Desde sus casas, los candidatos presidenciales, no cesaban de visitar el baño y beber pailas enteras de tilo con manzanilla. Sólo uno lo pasaba con Jack Daniel's en el Palacio Presidencial; mientras su esposa, la primera dama, le mostraba un catálogo de resorts en Miami Beach. Si lo volvían a reelegir, seguro que le cumple el sueño de vacacionar al mejor estilo de las Kardashian y con cambio de guardarropa y todo. Pero la mente del candidato busca lo que dicen ciertos sondeos de opinión sobre su incapacidad de gobernar y administrar el presupuesto de la Nación. Aunque le preocupan dichas aseveraciones, piensa que son puros artificios desestabilizadores. Por su amplia garganta desciende otro chorro fresquito de whisky, y ejercita algo de lo que muchos denominan: "voluntad positiva", mientras se mira en el espejo del baño. Entonces toma un impulso desde el fondo de su estómago, llenito de huevos de pescado, y dice: "¡voy a ganar, voy a arrasar en estas elecciones!, ¡soy el elegido para gobernar este país!". Pega los ojos al techo y se ve recibiendo la banda de nuevo. Casi que puede escuchar la algarabía y los aplausos de los diputados del Congreso. Ni que decir de los vítores de los colegas del partido. Piensa usar el mismo discurso de la vez anterior, frente a la rueda de prensa, y hasta puede ver el rostro de desconcierto del candidato perdedor. Adopta ahora una pose de prócer de la independencia, levanta un puño hacia arriba y exclama: "la oposición está aniquilada, eso un hecho, el pueblo entiende que yo soy el hombre de los nuevos tiempos. Alarga el brazo y engulle otro trago hasta el fondo produciéndole una etílica sensación de bienestar. "¿Y qué quiere la derecha de este país, ah, que le entregue los votos que el pueblo me dio?, estos sí son frescos de verdad”.
Alguien de su equipo le hace señas: "Acérquese, señor Presidente, me avisan que están a punto de dar el primer boletín". Así que entran en la sala situacional y todos los canales transmiten la llegada de la directiva electoral. Su esposa le aprieta tanto el brazo que siente como si se lo fuera a partir. “Quédate quieta, chica, que me vas apretar la arteria que tengo delicada. A penas me la tocan y se me dispara la tensión. Yo voy a ganar, ya vas a ver. ¡Vèrsiale Maracucho, tráele un tecito de malojillo a esta mujer! ¡Tranquilízate, vale!”. Ve su reloj y mira el lugar donde, en breve, debería aparecer la presidenta del Poder Electoral. “¡Ramírez!, pásame ese teléfono rápido rápido, que voy a llamar a esa mujer; le dije bien clarito que a las ocho en punto tenía que dar los resultados”.
El Presidente escucha el eterno repique, pero nadie le responde. Toma la radio y llama rápidamente al oficial de guardia en el lugar de los acontecimientos: "Dile que la estoy llamando, que atienda el bendito celular y que termine de dar los resultados”. “Todos estamos angustiados por aquí, señor Presidente, esa señora ha desaparecido. Algunos dicen que se fue del país, otros y que la secuestraron, los más optimistas, que está tomándose unos tragos en el bar de la esquina, ya sabe, para relajar los nervios; pero la estamos buscando, no se preocupe, muy pronto la vamos a encontrar”.
El presidente puso una mirada medio rara y se apartó al baño para marcar un número clasificado. No pasó mucho tiempo para que se presentara en el Palacio una señora muy parecida a la presidenta del órgano comicial. "Aquí estoy, señor presidente, como usted me indicó, yo soy la doble, pero sería muy inoportuna preguntar: para qué soy buena esta vez?
El presidente caminó con las manos atrás, mirándola de arriba abajo, se detuvo por unos instantes frente a ella y torció los ojos.

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