MEMORIA HISTÓRICA DE FRASCO: Los hechos de este relato coinciden con la verdad de los vividos en primeras personas o en las distintas versiones, que me contaron directamente sus protagonistas; aunque no los nombres de algunos de ellos, para no abrir viejas heridas del pasado-. Tanto han cambiado los tiempos, que la sociedad se ha amalgamado y ha ido saturándose de compromisos, hasta llegar a olvidarse de muchos de ellos; muchas veces influenciada por las conveniencias del momento político, otras: porque traer a la palestra, los acontecimientos y andanzas de otros tiempos, nunca fueron mejores alternativas para el futuro; pero lo cierto es: que una sociedad que va ocultando sus actos vergonzosos, sus actitudes inhumanas o tergiversando los hechos de su pasado: nunca encontrará el camino de la perfección, que posibilite su acercamiento a la verdad, a su propia historia y a la hermandad entre sus hijos. Quisiera indagar en los pozos de la sabiduría e impregnarme del saber suficiente para tocar y analizar temas –que durante mi existencia- siempre han constituido metas inalcanzables. Seguro estoy, de no llegar a razonar lo suficiente para ello y mucho menos, a captar o entender el puente, que une, lo material con lo espiritual y, jamás, a poder o saber transitarlo. Aunque no haya llegado a adquirir los suficientes conocimientos -por mi precaria preparación formativa o educacional- y, mucho menos goce de la autoridad suficiente para ello -ante otras personas-; quisiera andar por las rutas de la realidad, indagando el pasado de algunos hechos acontecidos, que puedan cimentar firmemente mi pasado... Es justo querer emprender ese camino desde estas líneas, para mí en la penumbra, que no tiene razón de ser, si es: transitorio solamente. No pretendo dar clases de conocimientos, ni aplicar los métodos a seguir en este emprendimiento; sólo deseo conseguir la estabilidad personal pretendida. Me complacerá: dar pasos firmes sobre él, para llegar al propio convencimiento y, acercarme lo más posible a ese puente de la verdad, aunque no sea capaz de cruzarlo nunca; pero es mi verdad mamada y entendible con el tiempo. No creo que esté prohibido hacer intentos de acercamientos, al conocimiento de nuestro pasado, y mucho menos, cuándo el tiempo que se emplea es el propio. ¡Quizás sirva!, nada más: para que alguien se sienta enganchado, como observador en el dilema y, también quiera: emplear parte de sus momentos, en esta sugerente indagación, que por absurda que pudiera parecer: siempre formará parte del tesoro de nuestra existencia o como yaga permanente de nuestras heridas. Voy a tratar de arrancar mis pasos, en el tramo más apto del camino, dejando para otros más meritorios, doctos y capacitados que yo: las partes oscuras y dificultosas del mismo, por donde me sentiría totalmente perdido. Avanzar por ese camino tenebroso, siguiendo los pasos que dieron los hombres, incluso desde que aparecieron sobre la faz de la tierra, se hace sumamente dificultoso para cualquiera y, es tarea más apropiada de científicos –paleo antropólogos, historiadores, periodistas o escritores- que se dedican a estudiar nuestros orígenes, actuaciones y evolución; que para un neófito aprendiz, interesado y curioso hombre de la calle; como me considero y seguro que no es el más apropiado. El camino es hartamente dificultoso y habrá que aplicar muchos conocimientos adquiridos o consultados sobre el tema; pero intermitentemente: se me aparece en el horizonte de mis últimos momentos, como la parcela de una vida, que se dio muy diferenciada a las demás, de las que he conocido, que fue segada sin llegar a granar sus espigas: por culpa de la maldad de otros, que a su vez: estaban seducidos por las ideas, de un mal que siempre nos acompaña: la ignorancia y la falta de amor. Empiezo a sentir la seducción de iniciar la marcha, para que, mi propio yo: se fortalezca y anime; a dar los pasos necesarios, encaminados a cruzar ese puente, tan ojeroso y macabro vividos por la familia de Frasco Infante. Parte de mi conciencia acomodaticia: -en casi todos los aspectos- me lo está negando, pero al mismo tiempo: no deja de arrastrarme, con muchos de sus consejos, para que mis actos, se encaminen, al menos someramente, a auto clarificarse, sobre las actuaciones del hombre, en un período –lleno de dudas y tan transcendental para mi generación, como ha sido, y es: la Guerra Civil Española. La perversión que siempre ha mostrado el ser humano en sus depredaciones y la incapacidad de su mente -para asimilar las enseñanzas, como resultado de su conducta errónea en muchos de sus actos- me encaminan a acelerar la marcha y para contribuir –con mi grano de arena- a conseguir cruzar ese puente tan temido e ignorado por unos y otros; aunque todos sean partícipes en una contienda -entre hermanos-, nunca debe ser plausible para el hombre bien nacido. Se debiera constituir, un compromiso o voto formal, que: gravase a cada individuo en su frente, para tenerlo siempre presente el significado de “HUMANIDAD”; cuyo calificativo nos debe distinguir y diferenciar de entre los demás seres que pueblan el Planeta Tierra. Debe existir entre los hombres: la verdadera hermandad, dejando al margen los pecados capitales. Los errores y las envidias, que hemos heredado del homo sapiens y que hemos ido perfeccionando con el paso de los siglos: debemos desterrarlos sin miramientos. Dejar al margen algunos conceptos básicos y lógicos de nuestras metamorfosis, para alcanzar y fomentar: el bienestar social, la comprensión y esa repetitiva hermandad, que todos deseamos tener para ser felices. Podría iniciar mi andadura por otro camino, menos espinoso; de sentimientos sin heridas y de pavimento asfaltado, quizás trazado para novatos y atrevidos, como yo; carente de las mieles del sufrimiento y el reto de las dificultades que se necesitan