A éste lo escribí hoy, 26 de julio de 2009, mientras esperaba que se encendiera el carbón para el asadito de los domingos. Ricardo.
“Ésta historia sí que es verdadera”, dijo Molina el Inspector de ómnibus que contaba cada una más hiperbólica que la otra. Y una vez que había concluido con los tres pasos del relato (generalmente corto), remataba diciendo: “Y si no me cree, vaia y veia, pa´que tenga ideia”.
Don Roque, de quien vamos a obviar el apellido para evitar susceptibilidades, era un hombre muy contador de historias, de ésas “historias” que no dañan y que forman parte del archivo de la memoria colectiva, la que a veces suele errar en algún detalle. Pero no en la esencia.
Así es que, en una rueda de amigos y curiosos que solían juntarse en los almacenes de ramos generales de los pueblos chicos, donde había mostradores grandes de madera para que alcanzara para todos. Y en un espacio al que podría llamársele pulpería, nuestro personaje se despachó diciendo: “Loj otroj día… juni gran p., no saben la que me pasó. Taba io en las casas en la costa el río, abajo el Algarrobo grande que tenía en el patio,(un árbol de maj u meno 100 años) tomando mate y conversando con “La Vieja”. De esto hacerá comunos tres mes. Taba tranquila la tarde, serían maj u meno las 5 o 5 y media cuando llegó al árbol una bandada de loras, de ésas catas chicas que pa lúnico que sirven es pa ´cer ruido al pedo y arruinar los frutales. Sobre todo a los Duraznos, le dan cada biaba que ni les cuento. El carozo solo les dejan. Tienen una habilidá pa´picotear que no cualquera, no mi amigo.
Entó, como digo, se enllenó de Loras el árbol y aturdían con los gritos más que las Chicharras, que mire que gritan fuerte a esaj horas de la tarde; dicen que anuncean que al otro día va´cer maj calor entuavía. El caso es que me metí a la casa, saqué la escopeta del 16 de dos caños y cuando la monté pá voltear algunas al bulto, se volaron con tanta velocidá que no me dieron tiempo ni a apretar el gatillo, creamé.
Al día siguiente, de vuelta. Parecían maj cantida. Me metí de nuevo a buscar la escopeta y ésta vuelta ni siquiera me dieron tiempo a montarla. Lej había agarrau tanta rabia, que parecía que me lo hacían a propósito. Y así pasaron como 15 díaj. Hasta que me vine al pueblo y en lo del Turco Abdala compré un pegamento nuevo que decían que era muy bueno pá combatir a esos bichos gritones que parecían hojas grandes arriba de mi Algarrobo. Lo “embarduné” bien, gajito por gajito (tres latas de 20 litros me había comprau pa que mialcanzara bien). Y a la hora de siempre, llegaron los bichos, se asentaron y yo aguanté un rato como Abdala mi había dicho pa que se quedaran pegadas. Despuéj entré a la casa, saqué la escopeta, me preparé tranquilo porque tenía una caja llena de cartuchos nuevos pensando que laj iva a ir volteando por lo menos de a diez o quince por tiro. Vea, cuando levanté la escopeta y la monté, las Loras tomaron vuelo con árbol y todo.
Mire, lo cuento y entuavía se me pone la “carne de gallina” de la impresión que mizo. Eso sí, no volvieron maj. Claro, si ya no tenían ande asentarse: Qué vamuhacer, me quedé sin Algarrobo. Pero no me joden más con tanto griterío”.
Despeñaderos Paravachasca, 26/07/2009
Ricardo Arregui Gnatiuk
Comentario
Amigo Federico: Para tener plena conciencia de la exageración de Don Roque, hay que considerar que la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, está a 700 kilómetros de donde se desarrollaron los acontecimientos que él relata..
Un abrazo amigo. Me da gusto que estés de vuelta. Y que Dios te bendiga siempre.
"De corazón a corazón". Ricardo.
Gueno: Veia. Si tanto le ha gustau, ay va, pa que se saque el gusto:
Otra de Don Roque
Acodado en el mostrador largo del negocio del turco Abdala estaba Don Roque, contando sus historias hiperbólicas para quien quisiera escucharlo. Varios curiosos (la mayoría muchachada joven), se acercaron para oírlo. Tenga en cuenta el lector que estamos hablando del año 1928 o 1929 y las diversiones, como hoy se conocen, no existían. Entonces, en los pueblos chicos, pululaban los cuenteros que al final, resultaban graciosos y además, inofensivos.
Así es que de pronto, el hombre soltó para quien quisiera oírlo, un cuento cortito pero sin desperdicio.
“Mire, usté sabe?. Loj otro día me juí a la sierra, pal láo de la Quintana a buscar unoj animales vacuno, que ya miabían dicho queran más malo que mandinga enculao.
Era una tropa no muy numerosa, diunas 200 cabezas entre grandes y chicos. Y entrellos un toro barroso diunos 980 kilos calculo y mire que no lerro cuando calculo al bulto. El caso es que pasamo el puente sobrel río Los Molinos lo más bien. Después pasamo por abajo del puente del tren quiva al Regimiento también lo más bien. Y cuando buscamos pal naciente pal lau de Despeñaderos, sabía haber entonces una isleta é monte pal Sur del camino que salía a la calle honda, a la casa de los Godoy.
Vea, cuando el barroso vió el monte, dio media güelta, me miró, se paró en una lomita donde hay mucha piedra y creamé que sacaba chispas cuando escarbó el suelo con la pesuña. Yo le aguanté la vista y lo encaré con el lobuno grande que había ensillao ése día. Cuando el caballo le puso el pecho yo le pegué el grito, el toro trastabilló, pero ay nomaj se levantó y encaró pal monte. Rápido eché pié a tierra y desprendí un torzal que tenía siempre del lau de montar por las dudas que se me presentara una ocasión como la que cuento. Era un torzal hecho con el cuero diuna vaca colorada carniada en pleno mes de junio y tenia una resistencia que ni le cuento. Y una argolla dorada quera unorgullo pa`mi porque me la habían regalau en cierta oportunidad en una campaña política en el comité. Era de bronce puro, según decían diuna campana de no sé qué convento.
El caso es que me metí al monte por detrás del toro barroso y me lo encontré en un rodeíto abajo diun Tala grueso y viejo. Lo miré, me miró y me encaró. Cuando parecía que me topaba en el pecho, le saqué el cuerpo y cuando pasó de largo, de media güelta lo enlacé del cogote y ay nomaj lo embramé en el tronco el Tala. Vea, pegó un tirón tan grande éste animal y al ser tan resistente el torzal, lo que se soltó jué la yapa con la argolla que le dije y se escapó nomaj con la tropa- Haberán pasau unos tres mes cuando me yamó el jefe de la estación del tren y me dijo que tenía una encomienda de Güenos Aires pa`mí. ¿Sabe lo que había pasau?. Que el mesmo Presidente Don Hipólito Yrigoyen caminaba a la tardecita del día que me pasó lo del toro rumbo a la Casa Rosada y adelante dél, cayó la yapa del torzal mío con la argolla puesta. Uno de los segundos la levantó, se la mostró al Presidente y cuando él la vió, conoció largolla y le dijo: “Es de Roque. Mándensela urgente en una encomienda por el Mitre”. Vea, nunca me via olvidar del gesto deste hombre. Qué quere que le diga…
Despeñaderos, Paravachasca, el 23 de abril del 2010
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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