PRESAGIAR LOS NOCTURNOS: MÁS ALLÁ DE NOSOTROS MISMOS
Prólogo de Ronald Bonilla al libro NOCTURNO DE PRESAGIOS DE LUCÍA ALFARO. EUNED. 2010
Cuando un poeta inicia su periplo con un primer libro, es noble ser condescendiente con algunas limitantes, pero en el caso de Lucía Alfaro, al dar a conocer su Nocturno de Presagios, develamos a una poeta auténtica, luchadora, que nos ha de sorprender desde los primeros versos. Después de un largo recorrido en búsqueda de la excelencia poética, trabajando la palabra con paciencia de orfebre, ella parece haber encontrado ya la criticidad suficiente en su interior y en la confrontación con otros poetas que se reúnen en los talleres del Círculo de Poetas Costarricenses, y luego en el “Taller del bisturí”, como llamamos entre amigos al taller de perspectiva trascendentalista. Así que solo puedo llamar la atención sobre la fuerza emotiva y la eficacia del simbolismo que se emplea en estas páginas.
La temática de este poemario es un canto al amor, al que primero presentimos y soñamos y luego vivimos con intensidad. Es cierto, los temas son siempre los mismos, pero los enfoques, las perspectivas y la forma que asumimos, para en este caso, cantarlo, es lo que hace nuevo y otro el propósito de la verdadera poesía. Este poemario es por ello dentro de esta alternativa, sugerente, original y profundo. El amor es la circunstancia que nos enfrenta con nosotros mismos y con el otro, lo que nos ayuda a sensibilizar todas las áreas del entendimiento y la intuición hacia una conciencia mayor de plenitud.
Fue primero el presagio como en los primeros poemas del libro:
Y porque te percibo
entre el andar vehemente de la aurora,
sé que no estás tan lejos,
a pesar de todas las campanas
que inútilmente gritan
en la palma extendida de la ausencia.
Y vislumbrar una puerta para expresar el amor que ya viene:
Solo una puerta queda
de frente a mi noctámbulo reclamo,
una puerta más alta
que tanta incertidumbre,
en el ilimitado
extremo de tu boca
tan húmeda de heridas y presagios.
Y luego la certeza de poder contagiar ese poder del amor, tan fuerte, tan unívoco, tan desprendido, doloroso y eufórico, como lo verán en sus poemas. Por eso me es difícil decir unas líneas, desde mi posición de compañero vital y pretencioso maestro, que se volvió aprendiz de todas las lunas insoslayables de esta Lucía, poeta por todos sus costados.
Le ha tomado cierto tiempo sumir ese reto de serlo para todos los demás, pero su vocación viene desde su niñez. Lucía siempre ha dado amor a quienes la rodean, por eso ser el depositario de un amor tan grande es un compromiso que me sobrepasa. Mientras ella escribía estos versos del presagio, y luego del encuentro de la pasión, de la convivencia, del festejo y del dolor de amar, yo también le hacía poemas que espero también ver con los suyos en una búsqueda de perpetuación de un amor que nos llegó al ocaso, para sentirnos al fin unidos en fe a la palabra y a la vida.
Y aún de pie
en esta emboscada de poemas y lluvias
que me atacó a destiempo,
yo te contemplo, amor,
disfrazada de anónimo silencio
sobre este obstinado resquicio del insomnio.
Lucía es cada vez una poeta más valiente, no teme a esa búsqueda de la imagen liberada conjugando la tradición musical del verso de habla hispana con su apasionada búsqueda de sí misma.
Hay un bemol recóndito
en el compás rojizo de tu tacto
que siempre me rebasa,
bifurcando mi cuerpo
de ocarina extasiada.
Este es su primer poemario, no sus primeros versos. Nuevos retos asume hoy, siempre para dar ese emocionado amor a todos: a sus hijos y a los hijos de las calles, los indigentes y las niñas heridas por la locura del siglo. Pero eso será para otros libros que ya vienen, aunque aquí, al cantar su amor, refleja también hondas preocupaciones sociales, al lado de una visión profunda y develadora de una realidad interior que nos es común a todos los seres humanos, aunque muchos se resistan a vivirla. Por eso su mensaje de amor es un aliciente, un acicate para encontrar en el amor de pareja también el amor universal con que Dios a veces nos azota:
Más herida que nunca está la calle:
es solo una indigente
ovillada detrás de la ventana,
mirando como caen los grillos
en los precarios
costados de la noche.
En medio de tanta confusión sobre el destino y la evolución de la poesía, sí, viene, llega Lucía con este poemario a decirnos qué cerca estamos de verdades tan sencillas que a veces la sociedad oculta detrás de tanta farsa y tanta superficialidad. Veamos por ejemplo como asume la temporal ausencia del amado:
Cómo se multiplican
los húmedos minutos
dentro de esta esfera interminable,
me abaten como ángeles concluidos
resistiendo el destierro
y orillando mi alma
al abismo de tu insondable huella.
Hoy no vendrás, poeta.
Yo me anclo a tus palabras
Ardiendo entre tus yemas furiosas del deseo.
Entre los símbolos que expresan la femineidad, uno de los marcadores arquetípicos es la luna. En la primera parte. “vendimia del deseo”, se sirve la poesía de la luna para darle sentido a todas sus caras, a todas sus facetas: la de la espera, la del servicio, la de la entrega, la del misterio, la oscuridad y la claridad ferviente de ese abrazo que todo lo da y nos hace plenos:
Ya no quiero más lunas
mintiéndome sus nombres.
No quiero lunas santas,
ni medias lunas negras
con presagios raídos
de húmedas escarchas
golpeando en mi ventana.
Para concluir con este deseo de la luna que opone la contraparte amada:
Hoy anhelo tu luna
deseante y entreabierta
sorprendiendo mi cuerpo.
En este primer apartado, es el deseo inicial del presagio para luego desbordarse de entrega. El oficio del amor al tú que ha llegado en forma de ángel o poeta:
Eres mi sed, poeta,
sed para mis mañanas de augurios enquistados
en las inquietas fugas del rocío.
Luego en la segunda parte: “Enumerando cercanías”, el yo poético hará el viaje del descubrimiento erótico, contraponiendo su sed al cuerpo del amado, dolida a veces por las dudas y las ausencias, las inseguridades y la plenitud. Se trata de un periplo que también ahonda en las viejas búsquedas del ser ante la vida y la muerte, la afirmación de la felicidad y el temor ante el fracaso, pero sobre todo la realización de una intensidad que sirve para enfrentarnos a un destino mayor como poetas y seres humanos, o quizá como dioses en búsqueda de un principio de eternidad.
Y cuando el erotismo se vuelca en su palabra, es porque está transido de esa necesidad de dar y recibir amor: en esto se diferencia de mucha poesía erótica femenina que parece buscar la respuesta en la carne y no en lo que viaja por dentro: la vivencia amorosa que nos comunica más allá de nosotros mismos. Erotismo y misticismo de alguna manera vuelven a darse la mano para significarnos más allá que cuerpos uniéndose:
Te desnudo…
y eres como una afluencia
de pájaros resueltos
en bruñidos trigales,
que en tu cuerpo encallaron
cuando Dios dijo vida.
¡Y se abrieron los mares
como ávidos silencios en tus ojos!
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