para poder expresar lo que se siente, cuyo éxito está encerrado en la constancia y en el saber. Sin dudas, sería mucho más fácil de transitar, con mejores panorámicas y donde las expresiones no tienen que ser tan rigurosas, porque las licencias estarían permitidas y las aseveraciones estarán muchas veces carentes de lógica, basadas en lo imaginativo y aventurero, sin tener muy en cuenta, todo el rigor científico, que para ello se demanda. Iré, solamente basado, en los relatos escuchados de seres protagonistas y de algunos hechos significativos de la época, que siempre llamaron mi atención. Soy un individuo -tan sólo- preocupado en relatar fielmente los hechos que voy a tocar, pero es tan intenso el deseo de circularlos dando a conocer los pasos que dieron otros, que tengo la necesidad de aclarar algunos conceptos desde Internet para poder cumplimentar un deseo interior que me consume. También es difícil dar luz al archivo que encierra mi subconsciente, sobre los comentarios que me hicieron mis abuelos y para poder contarlo fielmente, sobre la corta vida de un tío carnal de tan sólo 7 años, Haxparcol, al que nunca conocí en vida y que murió, como consecuencia de las actuaciones torpes de algunos perversos republicanos de entonces, faltos de las más elementales virtudes humanas y que nunca deben ser patrón, ni ejemplo para generaciones venideras. El desafío se hace enfermizo y la adicción, va creciendo a más, cada vez que la mente choca con la idea, por lo que no debo guardarlo más en mi tintero. Es una aventura inigualable para mí y considero, que: ni el más osado y preparado de los mortales, podría contarla: sin haber caído en múltiples errores; no sólo por el atrevimiento; si no, por ser contradictorias a las ideas que se empleaban en el tiempo que les tocó vivir o por haber dejado sus vidas en el empeño -en la mayoría de las ocasiones-; pero no se debe fomentar el distanciamiento de la sociedad, yendo contra corriente al analizar los momento en que sucedieron aquellos hechos. Sobre todo, por la cantidad de versiones –muchas de ellas contradictorias- que se han expresado desde entonces, dependiendo del color político con se las mire. Mi intención no es otra, que: la de viajar a lo largo del camino, recorriendo aquellos pasos –que dieron otros-; imaginando esos tiempos, momentos y lugares; basándome –especialmente- en la sabiduría que –anteriormente- aportaron otros, cuyos relatos directos, no tuvieron la influencia de algunos escritos -divulgados–, ni llegaron a alcanzar el pretendido significado o reconocimiento, ni político, ni económico ante los demás. Llevando los datos –como notas en mi cuaderno- la verdad de personas llanas de pueblo, que vivieron los hechos acontecidos en primera mano; -donde vi, muchas veces, que afloraban a raudales las lágrimas a sus ojos-, causadas por el recuerdo, de un hijo, que se les venía a la mente, con cada momento, al tratar de describirlos y contármelos. Los científicos que estudian nuestros orígenes son mentes privilegiadas y en la mayoría de los casos, ellos emplean sus vidas de forma altruista, sin recibir ningunas compensaciones materiales a cambio; a veces: tan sólo, un somero reconocimiento por sus trabajos; pero nunca llegaron a vivir de cerca: las emociones, los gestos y los sentimientos de aquellos hombres de carne y hueso, que ahora yacen desparramados por toda la piel del toro de esta España. Éstos, muy bien podrán expresar los hechos acaecidos durante la contienda española del segundo tercio del siglo pasado y podrían filtrar bajo el prisma de su sabiduría todas sus consecuencias; pero muchos de ellos: hablaron efusivamente de las granzas, que conformaron sus cañas y sostuvieron las espigas, donde estaba el bien preciado grano, conformando la gente llana de pueblo y los sufridos campesinos de aquella época, a los que en su mayoría olvidaron. Nunca fui político y jamás sentí simpatía por ningún bando o color; tan sólo me siento patriota acérrimo de un país, en el que: los más ociosos y sin escrúpulos lo están vilipendiando por sus cuatro costados todavía y lamentablemente no han llegado a aprender nada, con los resultados del pasado, aún no lejano. Aquellos paleontólogos, que se ocupan de nuestros orígenes, nunca llegaron a imaginar las torpezas y vilezas del hombre, que estudian. (Y mucho menos del hombre actual, especialmente a los que se forjan con ideas políticas acérrimas). Sólo, nos estudian en algunas de nuestras diferenciaciones físicas, las modificaciones, que hemos sido capaces de llevar a cabo, para adaptarnos al medio en el que nos hemos desenvuelto y otras características de nuestra transición evolutiva. (Casi siempre, se equivocan al tratar de su carácter o inteligencia). Por ellos sabemos: -Que constituimos una sola especie animal muy diferenciada de las demás; que apareció sobre el Planeta, durante el último millón y medio de años, que nos calculan en la Tierra, como homo erectus, es decir: andábamos sobre las extremidades inferiores. ¡Quizás para ahorrar energías!... -Al desarrollo de esta especie evolutiva, la denominaron Homo Sapiens y,-aunque sus ancestros se remonten a unos 40 o 50 millones de años antes-, es a partir de fechas más recientes y debido -fundamentalmente a su capacidad de retener los hechos que le van ocurriendo (en lo que denominamos memoria), es cuándo su evolución se hace más patente y progresiva; (pero parece ser: que nunca aprendieron de los errores que van cometiendo –tantas veces demostrados-. -El poder recordar esos hechos (archivados con anterioridad) y aplicarlos a nuevos acontecimientos, es la fuente de la diferenciada facultad intelectiva ante otros seres vivos, (que en la mayoría de las situaciones, se muestran más inteligentes). -De los buenos o malos resultados obtenidos al aplicar los conocimientos archivados en esa memoria, sacados