Vicente Antonio Vásquez Bonilla
© derechos de autor
Hay personas que nacieron para sufrir y yo soy una de ellas. Me siento como esa figura de las loterías de feria, que cuando la cantan, dicen: “El animal de las tres virtudes: seco, torcido y salado. ¡El camarón sancochado!”.
¿Que por qué lo digo? Porque emprenda lo que emprenda, siempre algo me sale mal o diferente a mis deseos y no me explico a que se debe mi mala suerte. ¿Será que nacemos predestinados para el fracaso? o ¿será que el destino ya se encuentra escrito?, y no lo podemos alterar.
Razones me sobran para pensar así. Por ejemplo, me enamoro de una patoja y ella se prenda de uno de mis amigos y yo a padecer en silencio.
¿Qué puedo hacer? Si cupido no acierta con sus flechas.
Alguien me dijo:
—Yo sé de una receta para atraer el amor, es infalible, te lo garantizo y me dio la fórmula.
Se trataba de algo sencillo, de darme un baño mágico. Compré una artesa de lámina, de esas que hacen los hojalateros y en la intimidad de mi habitación preparé los ingredientes: tres partes de pétalos de rosa, una parte de jengibre y esencia de lavanda, y por supuesto, mucha fe.
—Hacé eso —me había dicho mi cuate—, echás todo en el agua, te sumergís en la bañera, y con convicción, te visualizás como alguien cariñoso y en armonía con todos los seres, y ya verás como atraés al amor de tu vida.
Y vaya si dio resultado. ¡Pero que resultado! Atraje a la patoja más fea del instituto, quien se prendó de mí y me persiguió por todos lados sin darme tregua. Pobrecita, resulté ser el amor de su vida y de ganancia, su amor imposible.
Pareciera que la vida y su accionar fuera una unidad indivisible, pero no, mas se asemeja a un árbol; el tronco sería la vida misma y las ramas los diferentes roles que jugamos. Así, en algún momentos somos hijo, padre, abuelo...; o ministro, carpintero, doctor...; o se nos llama por medio de un apodo, un nombre propio, un diminutivo cariñoso...; o se nos califica de cristiano, vicioso, hijo de la chingada, amigo....; todo eso y más somos para alguien, según en la rama que nos situemos o nos sitúen. Así que a nadie le debe extrañar que como Tarzán andemos de rama en rama.
Bueno, continuando con mi particular periplo, cuando al fin me casé, vivía insatisfecho. Mi esposa, no era la mujer de mis sueños y no crean que yo buscaba una de esas muñequitas plásticas tipo Playboy, no; me conformaba con menos, pero que dentro de sus cualidades, poseyera un carácter agradable. Pero no, me tocó la más iracunda que se pueden imaginar, poco le faltaba para aparecer en el libro de récord de Guinness.
—¿Qué puedo hacer ante éste calvario? —me lamenté.
—En sus manos está el remedio —me dijo una vecina que me escuchó y que conocía mi cruz—. Recurra al círculo de luz— y me dio las indicaciones.
—Tome un bote de talcos y con ellos haga un circulo en el piso, coloque fuera del circulo cuatro velas blancas en la posición de los cuatro puntos cardinales; dentro del circulo, del lado norte, coloque un vaso con agua, dedicado a los Guías de la Corte Blanca, que son las deidades de la magia blanca, la buena magia, y no olvide auxiliarse del incienso. Por supuesto, antes de entrar al círculo, con las manos recién lavadas, se concentra y se libera de malos pensamientos, de odios y rencores. Luego, ingrese al circulo, se sienta frente al vaso de agua en la posición de loto y en estado de meditación, siéntase protegido, visualice su cuerpo cubierto por una luz blanca y dice: El bien, sólo es bien, yo lo recibo y estoy protegido de todo mal. Amén. Tómese su tiempo y luego con plena confianza salga del círculo, y a desarrollar su potencial.
Hice con fe, todo lo que me indicó y en el momento en que salía del círculo con optimismo y sintiéndome un hombre nuevo, que entra mi mujer. Regresó antes de lo esperado, me sorprende y como fanática religiosa que es, espantada, me acusa de hechicero, de hijo de Satanás, me pijea y me echa de la casa.
Ahí terminó mi matrimonio.
Puse mi propio negocio para ver si salía de pobre, o por lo menos, que me diera para pasarla bien; y en busca de protección y fortuna, hice un amuleto de acuerdo con las instrucciones que me dieron los consejeros espirituales. Sí, esos que tienen un programa por la radio. Los visité en su consultorio y me dijeron:
—Amarras siete monedas con un hilo rojo, lo cuelgas en el marco de la puerta de tu negocio o en la puerta de la oficina en donde guardas los libros de contabilidad. Si son monedas extranjeras o antiguas, mejor. Te traerá prosperidad y éxito en tus negocios.
Y ¿qué creen? Me robaron todo, hasta las monedas.
