LA LADILLA Y LA CENTOLLA
Danielón y Jesusón son dos amigos alternativos que alternan con frecuencia el bar musical “El Baúl de la Piquer”, y la cantina “El Patillas”, en Burgos; baretos situados entre Calle Trinas y Calle Calera. Frente a ellos se encuentra la residencia de estudiantas y colegio “Las Reparadoras”. Al lado derecho de “El Patillas” se encuentra la parte posterior del Museo de Burgos, lugar donde se pueden ver fósiles, materias orgánicas petrificadas por la acción del tiempo, y monedas antiguas falsas. Este Museo es indicativo del propio terreno burgalés, que no es más que un fósil francofascista. Al lado izquierdo de “El Baúl de la Piquer” hay un edificio con un piso fornicario.
Un “gran hombre”, llamado así porque es más ancho que largo, que corre delante y por dentro de los dos baretos, que ha establecido como escenario de su teatro de la vida, graciosillo él, les ha informado de que en la Avenida de los reyes Católicos hay un edificio con un piso donde se fornica con robustez, recio y trabado de miembros. Que las chicas son “fermoselles”, dignas del atalaje de una cabalgadura o bestia de tiro.
Ellos han ido como conjunto de correas de un soldado que va a veranear a Afganistán o Irak , no sin antes ponerse en contacto por móvil para conocer el lugar donde, una vez llegados, deberán volver a llamar desde su portal para que se les abra la puerta a medio par.
Una vez arriba, en su recibidor, como si fuera plaza donde se trata el negocio, les ha recibido una divinidad pública, oyéndoles y determinando el litigio del porqué han venido los dos, pues tienen que venir de uno en uno con el dinero por delante y elevada excitación. Hablando con la administradora del fornicio, opuesta a la joven que les ha abierto y más distante que ella, ha consentido pasaran a la alcoba, para llegar a un acuerdo a modo de arrendamiento enfitéutico muy usado en Galicia.
Al preguntar Jesusón, más fornicario él, el canon o pensión que se paga en virtud de la fornicación, ella le ha dicho que 30 Euros quince minutos, a lo que él ha respondido: “Yo no te doy más que un Euro”. Ella con una forqueta pequeña, horca de adorno de aventar la mies, casi le da en la calva, pero asintió, “ya que estáis aquí”, como dijo, pasarle la cosa por el forro foso de fornicación, bosque o selva enmarañada. Danielón se quedaría de miranda, de mirón, pues no llevaba un euro.
El roce de los dos despedía de sí luz semejante a la del fósforo en la semioscuridad. Al terminar la virtud cardinal del fornicio, entregado el óbolo, medida de medio escrúpulo, Jesusón le dijo que él se llevaba de ella una ladilla, cierto insecto parásito, a lo que ella le espetó, a la defensiva “que de estas mismas ladillas se llevaron reyes, príncipes y personajes”, y que qué esperaba de esta su divinidad gentílica que distribuye ciegamente el bien, pues no pensaría con razón y derecho que por un Euro se llevase de regalo una centolla.
Los dos salieron y bajaron en el ascensor. Jesusón, dentro del ascensor, se miró el miembro que le picaba para averiguar si era o no fosforescente.
-Daniel de Cullá
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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