de las nuevas vivencias acontecidas, se le originó, lo que se dio en llamar: un estado de conciencia o la formación de su estado anímico, como archivo de sus vivencias en su memoria creciente, (el homo sapiens, va perdiendo su conciencia; si es que la tuvo alguna vez…) -Sin precisar fechas y sabiendo que incurriré nuevamente en múltiples errores, considero que la memoria, la inteligencia y la conciencia, se dieron en el ser humano en ese orden cronológico, con toda probabilidad; pero esos mismos paleontólogos, deberían estudiar al hombre –en su época más moderna- cuando va perdiendo gran parte de sus virtudes en un estado de conciencia beligerante. (¿Siempre se mataron los hermanos entre sí…? ¡Ah, es cierto: dicen algunos textos que Caín mató a Abel!) Se dice, que el homo sapiens proviene de una familia de primates -los hominoideos- y que aparecieron en el Centro de Garganta de Olduvai, -que vista desde el espacio: está situada en África, en el norte de Tanzania y al noroeste del Zanguereti, a 2° 59´latitud Sur y 35° 31´ longitud Este, según las coordenadas satelital, sacada del programa Google Earth. (¿No será erróneo…, y más bien, aparecieron en la Garganta del Diablo, sobre las Cataratas del Iguazú…?) Estos primates homínidos en su escala evolutiva llegaron a modificar la articulación del dedo pulgar de ambas manos, llevándolas a ser -en su diferenciación-:”triples y completas”, lo cual quiere decir, que: puede desplazar el dedo pulgar hasta llevarlo a oponerse a los demás dedos de la mano: existente en esta especie para conformarse como más inteligentes que otros primates. ¿Seguramente nos quedamos más miopes para poder hermanarnos? Con esta capacidad, desarrollada en su evolución a lo largo de miles de años, fue adquiriendo: capacidades, conocimientos, desarrollando sus sentidos y en definitiva evolucionando hasta alcanzar su estado actual; dotados de todos los atributos, que nos deben hacer: ser muy superiores a los demás seres vivos... (Sin embargo, nos falta mucha bondad y algunas otras virtudes necesarias…) Su sistema nervioso se fue ampliando y desarrollando a la vez que sus exigencias biológicas lo demandaban. (Su demanda de poder, también nos consume…) La larga historia del hombre sobre la tierra es apasionante en todos sus aspectos y mucho más valor adquiere al analizarla con detenimiento. (¿Merecerá la pena…?) Comparando las características de nuestros antepasados y las variaciones que ha sufrido hasta llegar a los momentos actuales, debemos diferenciar la de los primeros homínidos, no humanos y el comportamiento del homo sapiens. (Es muy mediocre, teniendo la inteligencia superior a los irracionales…) Desde que apareció el hombre sobre la faz de la tierra hasta los momentos actuales, el camino seguido: ha sido muy largo y su estudio es muy complejo y laborioso para las personas dedicadas a ello. (Se perdió mucho tiempo en estudiarnos y se empleo poco en educarnos…) Todavía más complejo, es: el estudio de su comportamiento, su idiosincrasia y especialmente las relaciones con los demás, que está muy carente de valores. La creación o aparición del hombre, para nada tienen que ver con su evolución posterior, donde el medio por el que ha ido pasando a lo largo de miles de años ha ido transformándole y adaptan su personalidad hasta llegar ser el hombre actual y las características que lo califica diferente a los demás seres. (¡Y tan diferente…!) Conocer sus orígenes, además de ser un tema apasionante -intelectualmente hablando-, es: totalmente imposible separarlo de las características del hombre actual, aunque entiendo, que: nunca llego a tener el hombre, tan desarrollado, su instinto de perversión, falta de valores morales e irresponsabilidad, como el que tiene en los momentos actuales y a los hechos me remito –opresiones, guerras, etc.-. El homo sapiens empezó a tener capacidades desconocidas, como: la memoria, las emociones, las percepciones, el raciocinio, la imaginación, etc., y en los momentos actuales se va olvidando de ellos, o lo que es lo mismo: marcha hacia atrás, en ellos. Puso un poco de orden en su vida utilizando la voluntad para hacer las cosas y razonando por medio de sus capacidades los momentos y lugares más adecuados para obtener mejores resultados en sus emprendimientos, (ahora los destruye). Mentalmente se fue adentrando en muchos aspectos del entendimiento y de la conciencia, desarrollando sus neuronas, perfeccionando sus capacidades y dando lugar a pensamientos personales, como producto y actividad del yo personal. Indudablemente se fue adentrando en un maremágnum de conceptos nuevos que le exigían pronunciamientos propios, sentimientos diversos, creencias, temores, etc. (Ahora parece ser: que todas las virtudes y conceptos nuevos, le aburren o los destruye y muy poco usa los dictados de su conciencia…) Al sentirse empequeñecido ante los fenómenos grandiosos de la naturaleza se volvió creyente e imaginativo; (actualmente parece mucho más incrédulo). En sus periodos evolutivos se iba perfeccionando en todos los aspectos –tanto físicos como espirituales-. Con la desgracia de llegarle cataclismos inesperados e insospechados, que estaban a punto de aniquilarle y, contra los que tenía que luchar para su supervivencia; (hoy él mismo los provoca). Acontecimientos que se producían –casi siempre- por cambios climáticos radicales e inesperados ajenos a su voluntad, como: las glaciaciones y des glaciaciones, etc. La raíz que nutre el progreso y la evolución del ser humano sobre la tierra es directamente proporcional a las bondades del medio en el que vive y al buen uso que demos a esos medios, que la Naturaleza tan gentilmente nos proporciona… (Desgraciadamente el abuso continuado de las bondades que nos proporciona la Madre Naturaleza, nos está llevando a vislumbrar un final apocalíptico de la vida).

