Azúcar
La niña miraba las escenas desde siempre. No las veía. Hasta el día que comenzaron a llamarle la atención.
—Mamá, ¿qué hacen esas mujeres disfrazadas en la esquina de casa, son de una comparsa? ¡Todavía no estamos en carnaval!
La ingenuidad reflejada en el interrogante, daba clara cuenta de que sus escasos años no eran suficientes para comprender que la sociedad la conforman un abanico de personas que para sobrevivir hacen lo que pueden. Las mujeres ataviadas de forma llamativa y los autos disminuyendo su velocidad para acercárseles, entretejían un especial aspecto en ese espacio de la ciudad.
La madre, descuidada, no previó que la pregunta algún día le sería formulada, y se sorprendió a sí misma sin respuestas.
—Será mejor que vayas a la granja a comprar el azúcar que está faltando para la mamadera de tu hermano —respondió.
—¿Cómo hago mamá? La abuela me dijo que no pase al lado de ellas, ¡Pero yo quiero mirarlas! ¡Están tan bien pintadas! ¿Las viste? ¡Están geniales! ¡Las polleras cortitas, ajustadas, tan llenas de brillitos! ¡Y los zapatos tan altos, qué lindos! ¿Entonces qué hago, me cruzo de vereda como siempre, mamá?
Sin encontrar palabras, resolvió:
—Mejor dejá, voy yo, vos quedate a cuidar el nene.
En el trayecto reflexionó. ¿Cómo le explico a mi nena la sexualidad? ¡Jamás le hablé de eso y no voy a empezar contándole el puterío en las calles! ¡Ufa! ¡Los padres modernos nos enfrentamos a situaciones muy difíciles! Cuando yo era chica las calles se veían limpias. La culpa la tienen las autoridades, permitiendo que se entremezclen en los barrios, zonas rojas de prostitución con familias como la mía, tan bien conformada, tan decente, tan feliz. ¿Feliz? ¡Bah!, es una manera de decir, feliz un poco, no sé. Mi marido tan parco, siempre inmerso en la lectura del diario, viene cansado de su trabajo exigiendo que lo dejen en paz. No soporta el llanto del nene. No nota que la nena crece, no colabora en su educación. ¿Acaso él le contestaría semejante pregunta? La cosa es complicada. ¡Además este eterno cansancio y esta abulia que me invaden! ¿Por qué será? Mi madre vieja, enferma, cargosa. El bebé pequeño. ¡Sus eternos pañales, sus controles pediátricos! La maestra de la nena requiriendo ayuda en las tareas escolares. La comida en horarios perfectos. ¡Uf! ¡Qué agobio!
Se acercó a las mujeres “diferentes”. Las miró de reojo, apuró el paso. La invadió la curiosidad.
Al fin y al cabo también son mujeres, —se dijo—. ¿Cómo será su sexualidad? ¿Sentirán placer con hombres desconocidos, plagados quizás de exigencias bochornosas? Debe ser terrible, asqueroso, antinatural. Bueno pensándolo bien mi vida sexual tampoco es muy “natural”. Un encuentro obligado, al que si me atreviera diría siempre que no; rápido, sin seducción, seguido del profundo sueño de mi esposo, solo interrumpido por la campanilla del despertador anunciando un nuevo día tan exigido como el anterior. Ahora que lo recuerdo: ¡jamás me quité completamente el camisón para hacer el amor! ¿Para qué me lo iba a sacar? ¡Todo se termina tan, pero tan rápido!
Miró a su alrededor, no encontraba la granja.
Inmersa en sus pensamientos había pasado por la puerta sin verla. Regresó sobre sus pasos sin comprender por qué la invadía esa angustiosa sensación de vacío.
Con el paquete de azúcar colgando del brazo, volvió a observarlas.
¡Si pudiera hablar con ellas! ¡Les preguntaría tantas cosas! ¿Es lindo hacer el amor? ¿Es cierto que se puede estar ¡dos horas! jugando con diferentes partes del cuerpo, acariciando cada zona sin límites? ¿Se excitan? ¿Tienen orgasmo? ¿Los hombres se vuelven relocos de sexo, suspiran como en las películas? ¿Usan ropa interior especial, a los hombres les gusta mirarlas? ¿Se desnudan? ¿Hacen cosas obscenas? ¿Cuánto ganan? ¿Gimen de placer? ¿Gozan, gozan?
Miró a ambos lados de la calle. Se sonrojó como si alguien estuviera leyendo sus pensamientos.
Nuevamente apuró el paso, el bebé reclamaría el preciado alimento.
No vio la baldosa levantada.
Cuando su cuerpo cayó sobre el paquete desparramando los granos más pequeños por todos lados, las lágrimas humedecieron su rostro y su cuerpo se contorsionó en un llanto desgarrado.
Secándose, tratando de recomponerse, se consoló pensando:
No es para tanto. ¡Soy una exagerada! ¡Sólo se trata de un poco de azúcar!
Edith Michelotti
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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CUADRO DE HONOR
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