anterior con la alegoría de un ascenso, de una vivencialidad espiritual, metafísica, donde los símbolos se elevan hacia lo sagrado. Por eso en este poema las iglesias quedan vacías, las ciudades parecen desaparecer y los ángeles (leánse humanos) llenan el cielo.Es a partir de estos poemas de su último libro, donde con mayor presencia se acude a un sentimiento de religiosidad, en el sentido de unión, de coligare, sin embargo, los símbolos del vino y el pan, su repartición “a deshoras por el mundo”; la presencia del santuario de la angustia ante un dios que cae, pone el camino en reversa, hacia atrás, a lo Nietzche, es un “dios que duerme en las aceras”.
Es, no la consustancialidad hacia la trascendencia, sino el dolor ante lo absurdo de la guerra, de la contaminación, del odio. La utopía se desvanece, en una foto de La Habana, el ojo del poeta observa “guitarras revueltas en ademanes prohibidos”, y “el arco del sueño / en los héroes / del pueblo”.A pesar de esas instancias de oscuridad entre lo sagrado, se regresa en otros versos a la cotidianeidad, la visión de los hijos sin concesiones al drama, es muy hermosa: “llevo sus rostros / en espejos / recónditos”, nos dice el padre que se reconoce imperfecto y que luego recuerda a su padre férreo, “aún cuando moría”. Para que al final vaya quedando la esperanza, el último reducto de la utopía o del ascenso hacia la redención: “El día más largo / nos hallará abrazados”, o estos versos finales: “Hemos sido hallados / por una voz / más antigua que la noche”.Para que entonces, lectores que estarán frente a este libro, acudan a él, a beber, quizá a palpar en la penumbra, “como quien toca el silencio.”
Ronald Bonilla
Premio Nacional de Cultura 2015
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