CAPÍTULO I.- En la Alta Axarquía Malacitana.Una mañana luminosa y apacible de la Alta Axarquía Malacitana, parecía que el Ojo de Dios, se estaba asomando por el oriente, tratando de favorecer: los viñedos para que diesen, los dulces caldos en sus vinos moscateles, en sus almendros florecidos, para que cuajasen sus allozas y en el faenar de sus hijos que empezaban las labores terrizas y agropecuarias, por aquellos pechos de belleza inigualable, para que les cundieran y fuesen provechosas sus labores, (su sustento). El verdor de algunos cañadones de las umbrías, aún no habían entristecido al gris opaco de las solanas limítrofes, ni había tomado sus temperaturas ambientales. Hacía tiempo que no llovía, ni una sola gota de agua, por aquellas tierras: pizarrosas, pendientes y semi-rojizas, de viñedos y almendrales; salpicados de olivos; pero aún: se mantenían los pastos verdes y frescos en las mañanas; localizados en las zonas más arcillosas y menos expuestas al sol de un junio transparente. Haxparcol, había saltado muy temprano de su jergón de granzas de cebada, para ir a ayudar a su tío Pepe (cabeza de familia), que empezaba a ordeñar la veintena de cabras, que eran fundamentales y constituían el sustento de toda la familia; formada por: Josefita (la esposa, que estaba esperando su tercer hijo), Antonio (hijo mayor de 5 años, y Francisco (segundo hijo de 3 años). Todos ellos conformaban una unidad familiar, muy bien avenida, pues dentro de las estrecheces del momento social por el que se atravesaba -en general- durante los últimos años de la II República Española, llegaban a mantener una buena armonía -en su conjunto- y, un excelente comportamiento cívico social, en relación con los demás miembros locales. Haxparcol, que a la sazón tenía –recién cumplidos los siete años-, se manifestaba, como un niño muy avispado e inteligente. Era el único hijo varón de María Meléndez y de Frasco Infante, que vivían con el resto de la familia, sus tres hijas: María de 17, Antonia de 15 y Salvadora de 13 años, en otro lagar denominado actualmente –la Fuente de la Teja- heredad de la familia paterna-; situada: más hacia el noreste; a unos doce kilómetros de distancia; subiendo y bajando aquellos pechos de rozas y cahorrales que formaban las primeras vertientes del río Vélez, en la Alta Axarquía Malacitana. Frasco y su cuñado Pepe, había acordado, desde el verano pasado, que: Haxparcol estuviese durante algún tiempo guardando las cabras de su Pepe, en la finca de éste, denominada Las Encinillas; situada al este de la N-321-carretera, que por entonces, era la única vía de comunicación asfaltada entre Málaga con Madrid –también se la denominaba la carretera de Bailen: seguramente por pasar por esa población jienense-. A pesar de la corta edad del niño, muy probablemente, los dos cuñados, habían ideado ponerlo de cabrero, para así: cubrir ese puesto y descargar el mucho trabajo que Pepe tenía; pues venía soportando a sus espaldas, todas las tareas agropecuarias del lagar, ya que, sus dos hijos eran todavía pequeños; y, para procurar llevar el lagar Encinillas medianamente atendido; por otra parte, Frasco así, se descargaba un poco de tantas bocas, como tenía que alimentar; no habiéndose repuesto todavía del traslado y la pérdida de su trabajo de guarda, que ejercía en la costa antes de la llegada de la II República. Fuese como fuese, lo cierto es que ambos dieron ocupación al chiquillo, bastante alto para su edad y que además era: muy despierto y obediente. Ya llevaba más de un año ejerciendo las tareas encomendadas por su tío y había adquirido en ese tiempo, bastante soltura y agilidad en todos sus comportamientos; estaba muy curtido por sus andanzas diarias, detrás del pastoreo de una treintena de animales –veinte cabras, seis chivas, un macho cabrío, dos ovejas y una burra-. Algo delgaducho, pero fuerte, por el continuo ejercicio que hacía diariamente detrás del ganado y por la inquietud que siempre le llevaba a trepar por los árboles de los aledaño, buscando frutas y en algunas ocasiones nidos de pajarillos, tan sólo por observarlos, porque su tío le había advertido, que los nidos nunca se deben tocar, porque peligran los pichoncitos, que morirían al tocarlos. Era de piel blanca –tostada por el sol en las zonas poco protegidas, con el pelo castaño y los ojos azules, como los de su madre María, la hermana menor de Pepe. Sus padres vivían en la parte alta de las estribaciones de los montes que se divisaban al este; como a una distancia –en línea recta de unos 8 ó 9 kilómetros; (el lagar de sus padres –en los días claros, como el de hoy- se lo podía ver en la lejanía, muy blanco, resaltando sobre los demás colindantes). Siempre que hacía un día claro con luminosidad, él se quedaba traspuesto, mirando hacia el lugar donde vivía su familia y sus tres hermanas; todas ellas más mayores que él y que lo llenaban de mimos en cuanto tenían ocasión de verle. Se le iban las horas enteras, contemplado los caminos y alrededores que conducían a su casa y muchas veces cerraba los ojos y se imaginaba: ir recorriendo el camino, recordando mentalmente -con todos los pelos y señales-: los obstáculos, curvas y encuentros que se le podrían presentar, si tuviese que ir hacia ellos. Algunos días de nubes bajas o nieblas caídas, se entristecía porque no alcanzaba a divisar el lugar donde estaban sus padres y sus hermanas; entonces imaginaba, verlos pulular por los alrededores del lagar, ocupados en las faenas normales de la vida rústica. Su padre (Frasco), habría salido al amanecer –apenas sin luz diurna- poniéndose en marcha, para alcanzar el sitio de trabajo, a la salida del sol. Él trabajaba por su propia cuenta, pero a destajo personal (que él mismo se fijaba) perforando aquellos pechos y rozas, tratando de encontrar los manantiales, que le encargaban sus convecinos, para conseguir agua potable para las casas salpicadas del entorno. Su madre (María), estaría preparando la masa de harina y confeccionando los panes (unas 6 piezas), mientras sus hermanas: arrimaban y preparaban el horno de leña, hasta calentarlo adecuadamente, para luego cocer el pan. La hermana mayor (que se llamaba también María, como su madre) y la segunda hermana (Antonia en honor a su abuela paterna); después de arrimar la leña del horno, irían a la mina para traer agua fresca en sendos cántaros, y así, poder abastecer las necesidades del día; mientras la menor de sus hermanas Salvadora, ayudaba a la madre y cuidaba del prendimiento del horno. Cada día transcurría sin grandes contratiempos en la casa del tío Pepe, pues Haxparcol estaba