¡Qué alegría, qué ternura!
Que contenta se sentía la madre
al ver a su niño
tan risueño en la cuna
a quien con caricias y
dulces canciones
muy tiernamente dejaba dormido
mientras rezaba al Santo Divino
unas cuantas oraciones.
Pero como todo no es alegría en la vida.
Un día en el pueblo perdió a su hijo
sintió que en sus venas
la sangre se detenía
y luchó contra todo
como una fiera herida.
Con todas sus fuerzas,
sollozando exclamaba ¡mi niño!
¡Por Dios revuélvanme a mi niño!
Recorrió todas las calles del pueblo
y no se consoló hasta tenerlo de nuevo
muy seguro en sus brazos,
estrechado en su pecho,
para llevarlo de vuelta
al hogar tan humilde
en donde falta todo
menos el amor sublime
que sin reparos ni medidas
nos brinda la madre.
Pero, allí no acaba todo el sacrificio,
entre cantos de cuna
y consejos necesarios,
va mostrándole la vida
con la sapiencia de un sabio,
pero también como el viento
van pasando los años.
El niño deja la cuna,
los juguetes, la inocencia
y se va encaminando
a la edad adulta,
sin saber se pierde
entre las calles oscuras
en donde el cobarde
de su pobreza se oculta.
Se convierte en una
de las tantas marionetas
movidas por las negras
manos del vicio.
Él olvida todo,
todo lo que su madre le dijo
y convierte en nada
todo aquel sacrificio,
aquellos días de fatiga inmensa
por lograr traer un pan a la mesa,
aquellas manos dolorosas
de tanto lavar ropa
para darle al hambriento
un plato de sopa.
La madre esta apenada
llora su alma, pues…
nuevamente ha perdido a su hijo,
se pasa la noche en vela
esperando impaciente a que el ingrato vuelva.
Una mañana la noticia toca la puerta:
Que el niño mimado
está que se muere, y la madre…,
la madre desesperada
que en nada repara,
que, sin rencores, ni reproches
todo perdona,
como una saeta va al lugar indicado
a socorrer a la oveja
que había perdido,
tropieza y cae, pero sigue adelante
y llega y abraza a su hijo agonizante
y da gracias al cielo
por haberlo encontrado.
Con las últimas fuerzas
que aún le quedan,
emprende la marcha de vuelta a casa
llevando, cual Cristo,
su cruz al calvario.
En casa lo cura de cuerpo y alma,
lo cuida y lo mima
como antes en la cuna,
aunque ya es un hombre
lo mira como a un niño
y le prodiga de amor y cariño.
Un día,
se irá la madre para siempre.
Y aunque lejos,
desde el infinito,
guiará a su niño grande
porque para ella la misión
nunca termina.
La madre nunca muere,
es el eterno fuego de la vida.
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Muy real me encanto. Gracias por compartir.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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