CUENTO Nº 4. CONCURSO "MIGUEL OTERO SILVA"
MILAGRO DE NAVIDAD
(270 PUNTOS. MÁXIMA PUNTUACIÓN)
AUTORA: MILAGROS HERNÁNDEZ CHILIBERTI -ADMINISTRADORA ANFITRIONA-
Era necesario atravesar el bosque. El camino hasta la hacienda siempre fue complicado, más aún, si alguien camina con los pies descalzos porque las alpargatas se han quedado rotas, inservibles, a menos de la mitad del camino. Se hace tan largo, que de pronto el día se marcha para que la noche se venga encima. Pero, se vuelve más difícil todavía, cuando quien se desplaza con sus piecitos es un niño de seis años, escapado de la ciudad, de la casa de sus padrinos, para ir a buscar a su padre. Y esa noche precisamente esa noche, sería navidad.
Los ruidos del bosque intentaban atemorizar a Alfredito. Se oían los lejanos monólogos del cunaguaro y el vago susurro de las hojas movidas por el viento. La fuerte y helada brisa golpeteaba con fuerza en su rostro, y el continuo rocío del ambiente se había convertido en hilachas de agua… Ya la camisa y el calzoncito estaban completamente emparamados y su cuerpecito comenzaba a temblar. Se sentía muy cansado, con las coyunturas adoloridas y los pies lastimados, pero, él sabía que no debía detenerse –lo había escuchado muchas veces- porque no llevaba abrigo y podría morir de frío.
La llanura, los huertos y las líneas de jabillos, desaparecieron porque la noche sin luna y sin estrellas, se había tragado todo. De manera intermitente, los cocuyos parecían juguetear con su temor que se negaba a expandirse y adueñarse de su ser de imagen pequeña pero de alma grandiosa: la fe y la esperanza, que no tienen edad, eran su fortaleza.
Necesitaba llegar al lado de su padre con la medicina que llevaba en un frasco, amarrado al bolsillo de su pantaloncito. En la madrugada anterior, tuvo una visión: su papá estaba enfermo con mucha fiebre, entonces –mientras sus ancianos padrinos dormían- decidió coger el antipirético y llevárselo, allá donde seguramente estaría solitario, lejos de la civilización.
Alfredito creía saber el camino, otras veces lo había andado en mula o en caballo con su mismo padre. Era la primera vez que lo recorría solo, a pie y descalzo, pero se le había hecho largo, ya llevaba más de 14 horas caminando. En la negra noche, los animales y el frío amenazaban con devorarlo. Recordaba las palabras de su progenitor: “Alfredito, hijo mío, tú madre que está en el cielo, me ha dicho que debes quedarte en la ciudad para que puedas ir a la escuela. No llores hijo mío, recuerda que eres un varón inteligente, valiente y emprendedor, como tu padre o mejor que tu padre, porque debes estudiar mucho y ser un excelente estudiante para que luego obtengas un título profesional, ese que yo nunca tuve ni tendré… Debes vivir aquí en la ciudad, mi niño, porque si sigues a mi lado no tendrás oportunidades. Yo tengo que trabajar en lo único que sé hacer, y de vez en cuando vendré a verte trayendo plata para tus necesidades. Sé obediente y hazle caso a tus padrinos, no los hagas rabiar que ya están muy viejitos; ellos te tratarán bien porque son buenas personas y te quieren mucho…”
El pensamiento y el amor por el ser que le dio la vida, funcionaban como catalizadores del miedo terrible que se cernía sobre el niño, porque se había perdido. Tantas voces y silbidos seguramente eran producidos por las aves migratorias que viajaban al anochecer hacia el sur. Esas eran palabras que su progenitor siempre decía y que el niño recordaba, mientras el pánico rozaba su conciencia... ¡De repente la vio! ¡Estaba en el cielo casi encima de su cabeza y parecía hablarle!! Ella le dijo: sígueme. Y comenzó a caminar al frente mientras Alfredito caminaba detrás… ¡Era la estrella del pesebre!! La que sus padrinos habían colocado para adornar el nacimiento… Indudablemente también se había escapado para venir a ayudarlo… Entonces, escuchó el trote de un caballo que se acercaba. Cuando lo tuvo cerca, un hombre le dijo:
-Veo que sigues la estrella, yo también vengo siguiéndola… ¡Feliz Navidad! Ven, sube al caballo!! –Expresó, mientras con una mano levantó a Alfredito y lo montó en el blanco corcel que, como si estuviese hecho de luz, brillaba en la oscuridad.¨
- ¡Feliz Navidad! ¿Quién es usted? -Manifestó el niño, sin experimentar temor alguno- ¡Qué bueno que me lleva porque ya me duelen los pies!
- Soy Baltasar y también voy a visitar a alguien, al igual que tú. Sé que llevas unas pastillas en el bolsillo, le harán bien a tu padre. Toma este otro frasco, contiene un bálsamo de mirra, al llegar se lo untas en la frente.
Alfredito aceptó el frasco y lo guardó en su bolsillo, al tiempo que respondió:
- Gracias. Pero ¿Cómo sabes tantas cosas que no te he contado? ¿Quién eres? ¿De donde vienes?
- La estrella te habló, verdad?
- Sí, me dijo que la siguiera.
- Pues, la estrella también me dijo que la siguiera y me contó todo lo que sé. Y no te preocupes también soy un agricultor y voy un poco más allá de la casa del Señor Alfredo. Mira, ya hemos llegado.
El rancho estaba casi en la penumbra, sin embargo, adentro se divisaba la tenue luz de una vela. El niño bajó rápidamente del dócil animal y expresó:
-Gracias, Baltasar
-De nada- Dios te bendiga… ¡ Feliz Navidad!!! –dijo, y pronto él y su caballo de luz desaparecieron en la oscuridad del bosque.
Alfredito, llamó repetidamente a su padre, pero no obtuvo respuesta. Entonces, empujó la puerta y ésta se abrió fácilmente. Seguramente se había olvidado cerrarla. Entró y lo encontró inconsciente:
- ¡Papá, papá!… ¿Qué te pasa? ¡No te mueras!
Y comenzó a llorar. El hombre ya no hablaba, no le respondía. Entonces, recordó el bálsamo de mirra y rápidamente le untó la frente, mientras decía:
-Diosito, Tú que todo lo puedes, haz que mi papá sane, aunque tú también eres mi Padre. Pero, yo que soy chiquito debo crecer, debo ser doctor y mi papi tiene que abrazarme ese día, se lo he prometido. No podré ser un buen doctor si él no me abraza y me dice que se siente feliz. ¡ Por favor, Dios mío, yo necesito a mi papá !
Entonces, aquel hombre, abrió los ojos y habló :
-Mi niño, Alfredito, ¿Eres tú? ¿Cómo llegaste aquí?
- La mitad del camino caminé y la otra mitad vine con Baltasar en su caballo blanco y rápido como la luz. La estrella del pesebre nos guiaba ¡ Papá, Dios me escuchó, estás hablando!! ¡Feliz Navidad!
-¿Baltasar? ¿Y quién es Baltasar? no lo conozco…
Esa noche, el enfermo mejoró con la mirra y las pastillas A la mañana siguiente se levantó (mientras el niño aún dormía) pensando en que -por su enfermedad y mala situación- ya no tenía alimentos para ofrecer a su hijo y para sí mismo. Se sorprendió al ver sobre la mesa una considerable cantidad de pan, queso, hortalizas y frutos. Entonces el hombre se dijo para sí: Pero ¿Cómo mi Alfredito tan chiquito, fue capaz de cargar con tantas cosas?