muy pendiente de los animales, para que no hiciesen daño a los árboles, por donde pululaban en sus careos. Llevaba siempre -a raja tabla- las indicaciones y normas que le había dictado su tío Pepe, quien al final de cada jornada, siempre le pedía que le informase de todo lo acontecido durante la jornada y, si alguna cabra, se había subido -con las manos- a la cepa de un almendro para alcanzar –más cómodamente el ramaje- él tenía la obligación de darle cuenta del hecho a su tío. El ganado, siempre estaba pastando dentro del recinto, conformado por terrenos de aquella finca, propiedad de su tío- y nunca tuvo que soportar las quejas de los vecinos limítrofes, pues el chico que los guardaba era muy responsable, a pesar de su corta edad; por todo ello y por los lazos de familiaridad era muy querido. Pepe estaba siempre muy contento con su sobrino Haxparcol. A la hora del almuerzo, siempre le permitía que encerrase al ganado en los corrales, para sestear durante un par de horas: cuando el sol más apretaba y, durante ese descanso, además de almorzar: jugaba con sus dos primos menores que él y les ayudaba en las tareas, que el maestro rural, les imponía, para que los realizasen y llegar a corregirlos a su vuelta, en el próximo día de clases. A veces, tenían un rato para estar entretenidos por la casa en aquello, que más les agradasen; para él, casi siempre era tallando -con su navaja- alguna figura sobre un palo seco; se había aficionado, seriamente, por iniciativa propia a la talla de objetos y en muchas ocasiones constituía su principal pasatiempo, sobre todo, cuando estaba con el ganado pastoreando por los campos. Hacía unos arados de palitos, que se asemejaban muy exactamente a los de verdad; algunos biérgol, palas, amocafres, que tenían mucho parecido; algunas mesas y sillas, alcanzaban -en miniaturas- la perfección que no tenían en la realidad. Ya estaba incluso haciendo algunos cuerpos de animales, con los que convivía a diario y no distaban mucho de su parecido. La burra, que ya había confeccionado, en miniatura, tenía todas las facciones y parecía real. Cada tarde, después de sestear, se acercaba a los aledaños de la ruta pavimentada, que colindaba con los terrenos del lagarillo, por su parte oeste; buscando el pasto de las cunetas, en los bordes o terraplenes, donde siempre corría una ligera brisa, que venía del mar Mediterráneo, lamiendo las colinas repletas de vides, salpicadas de alcornocales y trayendo los aromas de bolinas, aulagas y cantuesos de aquellas serranías. Varias veces había distinguido el mar, en la lejanía, mucho más azul oscuro, que hacía contraste con el cielo, pero en la mayoría de las ocasiones, ambos espacios parecían del mismo color, estando confundidos o tapados por una ligera niebla, que casi siempre, se levantaba en la lejanía. Al mar, en los días claros, siempre se le veía al filo de las crestas de los montes, hacia la parte sureste, como si fuese un velo de tul fantástico y misterioso. En las tardes claras, de poca atmósfera, podía llegar a distinguir, bastante bien, las vertientes de Sierra Tejeda, con sus cumbres afiladas en forma de dientes de sierra, aplastando al pueblecito de Alcaucín y alejándose hasta los abismos del mar, donde se perdía la vista en el horizonte y, también se distinguía, como unas motitas plateadas -a veces brillantes-: muchos pueblos, blanqueando sus figuras en el fondo grisáceo de los campos, pero sólo aparecían en los días muy claros. Aquellos pueblecitos aún no los podía distinguir con sus propios nombres, de los que se sentía nostálgico y que: deseaba conocer más de cerca; se conformaba, diciéndose, que: cuando fuese algo mayor, los visitaría y recorrería sus calles. Su tía Josefita, le había prometido meses antes: pedirle -en su nombre- a los Reyes Magos –el 6 de enero- para que éstos le trajesen –si era muy bueno- : un libro, donde pudiese conocer, con todo lujo de detalles, aquellas zonas que veía en la lejanía, con tantos pueblos blancos; incluso se esforzaría al máximo para que en el libro, figurasen muchas fotos, donde él pudiera imaginarse, que andaba por aquellas calles pueblerinas; claro estaba, que él: se tenía que comportar muy bien con todo el mundo, ser muy obediente y cuidadoso con los animales; procurando siempre no mal tratarlos, ni tirarles piedras –como solía hacer, cuando trataban de ramonear en los árboles y sobre todo no interrumpir a las personas mayores cuando hablan. La misma mañana que se despertó al día de Reyes Magos -06-01-1.936-, tenía su libro de los pueblos blancos debajo de su almohada; fue tal su sorpresa, alegría y se distrajo tanto mirando el libro, que el tío Pepe: tuvo que venir a buscarlo a la casa para que saliese con el ganado, pues él, ya los había dejado atrás, saliendo de los corrales e iban subiendo hacia el abrevadero y estaban sueltos en los campos abiertos, camino de las viñas, donde no podían entrar. Haxparcol… Haxparcol, le llamaba a gritos: no te entretengas que los animales ya están saliendo de los corrales y no quiero que hagan destrozo, ni en la huerta, ni en los árboles que la rodean; pronto se te irán a la pila del abrevadero y no podrás alcanzarlos y romperán todas las vides. Si voy enseguida tío…, -le contestó- y trincó el libro bajo el brazo, mientras la tía Josefita le alargó una pequeña talega con algunas cosillas de comida y fruta, para que se entretuviese hasta llegada la hora del almuerzo, -a la que él correspondió con un sonado beso-. Salió corriendo, como alma que lleva el diablo, procurando que el tío Pepe no se enojara con él. Afortunadamente: nadie le regañó más, ni le aconsejaron que dejase el libro en la casa, como esperaba que su tía Josefita le indicase, pero no lo hizo y eso incrementó mucho más su alegría, pues podría estar todo el tiempo hojeándolo. Esa posibilidad de llevarse el libro consigo, constituyó un gran éxito para él: abriéndolo, en cuanto pudo apaciguar un poco al ganado, en el terraplén del este de la carretera N-321 (era la que subía de Málaga por los montes y atravesando muchos pueblos, llegaba hasta la capital de España –según oyó decir al maestro, en la clase de algún viernes atrás, en las lecciones que impartía a sus primos- y desde donde se podía ir a cualquier parte del mundo. Empezó a buscar la carretera en el libro de sus Reyes Magos, sin dar con ella; pero su perseverancia era tan tenaz, que cuando, ya se acercaba la hora de regresar a casa para comer y sestear, dio con la línea azul, que se marcaba sinuosa en el recuadro del mapa. Había tenido que irse al mar y buscar Málaga en la costa, para subir por la