Traspasar el invierno,
a propósito de un nuevo poemario de Carlos Enrique Rivera Chacón, publicado en 2017 por Editorial Poieis.
Disertación en la presentación del poemario: El invierno que faltaba. Ronald Bonilla.
A Carlos Enrique un día, hace ya cuatro años lo vimos llegar a un recital el 31 de enero, Día Nal. de la poesía, con su libro Instantes azules, recopilación antológica de gran parte de su obra, desde su temprana juventud hasta poemas más recientes, y nos leyó uno de ellos, por mi invitación en ese día. Desde entonces se unió a nuestro grupo Poiesis con sed de aprender y avanzar. En eso nadie lo detiene, es como si de nuevo se rejuveneciera, y hoy festeja la publicación de su nuevo libro El invierno que faltaba por la Editorial Poiesis.
Digo en el comentario de la contratapa que Carlos Enrique es un poeta que habíamos olvidado luego de aparecer en uno de los primeros números de la Colección Línea Grises, allá en los años 60, iniciada por el Círculo de Poetas Turrialbeños, al que perteneció, al lado de Debravo, Albán, Aguilar y Calderón. Y agregaba que con este poemario ha resurgido con nueva proyección y una propuesta cada vez más y mejor esculpida.
El poemario consta de cuatro secciones, la primera de ella se denomina Tempus hibernum, con este latinismo y con el primer poema que da título al libro, el poeta parece querer completar el periplo iniciado por sus Instantes azules que contemplaba tres secciones, una para cada una de las otras estaciones. Pero bien, este no es el final de su viaje, es solo el reinicio, porque más que un invierno terrible, es el invierno lluvioso de nuestro país el que asoma para dejar todo más verde. Con el primer poema, el poeta declara Alzo mi voz, / hago llegar mi grito / hasta las antífonas de la mañana. Es decir, el poeta no solo levanta versos y canta, establece un grito, pero aunque hay momentos de desesperanza y extravíos, es fundamentalmente un grito de júbilo que celebra la vida, es un grito que se construye con su antípoda el silencio. El momento para la creación y para el disfrute de la naturaleza en actitud de oración; el poeta desde ese grito busca en el silencio “el agua viva que baña / los manojos de oraciones / perdidas entre las manos / y que son salutaciones / de almas esforzadas”.
Como pueden apreciar, es poesía sencilla, diáfana como lo que convoca. Los símbolos de las campanas y los campanarios, de las catedrales, son símbolos beatíficos, de liberación y vuelo. Y la oración no solo busca el encuentro con lo bello y bueno, sino en la lucha contra los antivalores, en este poema, por ejemplo, la soberbia es vencida por una actitud donde el hombre-dios sigue los pasos del Maestro: “reparto esperanzas / y canastos de pájaros otoñales” Se exigen esos silencios en “el verde de las montañas / entre el amor”. No hay perfección, hay llanto, pero al final: “debemos morir / para que la tierra crezca” y lo parafraseo con ese pronombre plural, porque para entonces, la lectura nos ha hecho apropiarnos del poema como si fuera nuestro.
Por eso en este invierno que faltaba, también está Nada, un poema donde la vacuidad se vence, lo que es la nada es la sombra que ya no se reconoce, queda convertida en nada. En el poema Ecos la luz está “en cada resquicio”…”bocanadas de brisa penetran la ventana” y los milagros quizá de la sencillez “convierten todo en pan y cobija”. La alusión al hombre pensante, a la razón, no se contrapone en Carlos con su emotividad. Y si el Hombre, será egoísta del tiempo, es porque requiere seguir su camino hacia la bondad y la búsqueda de plenitud.
Otros símbolos que nos acercan a la visión religiosa, en el sentido de religarnos con la visión deísta, mística, son ángeles y demonios, como titula otro poema. Aquí la lucha se libra dentro de nosotros los hombres, la dicotomía hace que cada ser escoja entre ambos símbolos, pero al final el poema establece que en medio de esta lucha: “El mundo se trasciende / con su propia imaginación”.
Es decir, la imaginación del hombre, como ser consciente, permite que trascienda esa contradicción entre el bien y el mal. Así lo interpreto yo, no es una visión maniqueísta, sino la aceptación de una dualidad que debe dirimirse en la aceptación de ambos polos, porque eso bastaría para el triunfo de lo bueno.
Otro poema como Instantes, va del éxtasis a la confusión. De nuevo es la mente, el pensamiento el que a veces nos pierde, pero el sueño, la transportación al silencio significado por la montaña, por la naturaleza, los pájaros, la brizna mañanera, es suficiente para que el yo lírico dibuje, aunque sea a oscuras “la suave floración de un amanecer”. Es decir, en Rivera Chacón, la vivencia de la naturaleza es ese encuentro que despeja el caos y la duda. También vivimos el poema Sarmientos dedicado a sus hijos, con ese símbolo de la cultura asentado en nuestra América para lograr la permanencia, una manera de vencer ese invierno. Hay también Lágrimas pero de ellas al final solo queda la sombra que se diluye cuando el amor de pareja se entrega, en un erotismo que aparecerá con mayor fuerza más adelante. Y también está el poema Ahora, donde lo cotidiano del café nos remite de nuevo al instante de la lujuria. Aflora el pensamiento, se caen los paradigmas. La transfiguración del yo lírico en volcán desde el recuerdo, nos lleva a la instancia del metalenguaje, que es también la vivencia de lo metafísico, para volver a una realidad, a una existencia, que va más allá de lo material, es la vida que vence al invierno, aunque el invierno en esta poesía, no es tan terrible, es solo la época lluviosa de nuestro país, como esta noche que acaece sobre mi página antes en blanco.
Y me refiero de último al poema Tiempo, porque ese es el tema fundamental diría yo, no solo de la primera parte, sino de todo el libro. El tiempo que nos encierra nos da también la posibilidad de trascenderlo, de vivir el Kairos, lo único, la vivencia en el presente perpetuo. “Hoy es el día de las azucenas, tú y yo, somos eso…” Se dan cuenta, la epifanía hace de todas las referencias al tiempo, instantes, ahoras, hoy, mañanas, tardes de lluvia, noches, tiempo y tiempos, una sola referencia a la eternidad como forma de percibirse sobre el mundo, donde el espacio es mítico, es el lugar del poema. El poema Tiempo es un poema para el amigo, él comprende esa sinonimia de amistad y amor, y por eso también en mis breves palabras para la contratapa de este bello libro, digo: Vamos pues a sus poemas, que es como ir a su casa, puerta que siempre se abre para recibir a los amigos.
Y acabo diciendo que solo en esa argumentación de vivencia de la eternidad, es posible operar ese milagro, Carlos Enrique ha regresado más joven y vigoroso. Sabe que la tierra fresca lo recibirá con una sinfonía, sin estruendosas frases melodramáticas, como se recibe a los poetas que han comprendido que nunca es tarde para completar la semilla, la siembra y la cosecha. El invierno que faltaba, la hibernación regresa de nuevo al ciclo de la vida.
Ronald Bonilla
Premio Nacional de Cultura Magón. 2015
Comentario
Gracias, Críspulo, por tu bello mensje, abrazos
Gcias, Elías, por destacar mi trabajo, abrazos
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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