—¿Será que alguien, me arrojó una maldición? —Me pregunté, ante un compañero de trabajo.
—En caso de maldiciones —me dijo—, no perdás tiempo, actuá de inmediato. Imaginaté frente a un gran espejo, cuya parte brillante refracte con energía cualquier onda o intención negativa que recibás, enviándola hacia una brasa de fuego, también imaginaria, para que la consuma y la trasmute en algo inofensivo. Eso sí, nunca se la reflejés a un atacante o emisor, porque le estás haciendo mal. Ese tipo de defensa equivaldría a una venganza que pronto se te manifestará en Karma. La venganza no es la mejor defensa.
—¿Que qué es el Karma?
—Según algunas religiones de la India, es la energía que se deriva de nuestros actos y que va a condicionar cada una de las sucesivas reencarnaciones del ser hasta que alcance la perfección.
Si yo estuviera en una de esas etapas, pensé, tendría que haber realizado actos malos en mis anteriores vidas. Y desde luego, la reencarnación tendría que ser un hecho independiente de qué crea o no en ella.
Hago inventario de mi vida y no encuentro ningún motivo para vivir en éste calvario. No le he hecho daño a nadie, como para estar pagando algún pecado cometido en esta existencia. ¿Y sí lo hice en una vida anterior? ¿Será el Karma la fuerza desconocida que está actuando contra mí? No lo sé.
Con decirles que ante la incertidumbre que me invade, viajé a Izabal, en busca de unas sacerdotisas que practican el Vudú.
—Andá, buscalas –me había dicho uno de mis cuates—, no vaya a ser que alguien te esté aplicando el vudú y esté manipulando tu vida a través de un muñeco que te representa. Ellas saben de eso y te pueden ayudar.
Regresé sin ningún resultado positivo.
No se rían de mí, ni me miren de esa manera, sé que muchos de los consejos que me han dado mis amigos tratando de ayudarme son, si se quiere, ingenuos, pero por inocuos los seguí. No perdía nada y podía ganar mucho
No cabe duda que las malas vibraciones me persiguen y ya desesperado seguí el consejo de otra bien intencionada persona:
—Mirá, para sacar las malas vibras, mezclá agua bendita y vinagre, te colgás un rosario en el cuello y caminando despacio por tu habitación, con tu mano derecha vas rociando la mezcla sobre tu cuerpo y vas diciendo que todas las malas vibraciones que me están perturbando desaparezcan de mí y de mi ambiente. Ya verás el resultado.
El domingo, día de bautismos, que me voy para la iglesia con mi botella para conseguir el agua bendita, me acerco a la pila bautismal y meto la botella, que me ve el sacristán y me tilda de profanador, que a saber para qué quiero el agua, que tal vez para algún rito satánico y tengo que salir huyendo. Detrás de mi van cura, padrinos e invitados. Poco faltó para que me dieran un cristiano y bendecido linchamiento.
Según los brujos o los charlatanes que se hacen pasar como tales, dicen que alguna persona envidiosa me podría estar haciendo daño a través de la magia y que no permite que me desenvuelva con libertad y autonomía.
Qué no hice para sacudirme de ese yugo. Recurrí a recetas contra la negatividad, a las runas, al tarot; pero nada. Todo sigue igual. No cabe duda de que hay una fuerza superior que hace conmigo lo que quiere. Eso sí, que les quede claro que no soy supersticioso, de lo contrario me iría peor.
Sólo me quedaba como última esperanza, recurrir a los chamanes mayas, ya que se supone que son hechiceros dotados de poderes sobrenaturales y que entre otras cosas, sanan, adivinan e invocan a los espíritus para obtener su gracia.
—No es que el destino esté escrito —me dicen—, el destino se va forjando conforme avanza la vida. Lo que sucede es que estás sujeto a lo que decide una mente superior a vos, así que de tus decisiones, olvídate; no valen nada. Ni siquiera de tu nombre puedes disponer con libertad.
—¿Acaso es Dios, quien lleva mi vida en forma caprichosa?
—No. Es una fuerza inferior a la de él, la que te dirige y siempre estarás sujeto a ella. Ese es tu destino.
—¿Pero cuál es esa fuerza? Nadie me ha podido decir de donde proviene.
—Andabas por rumbos equivocados, nosotros lo sabemos y te lo vamos a decir.
—¡Pero pronto, por favor!, no quiero vivir sumergido en la incertidumbre.
—Bien, debes de estar conciente de que eres un simple ser que actúa según en la rama en que te sitúe esa voluntad y el hado que dirige tu existencia, es la imaginación del escritor.
Comentario
¡¡¡Qué bello y original, Vicente!!! Las pesadumbres del personaje o del protagonista, ¿verdad?
¡Brillante tu idea! Me gustó un montón.
Gracias por tu comentario sobre el Monólogo de Batuke.
Cariños, Martha Alicia
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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