línea azul hasta el pueblo. Aquellas imágenes se le gravaron para siempre en su memoria y empezaba de divagar con ellas, localizando aproximadamente la curva que hacía la carretera antes de llegar a los terrenos de su tío Pepe. Aquella explicación: de que la carretera llegaba desde Málaga hasta Madrid pasando por Bailen, se le quedó gravada a él mucho mejor que a sus primos, porque eran algo más pequeños y que según recordaba –porque lo estuvo repitiendo mucho tiempo, desde que lo oyó. Recordaba exactamente que la otra punta, se llamaba Madrid y pasaba por Bailen. Lo aprendido, le sirvió mucho para encontrar la carretera y llegó a saber recorrerla fácilmente, en un mapa que traía de España al completo, en la página 21, con las capitales, los pueblos, las montañas, los ríos y las carreteras más importantes de la Península Ibérica. Estuvo toda la mañana pendiente del contenido de libro; primero miraba las fotografías que traía y que a él le parecieron muy pocas y se recreaba en algunos dibujos y nombres bajo unos puntitos negros, con los nombres de las poblaciones a las que correspondía. Pronto aprendió y comprendió todo el contenido del libro. Entre tanto, no dejaba, ni un momento de vigilar los animales –especialmente las cabras- pues si se acercaban a algún árbol y lo mordían, luego, cuando pasara por allí su tío, lo notaría y le regañaría fuertemente y hasta sería posible que le quitasen el libro, al que tanto empezaba a amar y eso, nunca podría soportarlo. Había sido muy perseverante en aprender, todo aquello que escuchaba del maestro de pago, que venia dos veces por semana a dar sus clases a los dos primos Antonio y Francisco y sobre todo, procuraba estar presente cuando, esas dos veces por semana, llegaba el maestro rural Segismundo, casi anochecido, para dar las correspondientes lecciones a sus primos y él nunca se perdía nada de lo que decía. En algunas ocasiones, cuando al maestro se le hacía muy tarde para volver a su casa en Colmenar y al día siguiente tenía que seguir con las clases a otros niños, por otros lagares de la zona, se quedaba a cenar y a dormir en un jergón que le ponía la tía Josefita, en la misma cámara donde Haxparcol dormía y éste no dejaba de preguntarle por cosas interesantes y desconocidas, hasta entonces, para él. En muchas ocasiones, era él quién les resolvía a sus primos, algunas de las tareas que el profesor, les dejaba, para que estuviesen ocupados y siempre las tenían que tener listas y aprendidas, para el repaso de la próxima visita. Casi sin darse cuenta y solamente por el interés que mostraba en ello, había aprendido muchísimas cosas, aunque ya sabía leer y escribir, bastante bien cuando llegó a la casa de sus tíos, porque su hermana Salvadora, le había instruido muy bien y sus primos siempre recurrían a él, ante cualquier dificultad que encontrasen en sus tareas, pues ninguno de ellos, quería quedar mal delante del maestro: eso constituiría un gran bochorno y les causaría muchísima vergüenza, aparte del castigo que podrían recibir de su padre, si lo consideraba un acto de negligencia. Así que las dificultades, siempre las tenía que resolver él, que aunque tenía apenas siete años, pero aparentaba un cuerpo, como de catorce y se sentía bastante instruido, al menos, más que muchos de aquellos hombres que él conocía hasta entonces y que no eran pocos. En muchas ocasiones, sus tíos, cuando tenían alguna visita, casi siempre gente de la zona: procuraban que Haxparcol, no se acercase a ellos, porque siempre salía con algún tema de conversación y muchas preguntas, en los que algunos visitantes quedaban en ridículo: casi siempre referente a las labores del campo o al cuidado de los animales y el pequeñajo, cuando se aprendió el libro de geografía, como muchas veces su tía le decía, quería siempre sobresalir con sus sabidurías y, como también solía decir: apabullando a los visitantes, que se acercaban de cumplidos por la casa, para después de ocurrirles cualquier percance de esos, nunca más volvían a visitarles; ya que llegaban a considerarlo peligroso por su sabiduría. No hacía, ni un año que Haxparcol estaba cuidando las cabras de su tío, claro está sin cobrar nada, sólo por el mantenimiento de su persona, pues cuando más niño había estado siempre en la casa de sus padres: donde se había criado, con el esmero, cariño y cuidados de su madre y de sus tres hermanas –todas más mayores que él- y a las que añoraba muchísimo. Especialmente echaba de menos a los suyos, cuando el día era luminoso y podía alcanzar a ver el puntito blanco de la casa de sus padres en la lejanía del horizonte y porque siempre guardaba muy buen recuerdo de todos los acontecimientos que compartían, donde a él siempre lo consideraban como el rey de la casa, llegando a ser el centro de atención de todos los suyos. Todos los mimos y caricias de las cuatro mujeres se volcaban en él y su padre en todo el tiempo que estaba en casa, lo tenía a su lado y lo trataba de igual a igual, hablándole tan ásperamente –como la vida misma- sin cortedades, ni revueltas; ya que, cómo él siempre le decía: la vida es dura, pero hay que saber afrontarla de frente y sin dejarla que le crezcan las espinas. Sus tres hermanas habían estado un tiempo en colegio de monjas –cuando vivían en la costa- y habían sido niñas muy aplicadas, porque su madre María, siempre estuvo muy pendientes de ellas, especialmente en todo lo referente, a: aseo personal, respeto hacia todas las personas, aplicación en los estudios, normas de urbanidad, saber oír y procurar hablar poco, cuando hay personas que saben hacerlo mejor, etc. Cuando sus padres tomaron la decisión de volver a la finca –heredad de su familia paterna- dejando su padre, el trabajo en la costa; la familia se vio obligada a irse a vivir al lagar semi-abandonado, denominado La Fuente de la Teja, en el Término Municipal de Colmenar, situado en medio de los Montes de Málaga o en los Altos de la Axarquía Malacitana y enclavado en una ladera de colinas, que casi todas, daban hacia el oeste; para evitar las revueltas que se estaban organizando en la capital. Los pocos dineros existentes en aquellos días, la escasez de trabajo por cuenta ajena para ganarlos y el iniciar la actividad en un campo tan agreste, -que aunque no había sido abandonado del todo, por los cuidados que le prodigó el tío Juan, desde hacía años, mientras esperaron las primeras cosechas de almendras y aceitunas-: pusieron a la familia entera en órbita, para subsistir. Pronto la madre se hizo con cuatro gallinas, comprando dos al recovero, que pasaba por allí cada semana y consiguió