Breve prólogo al libro SOL DE AGOSTO de Ma. José Calatayud Ponce de León.
María José Calatayud tiene al sol en Leo, lo adquirió en un agosto cerca del Mediterráneo al nacer. La conocí en Costa Rica en 1995, llevando sus poemas al taller del Círculo de Poetas Costarricenses, coordinado por Laureano Albán y Julieta Dobles. Su poesía me parecía bien lograda, casi artesanalmente, utilizando las métricas y cadencias de la versificación castellana y hasta sus asonancias y consonancias de acuerdo a la preceptiva. Era obvio el oficio y también la mímesis de poetas como Lorca, el popular y no el surrealista, como Antonio Machado y su hermano, pues a esas fuentes iba a beber. El marinerito en tierra de Alberti, vanguardias, posmodernismos y modernismos pasaban por su pluma. Cuando llegó al Taller literario Poiesis, movida por su deseo renovado de hacer su obra, hace unos cinco o seis años, le insistí en la necesidad de contemporaneizar más su poesía, y empezó a arriesgarse. Lo hizo con el verso libre, siempre dentro de la musicalidad de métricas variadas, ya sea impares o pares, se disfrutaba, pero había un camino de búsquedas en la metaforización; tal vez, apenas rozaban nuevas vanguardias, porque el cuidado estético y la limpidez estilística era el norte de esta poeta de dos orillas: con una zapatilla dejada en sus barrios madrileños y la otra, casi una sandalia recorriendo las calles de San José y en Heredia, donde reside ahora cerca de su hermano.
Han pasado los años y la evocación de su poesía va en ambos sentidos, se evoca efusivamente las calles y los paisajes de ambas orillas, los faroles y luces de ambos crucigramas entrecruzados, los árboles y las flores, pero sobre todo, se atraviesa por esa necesidad intuitiva de la soledad y el amor, que van de la mano, para lograr al fin un propósito mayor: la plenitud del ser.
Agradecemos en mucho a esta poeta, venida de allende los mares, la percepción de nuestro paisaje costarricense con ese bucolismo que percibe nuestra garúa y los verdores: “Esta tierra de color vestida, /claroscuro de luces que realza / el matiz de las flores / y senderos marcados por el rastro / de pies entretejidos con la noche, / hoy siente una tristeza sometida / a los pasos ajenos que recorren su patria, / como únicos dueños bajo el cielo / de los vientos y el sol”. (Fantasma en la garúa).
Sí, en ese mismo poema, donde se evoca la esencia del espíritu indígena.
En la poesía de Calatayud Ponce de León, el viaje por el tiempo es también el descubrimiento revelativo de un no tiempo, que nos devela una profundidad metafísica superior:
“Solo tenía vida, no segundos,
para doblar buscando
las esquinas sin fecha de los sueños”. (Fugacidad)
En verdad, en esas tesituras, el yo lírico va encontrando el espacio para su realización
consustanciada con la otredad. Y también la forma de hacer alquimia del dolor de la ausencia:
“—Noche, me estás clavando
en el pecho la punta de una estrella
y ni siquiera siento que me duele.” (El jardín).
Así, la serena instancia del paisaje que se agradece, de aquí o de allá, es a su vez, la agitación certera del corazón sensible que une su vida al árbol, al sauce, al poró, como se une a los recuerdos de la infancia y la juventud, esa patria que llevamos por dentro y que nos aflora en la sed de los caminos nuevos. Sentir es oficio del poeta, pero sentir con la sapiencia, y así va María José, dando abrazos a los seres que ama y a los recuerdos, a los anónimos que le acompañan por la calle, rescatándonos del tedio con un verso que sepa mostrarnos el valor de andar y andar por las riveras, descubriendo en lo pequeño los asombros, y en el asombro mayor, la certeza de estar vivos y confluir, en medio de orfandades, con el prójimo. Porque después de todo:
“No hay soledad cuando amanece,
cuando te nombra un pájaro en su trino
o el agua se desliza entre tus dedos
y germina la tierra del silencio.” (Aprendizaje).
Por eso, queridos lectores, id y bebed de estas fuentes de la poesía. Tradición y contemporaneidad se unen y reflejan; espejos que somos en la hermandad confundida: “He creído sentir entre mis manos /otras manos asiéndose a las mías” (La raya).
O es acaso que estos recuerdos no son nuestros también cuando encontramos una veta de sed en la palabra:
“Recuerdo el gris asfalto
de las calzadas amplias,
que en inviernos
de hielos traicioneros
se vestían de blanco.
Y luego, en el verano,
zapatos naufragados
en ese mismo asfalto derretido,
dejando los tacones
la firma sumergida de mis pies
y de mis veinte años.”
Es un placer compartir estos poemas en nuestra Colección de Poesía Eunice Odio.
RONALD BONILLA
PREMIO NACIONAL DE CULTURA 2015
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