CUENTO Nº 1. CONCURSO "MIGUEL OTERO SILVA"
NIÑO EN LA PLAYA DESPUÉS DE LA TORMENTA
(270 PUNTOS. MÁXIMA PUNTUACIÓN)
AUTOR: ALEJO URDANETA. GANADOR DEL TURPIAL DE ORO
Allá en las costas de Falcón hallaron los pescadores la imagen tallada en madera. Era la figura de un niño del mismo tamaño que tiene un recién nacido. De color ceniciento, desnudo, el niño dormía. Su entendimiento no podía comprender que había sido rescatado del mar.
Dijo Pedro, el pescador más viejo: “Esto debe venir del bote de pescadores que se hundió hace tres noches, durante la tormenta. Nadie pudo salvarse, no encontraron los cuerpos”.
Los compañeros comentaban lo ocurrido y veían con curiosidad la estatua del niño. Sólo callaba el pescador José, sombrío y pensativo. Quizás era porque su hijo había perecido en el mar, y era muy pequeño, casi como el niño de madera.
Llevaron la pieza tallada a la capilla del pueblo; pensarían en un milagro, y el cura podría dar alguna explicación. Dijo el cura que la pequeña imagen era muy antigua, por las raspaduras del cuerpo y las señales que le daban madurez a la entalladura. Él sabía de estas cosas.
Como era tiempo de adviento, propuso el párroco limpiar y reparar los daños de la figura, para después colocarla en el altar lateral, adornada con luces y cubierta con sábanas. En dos días habían terminado el trabajo de remozamiento de la imagen del niño color de ceniza. Lo acostaron en la cuna que regaló una joven mujer del pueblo, entre guirnaldas e hierba fresca.
La noche de Navidad fue venerada la efigie: trajeron adornos, conchas marinas, luces de artificio para encenderlas a la mañana siguiente.
La Misa de Gallo fue esplendorosa y devota. Los aldeanos tenían un niño milagroso venido del mar.
La primera luz del día de Navidad sorprendió al cura con una premonición. Se levantó de su lecho y acudió al altar del Niño –Dios. No estaba. Las sábanas en el suelo, las luces y adornos dispersos alrededor de la cuna vacía.
Todo ese día preguntó el cura a los pobladores; preguntaron ellos también. Atemorizados fueron por la aldea, visitaron las casas de todos en el pequeño pueblo. No estaba. Ninguno pensaba que pudo haber sido robado, y hablaron de un milagro, otro milagro.
Se comentó el suceso por días, todos decían algo, menos José, encerrado en su mutismo. Y sin embargo a nadie se le ocurrió que él pudiera ser el responsable de la desaparición del niño de la playa.
El día de pesca fueron los hombres con los aperos de la faena hasta la playa, a tomar sus botes y entrar a la mar. Estaban los aperos de trabajo: las redes y los anzuelos; pero también hallaron los restos de una embarcación, astillada y casi desarmada. Se acercaron y miraron con atención y temor. Ese era el bote que había naufragado el día de la borrasca. El dolor de los pescadores renació al recordar a los amigos y parientes desaparecidos.
Uno de los pescadores entró en el casco maltrecho de la piragua, buscó en el fondo pintado de brea.
Sus gritos de alarma atrajeron a los demás.
En el fondo del casco vieron la imagen del niño color de ceniza.
Y José guardaba silencio.