un gallo de su hermana Antonia –la del lagar de la Justa- que le regaló cuando iban camino de la heredad de su marido, más las dos que le regaló su cuñada Josefita, cuando estuvo en las Encinillas, a su vuelta de la costa, ya tenía algunas ponedoras y el comienzo de su gallinero, que le daban huevos para ir preparando una nidada y echar una clueca, en poco tiempo. Fue guardando con mucho cuidado los huevos que pudo, hasta llegar a tener como unas dos docenas y cuando una de las gallinas se quedó clueca, le puso todos los huevos para empollarlos; así –poco a poco- se hizo con un buen corral de gallinas que llegaban a abastecer las necesidades de la casa y aún dejaban varias docenas de huevos semanalmente, para vender al recovero o cambiar por otras cosas necesarias: ropa, algunos comestibles e incluso herramientas para Frasco, etc. A su hermana mayor María, le regalaron una pareja de conejos caseros, cuando fue de visita a la casa de los vecinos del lagar limítrofe del Villena, -algo más abajo y cercano al río- y, se cuidó de que nunca le faltase la hierba fresca y el agua –el padre les preparó unas conejeras, hechas con lajas de piedras echadas contra la pared y cubriendo las yagas con una masa de barro- y empezaron a criar, tan rápidamente, que en poco tiempo tenían que estar todos buscando cerrajas y carrillones, para que no les faltase comida, claro que a ellos tampoco les faltaba. Los conejos, llegaban a beberse, casi un cántaro de agua, que cada mañana temprano traían las hermanas de la mina, distante como a un kilómetro de la casa, en la cañada de enfrente. Más de media docena de aquellos conejos: eran vendidos o cambiados al recovero y otros tres o cuatro eran consumidos a la semana por la propia familia, en buenas fritadas de tomates, pimientos, patatas o berenjenas, que el padre cuidaba en el propio huerto, formado por tres tablas de terreno, que había preparado un poco más por debajo de la mina; con lo que podía regarlos con el rebosadero y resumidero del propio manantial e incluso los sábados, completaba el riego total de las tablas, cuando desocupaba toda la perforación de la mina. Aquél manantial, era muy antiguo, pero inicialmente, sólo existía un pequeño chorreadero, sobre una poza, que permanecía húmedo casi todo el año. Su padre –al poco de establecerse en la finca: estuvo con su hermano Juan, unos días cavando un zanja en horizontal, siempre siguiendo el hilo de agua, que le servía de guía, para hacer aquella mina. Consiguió descolgar el chorrito de agua, que estaba alojado en la cepa del sauce: -llevándolo delante de si, mientras cavaba-; de esta forma: llegó a hacer una gran brecha, que se fue internando tierra adentro, hasta alcanzar unos veinte metros de largo, por dos de alto y unos ochenta centímetros de ancho, con lo que consiguió almacenar unos 32 m3 de agua; posteriormente le hizo una pared de contención a la entrada, dejándole un desagüe redondo en la parte baja, que taponó con un trozo de corcho al que lió algunos trapos y colocándolo por dentro del murete, resultó: que al día siguiente la brecha de perforación horizontal estaba llena de agua y casi rebosaba por un pequeño aliviadero que le había dejado en la parte superior, con una teja clavada en el mortero que utilizó -formado con arena, arcilla y cal-, de forma que el agua que manaba aquella mina, soltaba un hilo de agua por el filo de la teja. Antonia tuvo la iniciativa de coger un enjambre que se había parado en la cruz de un olivo verdial y, una noche que hacía bastante frío, se fue acercando con mucho cuidado –provista de un guisopo, que al prenderlo soltaba mucho humo- y que, ella misma había confeccionado con una mezcla de aceite del candil, algunos trozos de tocino y todo ello liado en un palo; con su propia mano: fue, con mucha suavidad desplazando las abejas dentro de un caldero de cinc; cuando estuvieron todas las avispas dentro, lo tapó con unas taramas de retama y sin darle golpes se los llevó hasta un tronco hueco de corcho -sacado en una pieza, como corteza del tronco de un alcornoque- e introdujo el cubo dentro -dándole la vuelta con mucho cuidado- hasta que consiguió deslizar todos los insectos en él; previamente le había puesto unos palos dentro en forma de cruz, en la parte central de aquella corteza sin vida y unas cuantas hojas de higuera, que los cubrían o dividían en dos la parte iguales, colocó una gran piedra delgada y plana encima y otras más gruesas, como para que no las volara o volcara el viento; desde luego, había colocado su colmena algo alejada de la casa, al abrigo de un terraplén y dentro de la cueva -que alguien habría hecho, hacía mucho tiempo- al socavar el hueco de una calera en tierra para hacer un horno de cal viva. También le tenía puesto al lado un lebrillo con una piedra pesada en el centro y lleno de agua, así las abejas, podrían beber, sin ahogarse; al menos eso era lo que decía ella. Llegó a tener más de cincuenta colmenas y tuvo que buscarle un sitio más amplio, para cobijarlas, así que su padre le ideó un lugar, algo más distante de la casa, a mitad de camino entre la casa y la mina de agua, en los bajos de la viña de poniente y al abrigo de los fríos del invierno. Como Frasco se percató, de que aquella actividad, que su hija Antonia había empezado, como un entretenimiento: se estaba convirtiendo en una buena fuente de producción de miel, le preparó un buen suelo de piedras, donde apoyar las colmenas; fue yagueando los bordes con mezcla de arena, arcilla y cal viva, dándole una pequeña inclinación al suelo, para que no se estancasen el agua de las lluvias y le advirtió a su hija, que tenía que procurar siempre: tenerlas al abrigo de los reptiles, (culebras, lagartijas y otros animalitos ávidos de comerse a las abejas, las larvas o la miel que producían éstas). El lugar era bastante amplio y estaba en una solana, donde los vientos combatían poco y si alguna vez se producía un fuerte vendaval, allí era el único lugar, donde menos se producían los destrozos. En un tiempo, él mismo, había tratado de perforar, sobre una de sus paredes laterales una mina en horizontal, pero al dar con poca roca, la tuvo que abandonar, temiendo que se le derrumbase encima, pero aún conservaba un charco de agua en la parte del suelo a su entrada, de donde seguramente podrían auto-abastecerse las abejas con toda facilidad. La hermana pequeña, que por entonces tendría unos ocho años, era la que más instruida estaba de todos los miembros de la familia; siempre estaba con un libro en las manos, sacado del arcón de sus abuelos, leyendo alguna historia diferente.

Había conseguido al llegar a la finca, encontrar un arcón donde se guardaban bastantes libros antiguos, y se aventuraba por ellos, hasta el punto: que en ocasiones se quedaba a la luz del candil, más allá de la media noche, hasta que acababa con aquellos relatos, muchos de ellos, novelas de bandoleros, de la vida de santos, y alguna enciclopedia de materias en general. Una de las que más le gustaban, era: aquella que relataba muchas de las correrías de –los Siete Niños de Écija-, las andanzas de José María el Tempranillo, mal llamado el rey de Sierra Morena, Luis Candelas, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha –en dos tomos, que ya había leído en dos ocasiones- y otros personajes; pero el que más le agradaba era el titulado “Ello”, que había encontrado en el fondo del arca. Incluso, llegaba a tener, entre los Migueletes, a su personaje favorito. Cuando Haxparcol nació, poco le faltó a ella sentirse su propia madre, pero sin embargo, lo fue cuidando, mimando desde la más tierna edad y enseñándole todo lo que ella sabía y había aprendido de aquél arcón. La hermana menor, era la que siempre le contaba –a su forma y modo- algunos de los temas contenidos en los libros, pues no se distanciaban en edad, más allá de los seis años, pero Haxparcol, prestaba siempre tanto interés a sus indicaciones, que no parecía ser un niño de tan corta edad, quien estaba prestando los cinco sentidos a sus relatos, lecturas o explicaciones. Salvadora estaba siempre al cuidado de su hermanito pequeño y como siempre tenía encima el ojo avizor de la madre de ambos, más se esmeraba –si cabe- en que al infante no le fuese a suceder ningún contratiempo o sufriese alguna caída por aquellos terrenos ásperos, llenos de gravilla pizarrosa y suelta. Prestaba mucha atención, cuando iban por las mañanas a la mina, para traer el agua de la casa –pues siempre él las acompañaba- y a pesar de que sus pasos eran torpes, él no se salía nunca del camino y en los peores tramos, alguna de ellas, lo llevaba cogido de la mano; sabían que a la vuelta, si el niño volvía con alguna rozadura en las rodillas –producto de alguna caída-, todas serían reo de algún castigo –por igual- impuesto por su madre. No habría aún cumplido los cuatro años Haxparcol, cuando su hermana Salvadora, comenzó a ponerle los primeros palotes, sobre una pizarrita pequeña, que llevaba en uno de sus extremos atado un pizarrín y al mismo tiempo le decía que si quería aprender a leer -algún día, como ella lo hacía- tenía que empezar a hacer todas aquellas cosas, que ella le fuese indicando; el niño parecía estar encandilado y se prestaba a obedecerle con todo el empeño, que su corta edad le permitía. Pronto le llenaba aquella pizarrita de garabatos, que no guardaban ningún orden, ni concierto; pero siempre encontraba a su hermana dispuesta a borrarle con un trapo humedecido, lo que él había garabateado y ponerle de nuevo otros signos. Al poco tiempo, cuando vio -la aprendiza de maestra- que su alumno predilecto y único, empezaba a trazar los palotes un poco más uniformes y guardando cierta firmeza: empezó a ponerle las vocales; primero empezó por hacerle ver y entender el signo de la O y le hacía repetir su pronunciación cada vez que la escribía, bien o mal y además no le permitía que borrase en ningún momento lo escrito: pues el chiquillo, trataba de borrar con su dedito, que había mojado previamente con su saliva, los redondeles que no le parecían bien; pero ella le conminaba a que esa cochinada, no la podía hacer, porque nunca se llevan las cosas extrañas a la boca: por la boca sólo se puede entrar la comida y el agua, le repetía una y otra vez, porque eso es lo que nos mantiene vivos, realmente era lo que las monjitas le habían enseñado a ella, el tiempo que pudo estar con sus hermanas en el colegio de los Ángeles Custodios de la Barriada de Pedregalejos, cuando vivían en los aledaños de Málaga. María, la madre de ambos, siempre estaba admirada del empeño que ponía su hija menor en enseñar y cuidar con esmero a su hermanito, de quién, -aún- estaba mucho más orgullosa y en su interior representaba más del 50% de la felicidad, que le aportaban el resto de los miembros de su familia, aunque nunca llegaría a reconocerlo, e incluso, ni ella misma sería consciente de que esa situación se producía. Cuando su marido le preguntaba: ¿a cual de los cuatro quieres más…? ella siempre contestaba: a todos con igual intensidad, pero en el fondo de su subconsciente había unos lazos especiales para el varón. El niño era el más mimado, quizás por ser el más esperado y deseado o también, porque era el más pequeño de la familia y el poseedor de un don especial, que denotaba o inculcaba en los demás una inclinación especial para mostrarle cariño. En aquella casita rústica, llena de incomodidades y carencias se sentía más feliz de lo que lo había sido en todos los años de su vida. Siempre había vivido en el campo; desde su más tierna edad, en su casa paterna entre seis hermanos varones y su hermana Antonia, la mayor de todos. Pronto se casó, como era costumbre y poco tiempo tuvo de recibir clases, que no fuesen las que le proporcionó su propia madre, para poder llevar el gobierno de una casa y las normas fundamentales para poder atender al marido. Su marido Frasco, constituía el eje central de su universo, desde la primera tarde que vino a cortejarla: se prendó de él, en su más tierna edad, cuando aún no había, ni fijado sus ilusiones de futuro al lado de alguien, que no fuesen los suyos. Muy pronto, se llenó de amor sincero, en esa pubertad, que todo lo ve color de rosa y no ve las espinas del calvario, que representa la vida y mucho más dura –se hace- cuando es en la pobreza y con mucho trabajo para alcanzar el sustento cada día. En aquella época, una chica, bien podía darse por afortunada, si encontraba un hombre trabajador y honesto, que la quisiera para esposa y Frasco, siempre fue con esas intenciones y además él lo era. Frasco, siempre había sido un hombre de buenos sentimientos, caballeroso y con una instrucción por encima de la medianía de entonces; al igual que su hija pequeña: siempre estaba interesado en informarse de todo aquello que le rodeaba y era adicto a la lectura, como lo había heredado su hija pequeña, él lo heredó de su madre.


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